Por Guillermo Rodríguez – El American

La libertad interior no es otra cosa que la consciencia de la propia individualidad, mientras que la libertad en el orden social no es otra cosa que es espacio que un orden social permite para el ejercicio de las diferentes y frecuentemente contrapuestas individualidades. Por eso la libertad emerge junto con la civilización y desde la moral civilizada que supera una moral atávica de pequeños grupos primitivos cohesionados por la envidia. La libertad en el orden social es propia de las sociedades en las que se valora la tolerancia y el intercambio voluntario. Una sociedad es libre en la medida que asegura el intercambio voluntario, proscribe el intercambio involuntario y tolera que cada quien determine sus propios fines y los busque por sus propios medios, de acuerdo con sus propias convicciones y en tanto no dañe material e intencionalmente a otros.  

Por eso todo socialismo en sentido amplio se basa en la envidia como atavismo moral inevitablemente contrario a la libertad. Pueden los socialistas rechazar la libertad como “un mero prejuicio burgués” o denominar  libertad a lo que es en realidad su negación en el orden social, pero no pueden aceptar que la coacción que algunos ejercen sobre otros se vea reducida al mínimo, en el ámbito social, a menos que definan arbitrariamente ese mínimo, no como lo indispensable para perseguir las acciones antisociales contra personas y propiedades, sino como toda la coacción necesaria para rediseñar el orden social de acuerdo con cualquier racionalización de sus atávicas pulsiones a las que falazmente denominen justicia y racionalizaciones de ese tipo se reducen finalmente desde la Teoría de la Justicia de un liberal americano, al que pocos ven como el  socialista “moral” que realmente es Rawls, hasta la Teoría de la Tolerancia Represiva, de un neo-marxista revolucionario como Marcuse.

El problema, de hecho, es que la libertad es un accidente evolutivo relativamente reciente en la medida que es el resultado de la concurrencia de ciertos valores morales, tras la generalización de los cuales fue posible que comenzara a materializarse en el emergente orden civilizado. La clave de ese orden espontaneo es que sus resultados no han sido planeados, o siquiera previstos, por aquellos de cuyas interacciones emergen. Porque no requieren planear el orden evolutivo al cual se adaptan para planificar la persecución de objetivos que les conciernen directamente, y porque en referencia al orden espontaneo intersubjetivo en dinámica evolución, únicamente tienen un conocimiento limitado, incapaz de soportar una planificación central viable.

Nos guste o no, es una cuestión de hecho que para adaptarnos a nuestro entorno social imitamos inconscientemente conductas que se adoptaron en el pasado, sin que existiera la posibilidad de imaginar siquiera sus resultados a largo plazo, arraigándose como tradiciones porque su más relevante resultado fue que quienes las adoptaron prosperasen en número para desplazar o absorber a quienes no las descubrieron o adoptaron primero. En el largo plazo, el producto intersubjetivo emergente de tales conductas es el complejo e interdependiente orden evolutivo espontaneo de la sociedad extensa, desarrollándose en una zona intermedia entre el orden biológico autónomo y el orden teleológico consciente, producto de la razón. La teoría del orden espontaneo evolutivo de la sociedad de Friedrich Hayek se puede describir como el descubrimiento y explicación de esa zona intermedia en que evolucionan sistemas como el mercado, el derecho y el lenguaje, que no han surgido en determinado momento y a conocido propósito como cualquier invención técnica, pero que tampoco son procesos esencialmente independientes del ser humano como la evolución de la vida.

La estrecha relación causal entre propiedad y libertad que no se limita a que aquélla sea el marco material que permite el ejercicio de ésta en un orden social, sino a que la esclavitud es por definición el cese de la auto-propiedad individual.

Tenía razón Rand en que negar los derechos de propiedad equivale a convertir a los hombres en propiedad del Estado y en que quien se arrogue el ‘derecho’ de ‘redistribuir’ la riqueza que otros producen está reclamando un falso “derecho” de emplear a las personas como bienes de uso.

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