Por Antonio O’Mullony – gaceta.es

Seis semanas ha durado el juicio del caso entre Johnny Depp y su exmujer, Amber Heard. Mes y medio de exposición televisiva sólo comparable a la del proceso de Kyle Rittenhouse, que el pasado mes de noviembre se enfrentó a la pena de cadena perpetua y a toda la oficialidad periodística de los Estados Unidos, acusado de los cargos de homicidio e intento de homicidio por matar a dos miembros de Black Lives Matter y herir a un tercero, de los que fue absuelto.

Como al joven en Wisconsin, a Depp también le ha dado la razón el jurado popular del Tribunal de Circuito del Condado de Fairfax, en Virginia, donde se ha celebrado el litigio por encontrarse allí los servidores del Washington Post, en cuyas páginas se publicó en 2018 el artículo de opinión en el que Heard afirmaba que se había convertido en una «figura pública que representaba el abuso doméstico». De aquel texto, la demanda por difamación que, al haber sido presentada por un personaje público, ha tenido que cumplir con la exigencia de que las afirmaciones sean probadas falsas y de demostrar que la exmujer del actor tuviese «malicia real», según la jurisprudencia generada por la Corte Suprema en 1964.

Rittenhouse para la legitimación de Black Lives Matter como movimiento organizado con total amparo legal en sus actuaciones y allanar el camino hacia la prohibición de la posesión de armas de fuego entre la población civil y su posterior incautación por parte de las autoridades; y Depp para reforzar el «sólo sí es sí», el «me too» y, en definitiva, la aceptación general de que el hombre no goza de la presunción de inocencia en ningún lugar de Occidentede que cualquier denuncia será tenida en cuenta por falsa que sea, de que no existe igualdad ante la ley. Uno para el racismo y el otro para el machismo sistémicos. Ambos chivos expiatorios fallidos de los agentes del pensamiento único, absueltos por personas corrientes y anónimas. No por políticos, periodistas o celebridades.

Precisamente, tras el veredicto del jurado y la sentencia del juez, algunos medios ya afirman que Depp ha utilizado el proceso para rehabilitar su imagen. Es innegable que la percepción pública del intérprete se ha visto ciertamente dañada por unas denuncias falsas que, en no pocas ocasiones, sólo alguien con tanta relevancia y capacidad de contratar a abogados de renombre puede rehabilitar. En los argumentos finales, los representantes de Depp pidieron que se le «devolviera la vida» después de que las acusaciones de su exesposa la «arruinaran».

De igual manera cierto es que las televisiones que han acusado al actor de pretender lavar su imagen a través del proceso judicial carecen del menor respeto por la recién emitida sentencia, ymenos aún por la verdad. Como ocurrió en el caso de Kyle Rittenhouse, la opinión publicada estadounidense ha vuelto a errar en el propósito de imponer su agenda aun a costa de arruinar la vida de inocentes, gracias al veredicto de gente normal, tal vez consciente de ser el objetivo último de la ingeniería social totalitaria.

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