Fuente: kontrainfo.com
Por Facundo Martín Quiroga
Está comenzando un nuevo ciclo lectivo en la República Argentina, luego de dos años de durísima afectación de los procesos de enseñanza y aprendizaje debido a las políticas arbitrarias de confinamiento y restricciones. Sin que se atienda ni un solo reclamo por un retorno a clases normales -sabiendo la poca incidencia que la apertura de colegios tenía sobre los contagios-, la educación ha sufrido una merma bestial en cuanto a su calidad en todos sus componentes, cuando no una lisa y llana anulación.
Hoy nos toca a los docentes ser quienes, con la plena consciencia de que lo perdido es prácticamente irrecuperable, tenemos que reflexionar sobre lo que se está jugando en nuestro campo, desde el punto de vista político, geopolítico, geocultural, económico y hasta demográfico.
Un proceso de capitulación de la educación como formación de sujetos críticos (una de las palabras más bastardeadas por el dogma progresista) está en marcha, y las instituciones globalistas que lo comandan en esta región, han decidido apretar el acelerador para destruir la consciencia de niños, adolescentes y jóvenes.
Durante estos dos años, la agenda posmoderna en relación a la educación, aún en el confinamiento, no paró de expandirse: con la legalización del aborto, las políticas educativas en materia de, por ejemplo, salud sexual, derechos reproductivos y diversidad LGBT, se acentuaron en el campo de la ESI, con más presupuesto, más cuadros militantes en la formación, y más extremismo en las posiciones a tomar con una clara bajada de línea contraria a lo que estas militancias identifican como los valores familiares tradicionales, identificados como patriarcales, machistas, etc.
Pero no es únicamente en materia de género que se expandió la agenda global en educación: los Diseños Curriculares acentuaron también las “transversalidades” como la educación ambiental en clave globalista (los objetivos del desarrollo sostenible de la Agenda 2030 ya se encuentran entre los contenidos desde hace varios años, solo que con otras denominaciones), la interculturalidad (muy estimulada por la Universidad, por caso aquí en el Comahue directamente convocando al año nuevo del “país mapuche”, con claras intenciones secesionistas),y los Derechos Humanos ahora, obviamente, en clave de género.
Consideramos que hay algunos puntos nodales que tienen en común estas acciones, que avanzan a pasos agigantados, y que también son “transversales” en toda la negatividad que puedan imaginarse. Haremos hincapié en tres:
- El desprecio por la excelencia
En este tema, podemos encontrar antecedentes en la modificación de los sistemas de calificaciones y sanciones disciplinarias, que hoy no pueden ser aplicadas porque no se debe “estigmatizar” a los estudiantes. Tampoco se recomienda hacer repetir los años; lejos se está de la época en la que repetir un año era casi una tragedia familiar. Se vive una creciente e imparable afluencia de factores y agentes ajenos a la realidad de los procesos educativos, al punto de ser una cuestión de todos los días la judicialización por notas expedidas por docentes luego de un examen, los escraches a maestros de parte de los tutores, reclamos por supuestas conductas discriminatorias que rozan el ridículo…
Este proceso está acentuado hoy por la introducción de la agenda identitaria que propone, sin explicitarlo, desviar la formación en términos cognitivos y disciplinarios, y con el pretexto de empoderar a los estudiantes, introducirlos en las temáticas que dirigen hoy los procesos educativos, las llamadas “transversalidades”: género, ambiente, derechos humanos, interculturalidad.
La figura del docente clásico, que dicta una clase magistral y es escuchado por sus alumnos (figura por demás caricaturizada y que lejos está del rigor histórico), es hoy identificada por la progresía como un representante de tradiciones a “de(con)struir”; al punto tal de que, cada vez con más frecuencia, se comienza a hablar del docente como “facilitador”, es decir, como un docente que ya no imparte, sino que crea condiciones para un aprendizaje “significativo”, “emocional”, que tenga en cuenta las “inteligencias múltiples”, y toda una ristra de palabras bellas que intentan velar el sentido de autoridad, un elemento esencial en la construcción de la identidad y la disciplina académica.
Nos preguntamos: ¿acaso no se logra un aprendizaje significativo cuando el mismo forma parte de un proyecto nacional independiente y soberano, en el cual el estudiante se siente como parte de un todo, en lugar de quedar solo frente a un universo de mentiras y hedonismo? ¿Para qué fines se está hablando hoy con todos estos términos, cada uno más liviano y frívolo que el anterior?
Se comienza a ver al estudiante como víctima más que como responsable de sí mismo. Esos factores externos -que deben, en este nuevo enfoque, ser tenidos en cuenta por el docente que tiene que hacerse cargo como pueda de esa “diversidad” que es en realidad una heterogeneidad caótica que pone en crisis al propio sistema-
tensionan con el hecho educativo en sí, borrando la barrera de las responsabilidades y haciendo recaer absolutamente todo padecimiento o malestar del estudiante en el docente y/o las autoridades.
La pregunta para abordar este problema que está esquilmando la enseñanza sería hasta qué punto los docentes y las instituciones educativas deben hacerse cargo de problemáticas relativas a las fallas estructurales de la sociedad: se ensalza a la educación como un lugar en donde se hace de todo: se contiene, se tiene en cuenta la diversidad, se valora, se divierte, se goza… todo a costa de la real formación de los sujetos. Y hoy, con lo políticamente correcto como discurso oficial, a quien reclama por excelencia en su profesión se lo tilda automáticamente de fascista, así como a todo lo que suene a disciplina y orden.
La escuela “basurero” se convirtió en una constante, cada vez se utiliza menos tiempo para dar clases, porque, y esto hay que remarcarlo lo suficiente, nunca se dejó de decaer, nunca hubo un repunte en la calidad de la educación desde el desastre del alfonsinismo; la etapa de crecimiento con consumo y “bienestar” que fueron los años del kirchnerato no se tradujo en absoluto en una mejora en el nivel educativo, más bien todo lo contrario: el discurso posmoderno y el victimismo están ni más ni menos que para renovar la fachada del sistema, sin hacer nada respecto a la acumulación de ignorancia que fueron estos casi cuarenta años de políticas educativas desastrosas, que durante los noventa fueron obscenas, pero ahora pasarán a ser “diversas”.
En fin, dos modelos vendidos como opuestos –el neoliberalismo y la socialdemocracia–, con la misma ignorancia para el pueblo.
Y por si esto fuera poco, el Estado ha hecho ingresar dentro del campo de la “formación” en estas transversalidades, a personas que no tienen conocimientos sobre el país, la región, la política, más allá de la escuela de militancia que las ha adoctrinado: grupos feministas, indigenistas, jóvenes de agrupaciones civiles, piqueteros, todos pasan a ocupar el mismo rango de autoridad que los docentes.
También los capacitadores de docentes se convierten en gurúes de marketing que enseñan que los maestros deben “conquistar”, “seducir”, hacer “magia” para “atraer” (todas estas palabras son citas textuales de capacitadores en oratoria docente, avalados por el sistema público)… Esto, que parece sacado de un curso de ventas más que de un Ministerio de Educación, aplica para todos los espectros ideológicos: las ideologías posmodernas no están exentas de estos recursos en ninguna ocasión. Finalmente, ¿qué hace una capacitadora en género si no es seducir, atraer, conquistar a adolescentes para sumarlos a una causa militante, en lugar de educar en la excelencia?
- La tergiversación de la historia
Básicamente, se trata de una labor de inserción de falsas memorias históricas que, en base a la moral victimista, siembran en los estudiantes la ignorancia y el resentimiento con todo aquello que constituye la identidad nacional e hispanoamericana, acusada de todo cuanto estos militantes tengan a mal insertar: “machista”, “patriarcal”, “racista”, “ecocida”, todo vale para movilizar la sensibilidad a costa del rigor histórico. La idea es mover al sujeto a interpretar toda la historia de la humanidad que se les enseñe pura y exclusivamente en la clave de lectura que les bajan, que se reduciría más o menos a:
-Si el formador es feminista, toda la historia de la humanidad será la historia de la mujer entendida como un sujeto universal y homogéneo, portador de una bondad intrínseca de víctima, sometida por el varón infinitamente cruel y despiadado.
-Si se es indigenista, toda la historia de la humanidad se reducirá a la (falsa) disputa entre el conquistador infinitamente malo y perverso y el indígena habitando un paisaje bucólico que resiste a la colonización (especialmente la española) y que es masacrado sin miramientos.
-Si se es ecologista, toda la historia de la humanidad quedará reducida a la historia de la “madre naturaleza” (ingrese el adjetivo que más le plazca: Gaia, Pachamama, Mapu, etc.) castigada y destruida por el hombre (especialmente si es blanco heterosexual), que debe pagar sus culpas dejándola en paz.
-Si se es LGBTIQA+, toda la historia de la humanidad quedará reducida a la historia del varón blanco heterosexual condenando a la desaparición a las “disidencias”, que tendrían, también, una carga de bondad intrínseca a su condición de víctima.
Cada uno de estos incisos simula profundizar, dicen, “deconstruyendo” la historia. Nada más alejado de la realidad: se adoctrina a partir de relatos o fábulas muchas veces atravesados por lo que el filósofo español Gustavo Bueno tituló como “pensamiento Alicia”, una especie de utopismo ramplón que es una de las bases del globalismo como filosofía moral: la idea de que todos los destinos conducen a la disolución de los conflictos, sin mencionar que ello implicaría la disolución de los Estados y la volatilización de sus sociedades bajo un solo reinado: el del relativismo absoluto, cúspide de un sistema ultra totalitario.
Nuestros estudiantes son, en concreto, cada vez más ignorantes respecto de la política contemporánea, la historia de nuestro país, y peor, esas mismas militancias adoctrinadoras siembran la falsedad a cara descubierta, y con las instituciones aplaudiéndolas, o bien llamándose a silencio por miedo a las represalias.
El caso de la leyenda negra en nuestro territorio es paradigmático: se reproducen párrafos enteros de, por caso, Las venas abiertas de América Latina, sin siquiera permitir que se expongan argumentos para desmentirlos (cosa que el propio autor de dicha obra desestimó), o se hace una apología del libelo falso de Bartolomé de las Casas, previa introducción de las clásicas consignas antiespañolas como la mentira del “genocidio”, y demás.
La jugada geopolítica es tan explícita, es tan grosero el intento de fragmentar aún más la nación gracias a la inserción de dichas perspectivas, que a veces da pavor la obsecuencia de los propios docentes dedicados a enseñar historia en los institutos.
La tergiversación de la historia “por izquierda”, viene a completar el trabajo hecho por los liberales oligárquicos que construyeron el relato oficial de la historia nacional y continental. Ambos polos tienen el mismo origen: tanto Halperin Donghi como Felipe Pigna, aunque no lo parezca, están cortados con la misma tijera, son simétricos y complementarios.
Por lo tanto, esta formación en historia que ha oscilado entre el liberalismo oligárquico y el progresismo posmoderno, tiene la misma finalidad: evitar la emergencia de una línea nacional e hispanoamericana en la formación académica de los estudiantes, ya sea eliminándola, o disfrazándola con recursos caritacurescos cuando no directamente mintiendo; es muy fina la labor de selección de hechos, personajes y procesos que se exaltan y se destacan para construir el relato que es afín a la geopolítica anglosajona (por ejemplo, dar historia del peronismo asociado al keynesianismo y/o la socialdemocracia, o directamente al nazismo o al fascismo).
- Una nueva pedagogía moral: el relativismo
Se trata de un procedimiento de transformación de la ética y la moral de los estudiantes, el intento permanente de instalar un nuevo marco a partir del cual reflexionar sobre la acción humana. Se trata de una moral relativista que le quita a la persona la fe entendida como convicción profunda de que existe una dimensión mayor a la mera existencia en el presente, y que debemos educarnos para servir, armónicamente, a ese bien mayor que está por encima de nuestra mera individualidad porque, de hecho, es condición para que ella se desarrolle.
Esa fe (que fue basamento de la educación peronista, que amalgamó en un proyecto coherente las ideas de derecho al bienestar, del privilegio a los niños, de la dignidad del trabajo, etc.) fue reemplazada por una nueva ética: el culto al yo, pero sin yo, es decir, a la sensorialidad del yo, a la más superficial dimensión del mismo. No se trata de un yo racional, sino de un yo espectral, totalmente reacio a la razón, con un primado absoluto del sentir y del gozar, al punto de hacer emerger supuestos derechos de los meros sentimientos, algo a todas luces absurdo.
El advenimiento de vocablos como “placer”, “represión”, “goce, “derechos”, “diversidad” etc., a modo de consignas a seguir como dogmas, provocó en los estudiantes que, a partir de la inauguración de nuevos espacios “transversales” a la formación clásica de materias, deban resignar tiempo de formación, por caso en Historia Argentina, para dar lugar a la doctrina posmoderna, pero también logró, en base a un sostén estatal cada vez más fuerte, que los estudiantes sepan menos, así, lisa y llanamente, que en una vida cotidiana plagada de información falsa y de redes antisociales, tengan menos erudición, que su capital cultural de corte escolar (más allá de los consumos globalizantes) se precarice, afectando de manera casi irreversible las capacidades cognitivas. Entonces, si no hay contenido sobre el cual trabajar, se queda a disposición del primero que venga a adoctrinar.
Esta ignorancia de base logra que divulgadores e influencers como Darío Zeta o Sol Despeinada sean tan celebrados y sus discursos se transformen en material de referencia: son sumamente convenientes a esta precarización del intelecto porque se encargan de ensalzar esa precariedad; peor aún, cumplen la función de falsos profetas al enrevesar la mente de los estudiantes haciéndoles creer que pueden filosofar o hacer la revolución con el mero juego de palabras de la de(con)strucción (i), es decir, les hacen creer que lo antisistémico pasa por ahí, y no por la soberanía política o la justicia social.
Pero aún hay más perversión: legitiman el trastocamiento y la descontextualización de palabras que fueron hechas carne en nuestra propia historia como la justicia social, validando que cualquier consigna vacua sea un sinónimo de ella.
El relativismo histórico, el relativismo político, tienen como consecuencia lógica el relativismo moral, base fundamental para, en primer lugar, hacer convivir como si nada pasara, términos que en lo real y lo histórico son totalmente contradictorios (por ejemplo: “aborto es justicia social”) y, en segundo lugar, insertar la cultura del victimismo en lo más hondo de la consciencia de los estudiantes, que pasarán a ponderar toda la historia y también el presente en clave de víctimas y victimarios.
Nada, nada más intelectual y éticamente mediocre, ¡y promovido por la propia escuela! Ante semejante panorama experiencial en el cual los estudiantes no pueden ordenar sus vidas, desvalorizando el tiempo de lectura, adoleciendo de una tecnofilia que los conduce a legitimar lo que Paula Sibilia denominó la “intimidad como espectáculo”, mucho más necesario se torna el sentido de autoridad.
Pero como este adoctrinamiento posmoderno es tan fuerte, se le introduce al estudiante la necesidad de culpar al afuera; la cultura del victimismo hace que el sujeto se convierta en alguien que busque dentro de sí algún elemento que pueda victimizarlo ante los demás para poder sacar provecho.
La moral victimista es la moral trepadora, la moral del “meritócrata” pero al revés, eso sí, ambos aprovechando las grietas para subir escalones a costa del estado y la sociedad. Sí, las propias instituciones educativas, en clave posmoderna y progresista, impulsan en los estudiantes la moral del parásito, pero muy bien vendida como “diversidad”. Hermoso sujeto pedagógico están construyendo juntEs.
Algunas observaciones finales
Somos conscientes de que la demolición de la educación tiene una historia larga que debe remontarse al alfonsinismo, que tejió un discurso perverso que, amparado en el paraguas de los derechos humanos y la socialdemocracia de izquierdistas residuales, introdujo la educación argentina en el tercer mundo. Luego la catástrofe menemista, con su balcanización pedagógica (la balcanización territorial será un hecho si no la evitamos, recuerden que también el país está, en cierta forma, balcanizado políticamente), hizo de las políticas nacionales educativas un literal despojo.
Pero tampoco estos últimos veinte años son meritorios, en absoluto, más allá de la emergencia de algunos temas que se discutieron pero que nunca dieron lugar a una pedagogía realmente emancipadora. Así es como pensamos que todo se soluciona “con educación”, sin preguntarnos qué educación se quiere y se necesita, y mucho menos qué es lo que están haciendo de la educación en este tiempo.
No podemos dejar de mencionar, ante este panorama, el peligroso ascenso del “homeschooling”, o educación en casa, como una forma de reacción contra la dictadura sanitaria vivida en los colegios, que deslegitima aún más el sistema sabiendo que, ni bien el alumno ingresa en la institución, es adoctrinado por los cuatro costados. Digo peligroso, porque desvía el centro de la cuestión, el hecho de que la batalla debe darse dentro del sistema público de educación, que aún hoy sigue representando a la sociedad argentina, que lo considera fundamental para el ascenso y el bienestar social.
Finalmente, esta catastrófica situación, lejos de igualar las condiciones para elegir un destino académico, segmenta aún más a la población estudiantil: quedará una élite de científicos especialistas en STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemática, por sus siglas en inglés) que se dedicarán al desarrollo material de los países… y cursos de género, diversidad, indigenismo y demás vacuidades para el resto. Es así como las propias entidades académicas que ofrecen posgrados en la región, no paran de presentar propuestas de “formación” en todos y cada uno de los incisos de la agenda globalista.
Sin un modelo nacional con articulación federal y regional, pero con una recuperación de los ejes fundamentales para la sociedad y el estado en su conjunto, no es posible afrontar los retos de la disputa entre bloques que estamos viviendo, que, en los hechos, destruye toda posible evidencia de aquello que hemos dado en llamar globalización, pero que sigue siendo festejada bajo los afeites del progresismo, tan funcional como el liberalismo a la hora de llevar a cabo la colonización pedagógica de nuestro pueblo.
(i) No es inocente el paréntesis al escribir de(con)strucción, porque básicamente, la deconstrucción no es más que pura destrucción.