Por Emmanuel Alejandro Rondón – El American
La imposición de un dogma o una determinada corriente de pensamiento ya no requiere indispensablemente de fuerzas estatales o duros regímenes policiales como los del siglo XX. La persecución y estigmatización contra “la disidencia” —en este caso a las ideas progresistas— evolucionaron gracias a fenómenos como la cultura de la cancelación o la alianza de los medios hegemónicos con las élites liberales americanas. La fórmula es muy simple: si usted no está de acuerdo con el dogma woke, automáticamente se convierte en un blanco mediático. Los ejemplos sobran.
Criticar a una reportera te convierte en un misógino
En marzo de 2021, Tucker Carlson, presentador estrella de Fox News, criticó a Taylor Lorenz, reportera del The New York Times. Lorenz, en el Día Internacional de la Mujer, publicó un tweet diciendo que el acoso en línea había destruido su vida.
Tucker fue duro con la periodista diciendo que ella, a pesar de ser menos “talentosa” que otros reporteros consagrados del Times, se encontraba “en la cima de la pequeña y repulsiva cadena alimenticia del periodismo”.
“Destruyó su vida, ¿en serio?”, ironizó Tucker durante su monólogo. “Según los estándares de la mayoría de la gente, Taylor Lorenz parecería tener una vida bastante buena, una de las mejores vidas del país, de hecho. Mucha gente está sufriendo ahora mismo, pero nadie está sufriendo tanto como Taylor Lorenz”.
Aquel episodio le costó a Tucker cientos de miles de críticas. Incluyendo una respuesta del Times y diversos ataques de la prensa liberal en su contra.
Más allá del encontronazo con Tucker, meses después la propia Lorenz tuvo un altercado con otro periodista “de derechas”, Glenn Greenwald, a quien ella prácticamente lo calificó como periodista ilegitimo en Twitter. Por supuesto, Greenwald no se lo tomó bien y se defendió del ataque recibido:
Estos encuentros pueden ser normales en el mundo del periodismo. ¿Cuántas veces los periodistas progresistas y conservadores se critican entre sí? Cientos de veces al día. No obstante, siempre hace falta una víctima en toda historia y Taylor Lorenz se sacó la lotería.
“¿Qué ocurre cuando Tucker Carlson y Glenn Greenwald atacan a las periodistas? Un aumento dramático de los ataques online amenazantes, tóxicos y sexualmente explícitos. Pueden fingir que no son responsables, pero no pueden decir que no lo saben”, escribió en Twitter Don Moynihan, profesor de la Universidad de Georgetown, citando un estudio donde se analizaban estadísticamente “los ataques” contra Lorenz tras las críticas efectuadas por Tucker y Greenwald respectivamente.
A Lorenz no solo la victimizaron, llamando a sus críticos “misóginos”, o explicando a través de estudios lo mucho que sufrió por los cuestionamientos en Internet, sino que también compararon los ataques que recibió con el Holocausto por el mero hecho de ser judía. Es más, a Tucker y a Greenwald los llamaron antisemitas.
Lo curioso del caso es que Glenn Greenwald no solo es periodista, sino también judío, y perdió a su familia en el Holocausto. Él mismo tuvo que defenderse en Twitter de las risibles acusaciones en su contra:
Si quieres eliminar “Latinx”, eres de extrema derecha
En tiempos posmodernos la alteración del lenguaje para darle un toque de “inclusividad” a las palabras parece superar a lo que es verdaderamente importante: la ortografía.
Cambiar la “o” por la “e” o una “x” para las personas que creen que viven bajo un sistema patriarcal es una forma de, según ellos, incluir a las “pobres minorías”. Este lenguaje inclusivo, en realidad, proviene y quiere ser impuesto a la fuerza por la élite liberal-progresista a través de sus activistas políticos. La verdad es que a las “minorías” no les importa nada lo que piense esta élite política e intelectual progre; mayoritariamente blanca y rica, alejada de los problemas reales y cotidianos de la clase media y baja americana.
El ejemplo más claro es el término “Latinx”, que parece, como han dicho muchos tuiteros, el nombre de un sitio porno más que una palabra inclusiva. Solo el 3 % de los hispanos se siente identificado con este término y, según una reciente encuesta de Echelon Insights compartida, los liberales blancos tienen 9 veces más probabilidades de usar el término ‘latinx’ que los propios hispanos.
A los progresistas no les importan en absoluto lo que piensa la minoría que dicen defender, pues el objetivo no es otro que imponer su dogma. Por eso en Los Angeles Times se publicó una columna donde se ataca a la “extrema derecha” por querer banear el absurdo término “latinx” y por ello es que emblemáticos periodistas liberales latinos, como Jorge Ramos, salen en defensa de una palabra inventada que nadie utiliza. De hecho, las respuestas en redes a Ramos son sencillamente reveladores y ejemplifican el rechazo hacia el uso del “latinx”.
¿No quieres que una jueza se nombre por su color de piel? ¡Racista!
El presidente Joe Biden prometió que su nominación a la Corte Suprema será, por primera vez en la historia, una mujer negra.
La situación es injusta. ¿Qué pasa con los jueces calificados y preparados que no son negras y mujeres? ¿Se les desecha automáticamente por su color de piel y sexo?
También es injusto y perjudicial para las propias jueces negras, quienes cargarán con el peso de que la elección del presidente no será con base en sus propios méritos para llegar a este prestigioso puesto.
Pero, por supuesto, estar en contra de las políticas identitarias porque estas implican la destrucción de la meritocracia y el otorgamiento de privilegios injustos es un pecado para los medios liberales y la élite progre.
La cuestión es así: ¿no aceptas el término “Latinx”? Eres un radical de derechas. ¿Criticas el trabajo de una reportera judía del The New York Times? Eres un antisemita. ¿Te opones a las políticas identarias? Eres un racista. Así funciona el dogma de la tiranía woke, cuyas intenciones no son otras que acabar con el pensamiento crítico de las voces disidentes.
“Calla y obedece o prepárate para las consecuencias”, ese es el lema de la élite progre. ¿Lo aceptaremos?