Por Marta Belenguer – Trikooba
(España) – Principios del año 2021. Bomberos, guardias civiles, trabajadores sociales, enfermeros, profesores, policías y demás cuerpos esenciales de estado español fuimos citados para la vacuna contra la COVID-19. El mundo entero andaba paralizado por un coronavirus de origen hoy todavía confuso, y esta ansiada vacuna era la única esperanza de recuperar el trabajo de muchos ciudadanos, el descenso de la presión hospitalaria, el contacto social y, en definitiva, nuestras vidas.
Muchas farmacéuticas se lanzaron por ser las primeras en sacar al mercado el producto y, entre ellas, los científicos de Oxford Vaccine Group desarrollaron la vacuna comercializada por la empresa británico-sueca AstraZeneca. Pero el viaje de esta vacuna, conocida ahora como Vaxzevria, ha sido turbulento, sacudido por mensajes confusos de AstraZeneca, preocupaciones de alto perfil sobre la seguridad y dificultades con la fabricación.
Para situarnos, hagamos una pequeña cronología de esta vacuna:
Estados Unidos apoyó el desarrollo de Vaxzevria en mayo de 2020, con 1200 millones de dólares proporcionados como parte de Operation Warp Speed[1]. El dinero ayudó a AstraZeneca y Oxford a embarcarse en ensayos clínicos en Estados Unidos, Reino Unido, Sudáfrica y otros lugares. Pero los investigadores realizaron los ensayos de forma independiente, lo que dificulta combinar sus resultados en una sola imagen clara sobre cuánto de bien funcionó la vacuna.
El 8 de diciembre de 2020, AstraZeneca y Oxford publicaron el primer artículo científico [2]en un ensayo clínico de fase 3 de una vacuna contra el coronavirus. El ensayo demostró que la vacuna puede llegar a proteger a las personas del COVID-19, pero dejó muchas preguntas sin resolver sobre los resultados. Sin embargo, el bajo coste y la facilidad de almacenamiento de la vacuna la hicieron atractiva para los países que buscaban una salida a la pandemia.
El Reino Unido y Argentina fueron los primeros países en otorgar la autorización de emergencia de la vacuna. Y el 16 de febrero de 2021, la Organización Mundial de la Salud recomendó Vaxzevria para uso de emergencia en adultos mayores de 18 años. Pero en marzo 2021, los reguladores médicos europeos preocuparon por una cantidad de casos de coágulos de sangre en personas jóvenes que recibieron Vaxzevria. En respuesta, algunos países optaron por minimizar el riesgo restringiendo la vacuna a las personas mayores, como fue el caso de España durante unos meses hasta su total extinción, y otros, como Noruega, la eliminaron permanentemente.
Y esa fue la vacuna de muchos de nosotros, una vacuna autorizada en España por emergencia sanitaria, no aprobada y todavía en fase de estudio, que fue paralizada cautelarmente en marzo por algunas notificaciones de trombosis venosa cerebral, reanudada sin exenciones, suspendida su inoculación en abril en menores de 60 años y eliminada meses después de nuestro programa de vacunación masiva.
Pero en aquel momento éramos unos privilegiados, nos estábamos saltando la cola de edad de vacunación porque nuestros servicios eran esenciales, o eso nos hicieron creer. Sin embargo, hoy en día, muchos somos desgraciados porque nos ha dejado enfermos más de un año, quien sabe si de por vida, y eso en la mejor de las suertes.
En ATEAVA, Asociación de Trabajadores Esenciales Afectados por la Vacuna AstraZeneca, hay personas jóvenes que han tenido que volver a casa de sus padres porque ya no pueden valerse por sí mismas, otras que han pasado de cuidar a otros a pagarse a alguien que les cuide a ellos, enfermeras que ya no pueden ni poner el apiretal en la jeringuillas para un hijo, personas con una sonda vesical perpetua, que han pasado de subir el pico Veleta a no poder subir la escalera de su casa, que ya no pueden conducir, que no pueden ni ducharse de pie, que ya no pueden sujetar a su hijo en brazos, que no pueden leer ni media hora por problemas de concentración, que han perdido mucha vista, que ahora tienen tinitus, que no pueden estar en conversaciones de más de media hora ni con más de dos o tres personas porque les dan crisis de neuralgia que acaban en hospital, que perdieron totalmente la memoria e incluso el habla, personas con dolores que no les dejan ni dormir, con las manos tan hinchadas que no pueden ni abrir una botella ni escribir en un ordenador, personas que han tenido que adaptarle el trabajo pero otras que aún no han podido volver o lo han perdido, personas con miocarditis y angina de pecho que, a pesar de que sobrevivieron, se preguntan cada día si les volverá a pasar, y también alguna que ya no está… Y todas estas personas son ATEAVA. Y cada vez llega más gente a nuestra asociación, gente a la que le ha costado dar hasta ese paso, porque somos enfermos y nuestro día a día es muy duro.
Pero ustedes no habrán escuchado ni leído nada de todo esto en los medios, ¿y saben por qué? Porque muchos de nosotros hemos contactado con medios y la gran mayoría no han respondido, alguno ha argumentado que se aleja de su línea editorial y hasta algún valiente nos ha contestado «no me dejan y ya he tenido bastantes problemas». Sin embargo, no les sonará extraño porque a día de hoy todos tenemos ya un vecino, compañero, conocido o familiar que ha sufrido efectos secundarios graves de la vacuna y en la mayoría de los casos sigue en tratamiento. Demasiada casualidad conocer tanta gente alrededor de uno si el porcentaje de efectos secundarios graves es tan pequeño.
Aun así, algunos colectivos, como médicos, políticos, periodistas, dicen que los beneficios de la vacuna son superiores a los daños. Pero para nuestras familias somos una madre o un padre, un hermano, un hijo y, en este caso, ni tan siquiera hemos sido un número. No hay un registro público en las administraciones de las personas ingresadas por efectos secundarios de la vacuna, no se ha hecho seguimiento de ningún caso notificado a la Agencia Española de Medicamentos, no hay documentación actualizada sobre la frecuencia de los efectos secundarios… Personas que han estado al borde de la muerte y ni tan siquiera son una estadística.
Si no somos ni un número, si se nos deniega asistencia sanitaria por falta de credibilidad, si seguimos saliendo de las consultas con una receta de antidepresivos, si a ojos de la sociedad nos tenemos que conformar porque «todo tiene un efecto secundario y, total, ya no estás tan mal como estabas»… nunca se hará seguimiento a nuestros casos, nunca se investigará qué nos ha pasado y qué nos pasa todavía, nunca se aprobará una unidad de afectados por la vacuna como la hay del long-covid en los hospitales, y se nos seguirá maltratando como pocas veces ha ocurrido con un colectivo de víctimas en este país.