Fuente: Periodista Digital

Llegan ráfagas de brisa refrescante anunciando el fin de esta situación surrealista, guionizada sin apenas fisuras, no como el ensayo anterior con la gripe A en el 2009, que se quedó en un intento fallido. En ese tiempo, las élites aún no controlaban la prensa en su totalidad y algunos periodistas aún creían en su profesión y respetaban el código deontológico. Si repasamos algunos vídeos de entonces, queda retratado –para bien—Iñaki Gabilondo o Mercedes Milá, que hablaron a las claras de la gran farsa de aquella escenificación de pandemia, las exageradas medidas y la psicosis colectiva que se estaba creando. Y como ellos, otros profesionales de diferentes medios de distintos países, también se atrevieron a decir abiertamente en sus programas que se trataba de un asunto turbio de las farmacéuticas, siempre con el beneficio económico como objetivo. Ahora sabemos que los propósitos van mucho más lejos del mero enriquecimiento. Si solo fuera eso podríamos incluso perdonarlos, pero la consecuencia final es tan siniestra que difícilmente vamos a poder pasar página sin hacerles pagar por todas sus iniciativas, si no criminales, rozando lo criminal.

Hoy es impensable que un periodista de la oficialidad discrepe de las órdenes de las cúpulas. En la actualidad, la comunicación es pura prostitución de la escritura y la palabra. En temas como el que nos ocupa es terrorismo informativo, y hay que decirlo sin miedo. El periodismo es una actividad noble, de servicio al ciudadano, con la misión de hacerle llegar lo importante, de manera comprensible. Dicho de manera poética o metafórica, es un puente entre el cielo y la tierra, emulando a Mercurio, mensajero de los dioses y maestro de los oradores.

Volviendo a la brisa refrescante o a la luz al final del túnel que veladamente parecen anunciarnos con la “gripalización” del virus, y que muchos interpretan como una vuelta a la normalidad, siento discrepar y aguarles la fiesta a los eufóricos que aún tienen fe en los políticos y en ese peligroso juguete de luz, sonido y movimiento llamado televisor.

Los gobiernos siguen empleando la información de doble vínculo en sus comunicados, a fin de crear incertidumbre e infundir miedo. Se trata ahora de no perder lo ganado y calcificar todo lo inoculado en los casi dos años de agitación y propaganda de guerra. Por eso nos dicen una cosa y la contraria. Por eso no hay unanimidad en las decisiones y todo se deja al capricho del sátrapa local.

Discrepo porque si bien la estocada final no va a ser ahora –siempre de acuerdo con sus planes—, la normalidad que se anuncia solo será un intervalo para la secuencia siguiente, que supondrá una vuelta de tuerca más del garrote vil de la Agenda 2030. Un suma y sigue para reanimar al torturado y curarle las heridas para la siguiente sesión. Por tanto, no hay que fiarse ni bajar la guardia.

Es cierto que en estos 21 meses hemos avanzado considerablemente y que podríamos hacer un balance bastante positivo en cuanto a ideas y sistemas de trabajo, pero no es suficiente. Si bien una buena parte de la población ya está vacunada, algunos con todas las dosis y en espera de las que vengan, muchos de entre los inoculados, ya se están dando cuenta de la gran estafa, incluso de sus posibles connotaciones penales. Otros lamentan haber entrado en la dinámica de la vacunación –por presión y falta de información—, que los obligará a inocularse los refuerzos indefinidos que se vislumbran, para seguir alimentando a la bestia.

A pesar de estos chispazos de despertar, debo reconocer que, de facto, no hemos sido eficaces. Ni siquiera hemos podido demostrar que las pruebas PCR, puntal principal del inestable equilibrio de la pandemia, no sirven para detectar carga viral, como bien dijo en repetidas ocasiones su creador, Kary Mullis. Nos ha faltado “saber hacer” a la hora de presentar las demandas. Quizá no estábamos preparados para luchar contra un gigante llamado sistema, con todos los soldados y munición a su disposición. David no siempre vence a Goliat, aunque debe seguir sirviéndonos de estímulo.

Sin embargo, tras 21 meses de lucha, muchas mentiras están quedando al descubierto y están siendo reconocidas por los propios protagonistas del engaño. A una de ellas acabamos de hacer referencia. Por fin, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) ha reconocido que las PCR son inespecíficas y que no funcionan. De hecho, en Estados Unidos se han prohibido.

La segunda mentira al descubierto es que varios organismos están reconociendo la falsedad de la cifra de muertos, y aclaran lo que llevamos tiempo diciendo: que se diagnosticaba “muerte POR covid” a las “muertes CON covid”. Aparte de ayudar a vestir la pandemia y catalogar el virus como muy peligroso, existía –y sigue existiendo— un interés económico. Hay un plus por muertos por covid, y este aumenta si el fallecido estuvo en la uci y aún más si estuvo intubado. Es una total perversión del sistema sanitario.

Asimismo, por fin, han reconocido que el virus es una creación de laboratorio. En mayo de 2020, ya publicamos sobre este extremo haciéndonos eco de las palabras del premio Nobel Luc Montagnier, y las del doctor Rashid Buttar, especialista en medicina preventiva y experto en toxicología clínica de metales. Este no dudó en sacar a la luz los puntales de la trama, y así lo expusimos:

“Cuando el doctor Buttar empezó a investigar sobre el origen de la Covid-19 descubrió que el virus formaba parte de una investigación desarrollada en Estados Unidos en 2015, concretamente, en la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, publicada en la revista ‘Nature’. Estas son sus palabras: ‘Vi que era, de hecho, una versión quimérica. Se estaba investigando sobre ello, a pesar de que existía una moratoria del gobierno para evitar investigaciones de este tipo. Investigación quimérica significa que se toma una sustancia natural, en este caso un virus, y se modifica genéticamente, es decir, se cambia la configuración morfológicamente para darle más fuerza’. Aunque la moratoria había entrado en vigor, fueron transferidos a China 3,7 millones de dólares del National Institute of Health, para poder continuar esta investigación. Es decir, las investigaciones fueron subcontratadas a China. Entra aquí otro de los personajes de esta trama, el inmunólogo Anthony Fauci, a quien Buttar acusa de ser uno de los pilares de la falsa pandemia anunciada por Bill Gates en la Universidad de Georgetown. Fauci habría desviado dinero de los contribuyentes para investigar lo que ha llegado a ser la Covid-19. […] Por estas fechas, el ministro de Sanidad de Estados Unidos, Gerome Adams, y la Administración Trump le dieron la razón al doctor Buttar al anunciar que Estados Unidos se desmarcaba de las consignas de la OMS, de Gates, de Fauci y del modelo del CDC. La Casa Blanca lo hizo constar en un documento público pidiendo a la OMS que rindiese cuentas sobre todos sus asuntos turbios, al tiempo que se comprometía a investigar la respuesta dada, las falsas declaraciones y el encubrimiento’. Todo esto nos lleva a la conclusión de que se trata de una de las grandes conspiraciones contra la humanidad, si no la mayor”.

Hasta aquí los párrafos del artículo publicado en mayo de 2020. Recordemos los problemas que, en esos momentos, tenía Trump con la OMS y la visión de la oficialidad sobre la pandemia, así como su aceptación de los tratamientos alternativos. Lo que ocurrió después, incluido el robo a mano armada de las elecciones en Estados Unidos, ya lo conocen.

Sobre este particular, más que el origen del SARS-CoV-2 –que hasta donde sabemos, no es la causa de la covid— lo más relevante es que se está denunciando abiertamente que China practica el bioterrorismo, con la anuencia velada de un buen número de países. Si no lo consienten, sí hacen la vista gorda. Hasta aquí llega la hipocresía. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés) tiene documentos de todo esto, y también otras organizaciones.

Otro de los puntos que ya han reconocido, tanto la OMS, como los gobiernos y sanitarios de turno, es que la vacuna no ha servido para combatir la pandemia. Sin embargo, el programa es seguir inoculando indefinidamente. Lo que no dirán nunca es que el fin de las inoculaciones no es curar, sino algo siniestro que no está relacionado con la salud y sí con el delirio de los megalómanos de controlar el mundo. En el contenido de los viales se encuentran algunas claves para entender toda esta historia para no dormir.

Se reconoce, al fin, que Pfizer trucó las cifras de sus test para ocultar que estaban provocando miocarditis, trombos y demás daños coronarios. Era un secreto a voces, que se ha conocido a través del hackeo de los sistemas informáticos de las compañías farmacéuticas, y que publica la web howbad.info. Al hilo de esto y contrariamente a lo que oímos a diario en las noticias, según el Proyecto Salus del Pentágono, basándose en los datos del Centro para el control y la Prevención de las enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), los efectos adversos de las vacunas se han incrementado: los abortos y los cánceres se han multiplicado por tres, y los daños neurológicos por diez.

También han reconocido que son los vacunados quienes se están contagiando, y quienes ingresan y colapsan las ucis. Les falta dar un paso más y reconocer que los inoculados acuden a los centros sanitarios por los efectos adversos de las inoculaciones, camuflados bajo variantes y subvariantes creadas ad hoc para justificar el desastre. Ahora le toca el turno a la “variante silenciosa”, que ni se la ve, ni se la oye.

Se ha reconocido también que no han funcionado ni los confinamientos generales ni los selectivos y, asimismo, las mascarillas, ni el cierre de fronteras. Hemos dicho en repetidas ocasiones que la mascarilla no es un elemento  de protección, sino un símbolo psicológico y subliminal. Es el distintivo de la pandemia; un recuerdo constante de  que estamos enfermos; de que somos peligrosos; de que debemos mantenernos alejados; de que está prohibida la alegría y sonreír. El bozal nos borra la expresión del alma, al tiempo que nos hace vulnerables y débiles. Por eso están eliminando restricciones, pero la mascarilla continúa incluso en el exterior. Si se elimina el tapabocas, el ser humano volvería a sentirse libre; volvería a sonreír y eso no pueden permitirlo. No quieren perder lo ganado.

Y, por último y muy importante, la revista Lancet y el New Journal of Medicine reconocen en sus páginas que se han ocultado o denigrado los métodos alternativos para curar la covid, como la ivermectina y la hidroxicloroquina, que están prohibidos en todos los hospitales, burlando el juramento hipocrático y la Declaración de Helsinki. Curiosamente, no hablan del ozono ni del eficaz dióxido de cloro, que está salvando tantas vidas a lo largo y ancho del mundo.

Sobre el pase covid se está diciendo que no es efectivo; incluso se ha descubierto una red de falsificadores. Esto también estaba en el programa. Tienen que demostrar la necesidad de un código que no pueda falsificarse; y eso solo se conseguirá llevándolo en el cuerpo. Decíamos en uno de nuestros artículos que el próximo QR no lo llevaríamos en el móvil o impreso en un papel, sino en el cuerpo. Pretenden que seamos meros artículos con código de barras, la marca de la Bestia, incluso con fecha de caducidad.

El rumano Cristian Terhes, diputado del Parlamento Europeo, ponente principal de la ID (identificación digital) en el Comité Libe de la Comisión Europea, es muy crítico con el sistema de control que se pretende imponer. Lo denomina “chinización”. El modelo chino está perfectamente reflejado en la Agenda 2030. Trataremos este extremo en el próximo artículo.

No quiero despedirme sin unas palabras de aliento. No permitamos que los párrafos anteriores nos apesadumbren. Es cierto que tenemos muchas razones para la desesperanza y la queja, sobre todo, conociendo los entresijos de esta realidad distópica y lo que nos tienen preparado. Pero también lo es que, desde muchos frentes, estamos trabajando duro para disolver el egrégor, revertir la situación y ganar esta guerra contra las fuerzas tenebrosas afanadas en desposeernos de nuestra esencia. No podrán con nosotros. Nuestra dualidad humana y divina nos hace perfectos para afrontar situaciones difíciles que surgen en nuestro peregrinaje por esta vida, a la que venimos a aprender y a amar. Con nuestra parte física nos enfrentamos a los asuntos mundanos de esta dimensión, y con nuestra parte divina penetramos en las profundidades de nuestro corazón, donde nace y crece el amor que nos conforma como unidad y nos acerca a la Divinidad.

Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración.

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