Fuente: La Derecha Diario
En el día de hoy comenzaron los Juegos Olímpicos de invierno en Beijing, con dos grandes preocupaciones, la primera por una parte ante la rápida propagación de la variante Ómicron, que amenaza la convicción de China de mantener a raya la pandemia que liberó al mundo, pero también como consecuencia de reclamos de activistas de derechos humanos que han motivado el llamado “boicot diplomático”, la ausencia de dignatarios de varios países de Occidente en el evento.
Los boicots de las delegaciones deportivas fueron una practica común durante la guerra fría. La Selección Argentina que venía de ganar el Mundial del 1978 no asistió a los Juegos de Moscú ’80, para unirse al rechazo de Occidente a la invasión soviética de Afganistán, y cuando los países aliados del Bloque Oriental devolvieron el golpe cuatro años más tarde en Los Ángeles ’84, el boxeador cubano Teófilo Stevenson perdió la oportunidad de ir por una cuarta dorada consecutiva.
Sin embargo, quien debía coordinar este boicot deportivo era Estados Unidos, pero el presidente Joe Biden no se animó. Simplemente aseguró que no enviaría un cuerpo diplomático acompañando a los atletas como suele hacer, pero no pondría obstáculos para que los deportistas compitan en Beijing.
El boicot diplomático es considerado muy leve dadas las atrocidades que ha cometido y sigue cometiendo la dictadura comunista china. A algunos kilómetros donde se celebran los JJOO, miles de uigures, una etnia musulmana que habita el norte del país, es masacrada en campos de concentración en un verdadero genocidio moderno.
Además, activistas en todo el mundo piden un boicot fuerte contra China por haber liberado el COVID-19 al mundo. Sea por negligencia o intencionalmente, el Partido Comunista Chino se negó a cerrar sus fronteras durante el Año Nuevo Chino del 2020, y el coronavirus fue permitido esparcirse por todo el mundo.
Muchos recuerdan la epidemia de SARS en 2002, el antecesor al COVID-19. En ese entonces, China y demás países asiáticos impusieron estrictas restricciones a los vuelos y el virus no se convirtió en pandemia, totalizando apenas 800 muertos en todo el mundo.
Pero Beijing 2022 tiene otro enemigo: la variante Ómicron del Covid-19, que ha echado por tierra la ilusión de las autoridades chinas de poder mantener a raya la pandemia con cierres masivos, y ha elevado los contagios en la capital a pesar de las estrictas medidas sanitarias, como el diseño de una “burbuja sanitaria” para impedir el contacto entre los involucrados con los Juegos y la población en general.
Los ausentes y los presentes: más emblemáticos que numerosos
Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Canadá, Lituania, Kosovo y más recientemente Alemania son hasta ahora los únicos países que han informado expresamente que sus dignatarios no asistirán a los Juegos de Invierno como una forma de protesta en torno a temas de derechos humanos en China.
Washington, por ejemplo, ha citado los “abusos y atrocidades” en la provincia de Xinjiang, donde miles de personas pertenecientes a la minoría musulmana de los uigures han sido recluidas en campos de “reeducación”, sometidas a trabajos forzados y las mujeres esterilizadas sin su autorización.
Japón, organizador de los últimos Juegos Olímpicos de verano, también decidió no enviar dignatarios, pero ha preferido no hacer pronunciamientos públicos sobre sus razones, para evitar un escalamiento de tensiones con su vecino.
Solo 32 dignatarios han confirmado su presencia en la ceremonia inaugural, de acuerdo con medios chinos. Vladimir Putin de Rusia es el más destacado de los 25 jefes de Estado y funcionarios gubernamentales presentes. La lista incluye también al secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, y al director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, además de un presidente argentino Alberto Fernández que logró colarse al evento.