Por Julio M. Shiling – elamerican.com
Occidente está en decadencia moral. Los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022, organizados por la China comunista, son un síntoma emblemático del envilecimiento ético que se está produciendo en las democracias del mundo. Revela algo más. El problema no es solo moral. Es existencial. El mundo libre, por sus propios recelos, se está convirtiendo en una especie en peligro de extinción. El régimen comunista genocida de Pekín no ha hecho más que aprovechar esta oportunidad.
Recordamos con vergüenza los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín. ¿Cómo pudieron las democracias participar en un plan que servía a los intereses del nacionalsocialismo? Aunque las políticas y acciones antisemitas del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (Partido Nazi) precedieron al Holocausto propiamente dicho, la práctica atroz del confinamiento en campos de concentración y el asesinato de judíos comenzó oficialmente en 1941. Eso fue 5 años después de la presencia vergonzosa de atletas que representaban a las sociedades libres haciendo el juego a la propaganda nazi. Los apologistas de los juegos de 1936 se excusaron alegando ignorancia y lamentando su incapacidad para predecir los acontecimientos futuros.
La persecución sistemática, el confinamiento, la tortura, la violación, la extracción de órganos, los trabajos forzados en condiciones de esclavitud, la esterilización forzada, los abortos forzados, el lavado de cerebro y el asesinato de tibetanos, uigures, cristianos, kazajos, practicantes de Falun Gong, kirguises y otros grupos étnicos y nacionalidades han sido durante mucho tiempo testigos de la represión genocida del comunismo chino. En el caso del Tíbet ocupado, esta comenzó en 1951 y se amplió geométricamente en 1959. Las pruebas de genocidio y otros crímenes de lesa humanidad cometidos en China son extensas, irrefutables y se han mantenido durante más de 63 años.
Los juegos olímpicos, a pesar de no ser supuestamente políticos, están impregnados de política. Está en su composición genética. El Comité Olímpico Internacional (COI) tiene numerosos lemas. Entre ellos se encuentra “El olimpismo es una filosofía de vida… [busca] crear un modo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto a los principios éticos fundamentales universales”. La noción de “principios éticos fundamentales universales” del COI, al parecer, es paralela a la de los regímenes tiránicos.
Se espera que alrededor de 3,000 millones de espectadores en todo el mundo sintonicen los juegos. Airbnb, Bridgestone, Coca-Cola, Procter & Gamble, Toyota y Visa son algunos de los patrocinadores oficiales de este lamentable evento. 10 de los 12 mayores patrocinadores olímpicos, según Bloomberg, generarán en China 110,000 millones de dólares en ingresos. Este ejercicio amoral del capitalismo es emblemático de las entidades comerciales estructurales a las que se atribuye haberse referido Vladimir Lenin cuando dijo: “Los capitalistas nos venderán la cuerda para ahorcarlos”.
La China comunista ha corrompido totalmente a Occidente. Estados Unidos, muy particularmente, ha sido infectado. En octubre de 2020, 217 empresas comunistas chinas cotizaban en las bolsas americanas con una capitalización de mercado total de 2.2 billones de dólares ($2.2 trillones). Los activos americanos invertidos en valores chinos se acercaban a 1.2 billones de dólares ($1.2 trillones) a finales de 2020. Esta enmarañada relación entre la democracia más exitosa del mundo y la mayor dictadura comunista del planeta no ha estimulado un proceso de democratización en el gigante asiático. Sin embargo, ha convertido a las empresas, los políticos (de ambos partidos), los consumidores y las élites culturales americanas en cómplices del mal.
La complicidad de Estados Unidos y Occidente con las Olimpiadas del genocidio debería servir de aviso de que las sociedades libres están, en efecto, en peligro de autoinmolación. La cantidad de dinero obtenida por las empresas y los individuos americanos, resultante de su conexión con el régimen sangriento de China, ha comprado sus conciencias y sus almas. En julio de 1959, al observar la invasión y conquista del Tíbet por el ejército comunista de Mao, el secretario general de la Comisión Internacional de Juristas, Jean-Flavien Laliv, escribió: “El peligro en casos como el del Tíbet es que un sentimiento de impotencia e indefensión se apodere de la gente ante un hecho consumado.
Lo que ocurrió ayer en el Tíbet puede ocurrir mañana en nuestros propios países”. ¡Hay que detener a China! Boicotear las Olimpiadas del genocidio y a sus patrocinadores sería un comienzo fácil para todos.