Por Agustina Sucri – La Prensa

El “meta-análisis” surgido en los 90 en la Universidad de McMaster sustituyó la investigación tal como se entendía hasta la modernidad, sostiene el epidemiólogo Mario Borini. Los postulados científicos, la duda y la corrección, dieron paso a los axiomas indudables. Cómo se gestó esta adulteración, por qué fue aceptada y cómo equilibrar la discusión sobre la pandemia, las medidas contra ella y sus resultados.

A más de dos años de la declaración de esta curiosa pandemia, sigue sorprendiendo cómo el engaño de un discurso pseudo científico, sin respaldo de la evidencia, fue aceptado como verdad indiscutible. No hubo un solo truco sino varios, explica en una entrevista con La Prensa el doctor Mario Borini, epidemiólogo y ex profesor titular de Salud Pública de la Universidad de Buenos Aires, quien acaba de escribir un artículo titulado “Medicina Basada en la Evidencia: ¿panacea o señuelo?”.

Para hacer creer que todas las medidas implementadas ante el covid-19 están basadas en evidencia científica, “combinaron varios trucos: la referencia a falsarias autoridades científicas, como la OMS y la Comisión de Expertos en cada país; el uso de teorías deformadas a su antojo, como la del contagio; y la prueba poco específica de la PCR en los hisopados”, argumenta Borini, para luego añadir: “A parte de esta conjunción de argumentos, pruebas y referencias, tan cara a la ciencia, crearon pánico y abusaron del apriorismo de la sociedad en general y del personal de salud en particular, tan sensibles a la coerción”.
El catedrático reconoce que una minoría resistió todas estas “trampas astutas basadas en mentiras, falacias, y hasta delirios, que fueron aceptados sin examen”. El problema fue, en opinión de Borini, que “como en una tragedia griega, a quién no se alienara en su adopción, lo esperaba el desempleo, la censura, la intimidación, la detención policial y, en algunos casos, el asesinato”.

“Nos desvalorizaron hasta el aniñamiento, nos metieron en una crisis permanente, agregando cada día un nuevo vagón al tren fantasma. Y en la resistencia aceptamos la biologización de la cuestión, dejando en segundo plano la discusión de la política pública y de la política social”, añade.  

“No es difícil explicar entonces cómo la sociedad compró prejuiciosamente esos trucos y ahora está tan obstinada que le cuesta reconocerlo”, reflexiona.

En su artículo, Borini plantea que el origen de estos trucos fue un cambio en la definición de evidencia en Medicina: “En 1991, la Universidad de McMaster (Canadá), y la Colaboración Cochrane (Reino Unido) dieron origen a la ‘Medicina Basada en la Evidencia’, como se la conoce hoy en la ciencia. La basaron en el ensayo clínico, al que sumaron la investigación bibliográfica sistemática. Pero el agregado verdaderamente original fue un nuevo tipo de investigación, al que llamaron meta-análisis, consistente en una comparación de trabajos científicos con distintos puntos de vista y pruebas para evaluar un mismo procedimiento médico. El meta-análisis sería entonces el método para superar la aparente incomparabilidad de varios trabajos.  Con sus métodos supuestamente infalibles, sustituyeron las nociones de evidencia que en el Mundo Antiguo provenían de la intuición y contemplación; en la Edad Media surgían de la búsqueda categórica kantiana, y en el Mundo Moderno de una construcción pragmática”.

Pero ¿cómo se trabajaba antes en evidencia en Medicina y qué es exactamente lo que cambió? “En la medicina moderna siempre se trabajó en base a los postulados científicos que validaban lo que se decía y practicaba, dejando algún lugar para la duda”, responde Borini.
En cambio, la autotitulada ‘Medicina Basada en la Evidencia’, creada por la Universidad de McMaster y la Colaboración Cochrane, genera verdades, afirma el epidemiólogo. “Reemplaza la duda y la creencia cambiante por el conocimiento indudable. Refuerza así el reduccionismo científico, como si existieran factores determinantes de cada realidad, sin necesidad de cambio estructural. Si un medicamento no tiene beneficios, no estudia por qué se investigó, aprobó y extendió su uso”, detalla.

“La complacencia de funcionarios y la presión de las corporaciones no forman parte del desarrollo farmacológico. Se explica, entonces, que el director de Colaboración Cochrane para Iberoamérica, Xavier Bonfill, haya publicado su libro insignia de la evidencia en salud pública con dos logos de Novartis en la tapa”, ejemplifica.

Esto no ocurrió de la noche a la mañana. Sobre cómo se gestó esta adulteración del concepto de evidencia, Borini señala que hubo cambios anteriores en la medicina, como cuando se pasó de la sobre-naturalización a la naturalización, cambiando ritos por hierbas, por ejemplo. “De manera que a los argumentos mágico-religiosos se les contrapusieron pruebas empíricas basadas en los efectos de preparados minerales, vegetales y animales. Y desde la naturalización a la socialización, cuando la medicina social descubrió la evolución y el contexto de la salud y de las enfermedades. En todos esos cambios participaron hechos e historias. Así, la sobre-naturalización de las curaciones se correspondía con un orden monárquico-religioso. La naturalización, con la sustitución de monarquías por gobiernos orgánicos. Y la visión social de la medicina con la profundización de la crítica al statu quo”, describe.

Continúa explicando que estos cambios en las formaciones sociales se correlacionaban con cambios en la forma de investigar, enseñar, diagnosticar y tratar la salud socio-ambiental, desde la conjetura en base a revelaciones, luego a descubrimientos prueba-error, y ahora a la “invención de naturaleza” mediante, por ejemplo, la transgénesis y el transhumanismo.

“Claro que, en el fondo, todas son creencias, y ninguna alcanza estatuto definitivo de verdad, aunque la ‘Medicina Basada en la Evidencia’ la profese”, agrega.

En su texto, hace notar que la aparición del covid-19 se prestó para poner a prueba la evidencia de un virus, de la PCR en el hisopado como prueba de su existencia, de la necesidad de cuarentenas, máscaras y distancia para evitar el contagio, y de vacunas como medio indiscutible para lograr la inmunidad.

“Estas medidas no pudieron probar su eficacia, inocuidad, ni costo accesible para todos. Fue risible que pregonaran su evidencia, mientras carecían a todas luces de ella”, escribe, para luego agregar: “Aun así, impregnaron la política pública, los medios masivos, y la conciencia de científicos, de profesionales y de la sociedad”.

En esa línea, Borini expresa que había una clara división de poderes: el poder intangible (moral y de información) se concentró en los disidentes, mientras los adherentes concentraron el poder material (político, económico y de comunicación).  

“Pero no hubo debate, en clara demostración de que, para la política oficial, estaba perdido. Sino una abierta y descarada censura, que en algunos casos superó la intimidación y el encarcelamiento hasta llegar al asesinato”, remarca.

Pese a esto, Borini sostiene que impera en las conciencias una evidencia sesgada: “cualquier diálogo que se genere acerca de la pandemia y de las medidas contra ella, se sumerge casi inexorablemente en aguas de la clínica y del laboratorio. En general, el imaginario profesional y social están atrapados en esta visión restrictiva de la evidencia. Y nos quedamos absortos ante la menor comunicación de lo que estaba ocurriendo con la política pública y la política social”.  

El epidemiólogo y ex profesor de Salud Pública hace hincapié en que la cuestión teórica quedó prácticamente limitada a la biología mientras la cuestión práctica a la clínica y al laboratorio. “Es hora, entonces, de plantear la evidencia en dimensiones que conserven, pero también complementen, equilibren y superen a la evidencia en estos campos”, propone.

Borini subraya que “no se usa la palabra ni el concepto de evidencia para evaluar la política pública y la política social, mientras que la bibliografía acerca de la ‘Medicina Basada en la Evidencia’ es abrumadora”. Por eso, sugiere considerar indicadores de la evidencia en ambas políticas, con el objetivo de “equilibrar urgentemente la discusión acerca de la llamada pandemia, de las medidas contra ella y de sus resultados”.

En materia de política social, explica que los indicadores de la evidencia deben dar cuenta de lo que pasa en los grupos y en el conjunto social. “¿Y qué cosa es más importante que la autodeterminación? Por el contrario, las políticas públicas instrumentadas abolieron la adultez, e infantilizaron, sometieron, y alienaron multitudes. Por su falta de consulta, atentaron contra la dignidad, entendida como el respeto por sí mismos y por los demás”, enfatiza Borini.

Otra variable social central es el empobrecimiento, prosigue. “Si bien aumentó sin pausa desde los años 40 del siglo pasado, inferido del índice de Gini que estudia la concentración de la riqueza, ascendió un grosero escalón durante el covid-19, transfiriendo el 30% de los ingresos del decil más pobre al más rico”, puntualiza para luego agregar: “Y la desocupación, que hizo estragos fundamentalmente en el trabajo informal, el más vulnerable a las crisis”.

Respecto de la política pública, Borini apunta que los indicadores de la evidencia deben relevar motivos y efectos de las decisiones gubernamentales:

* El incumplimiento de las Constitución y de las leyes
* La falta de soberanía en las decisiones
* La ausencia de plebiscitos y audiencias públicas como medios de la sociedad para controlar a sus gobiernos
* El dictado de medidas para la paz social en reemplazo de las falsas grietas
* El respeto por un verdadero federalismo que contribuya y se nutra de la unidad nacional

¿Podemos ir más allá de la crítica a las políticas nacionales?, se pregunta Borini. “Por supuesto, y nos encontraremos con los grandes negocios que proponen un futuro aún más penoso para la humanidad: armas, drogas y narcotráfico, explotación de la naturaleza, trata de personas…, encabezando la lista de las mayores transacciones económicas del mundo”, responde.

Por todo esto, el epidemiólogo sostiene que es necesario cuestionar la dirección que está tomando la civilización, “para que los nuevos desarrollos de la tecnología (digitalización, transhumanismo, transgénesis, algoritmización decisional) estén al servicio de un desarrollo humano con valores cada vez más altos, en vez de armar nuevos cadalsos con políticas públicas que empeoren a las próximas pandemias y seudo-pandemias”.

Borini insiste en que la igualdad de trato obliga a crear políticas públicas y sociales, nacionales e internacionales basadas en la evidencia, con sus propios métodos e indicadores. “Estos no serían omitidos por la ‘Medicina Basada en la Evidencia’ cuando examina medidas gubernamentales ante un evento como el covid-19. Con esta amplitud, aportará cada vez más como una panacea, en vez de un señuelo como es demasiadas veces”, vaticina.

Consultado sobre quiénes se han beneficiado mediante el cambio de paradigma sobre lo que es hoy entendido como evidencia, el epidemiólogo apunta que “la ‘Medicina Basada en la Evidencia’ se concentró en la evaluación de prácticas, equipos e insumos médicos. Ahí está entonces una respuesta preliminar. Los beneficiados están en el complejo financiero-industrial de medicamentos, vacunas, aparatos, en los organismos transnacionales públicos y privados, y en los funcionarios que los promueven”.

“La concesión a intereses, más que el conflicto de intereses, está ganando la partida, por encima de la salud. Pero este es un escarceo, una jugada entre muchas. Porque después de semejante disparate pueden pasar de la biología a la destrucción de la economía doméstica, a la implosión del entorno natural y a la dominación artificial de las conciencias”, lamenta. No obstante, aclara que “no lograrán este futuro sin nosotros, que por ahora estamos de rodillas” y se muestra esperanzado en un futuro mejor: “Tenemos dos poderes invencibles: el poder del conocimiento y el poder moral”, finaliza.

Medicina basada en la evidencia: ¿panacea o señuelo? 

En 1991, la Universidad de McMaster (Canadá), y la Colaboración Cochrane (Reino Unido) dieron origen a la medicina basada en la evidencia, como se la conoce hoy en la ciencia. La basaron en el ensayo clínico, al que sumaron la investigación bibliográfica sistemática. Pero el agregado verdaderamente original fue un nuevo tipo de investigación, al que llamaron meta-análisis, consistente en una comparación de trabajos científicos con distintos puntos de vista y pruebas para evaluar un mismo procedimiento médico. El meta-análisis sería entonces el método para superar la aparente incomparabilidad de varios trabajos.  

Con sus métodos supuestamente infalibles, sustituyeron las nociones de evidencia que en el Mundo Antiguo provenían de la intuición y contemplación, en la Edad Media de la búsqueda categórica kantiana, y en el Mundo Moderno de una construcción pragmática.

La aparición del covid-19 se prestó para poner a prueba la evidencia de un virus, de la PCR en el hisopado como prueba de su existencia, de la necesidad de cuarentenas, máscaras y distancia para evitar el contagio, y de vacunas como medio indiscutible para lograr la inmunidad. Estas medidas no pudieron probar su eficacia, inocuidad, ni costo accesible para todos.

Fue risible que pregonaran su evidencia, mientras carecían a todas luces de ella. Aun así, impregnaron la política pública, los medios masivos, y la conciencia de científicos, de profesionales y de la sociedad. Había una clara división de poderes: el poder intangible (moral y de información) se concentró en los disidentes, mientras los adherentes concentraron el poder material (político, económico y de comunicación).  Pero no hubo debate, en clara demostración de que, para la política oficial, estaba perdido. Sino una abierta y descarada censura, que en algunos casos superó la intimidación y el encarcelamiento hasta llegar al asesinato. Sin embargo, impera en las conciencias una evidencia sesgada: cualquier diálogo que se genere acerca de la pandemia y de las medidas contra ella, se sumerge casi inexorablemente en aguas de la clínica y del laboratorio.

En general, el imaginario profesional y social están atrapados en esta visión restrictiva de la evidencia.

Y nos quedamos absortos ante la menor comunicación de lo que estaba ocurriendo con la política pública y la política social.  Nuestro objetivo, entonces, es llamar la atención acerca de que la cuestión teórica quedó prácticamente limitada a la biología, y la cuestión práctica a la clínica y al laboratorio.

Es hora, entonces, de plantear la evidencia en dimensiones que conserven, pero también complementen, equilibren y superen a la evidencia en estos campos.

Entramos así en un camino nuevo. Porque no se usa la palabra ni el concepto de evidencia para evaluar la política pública y la política social, mientras que la bibliografía acerca de la medicina basada en la evidencia es abrumadora.

Sin agotar el tema, proponemos considerar indicadores de la evidencia en ambas políticas, para equilibrar urgentemente la discusión acerca de la llamada pandemia, de las medidas contra ella y de sus resultados. En la política social, los indicadores de la evidencia deben dar cuenta de lo que pasa en los grupos y en el conjunto social:¿Y qué cosa es más importante que la autodeterminación? Por el contrario, las políticas públicas instrumentadas abolieron la adultez, e infantilizaron, sometieron, y alienaron multitudes. Por su falta de consulta, atentaron contra la dignidad, entendida como el respeto por sí mismos y por los demás.

Otra variable social central es el empobrecimiento. Si bien aumentó sin pausa desde los años 40 del siglo pasado, inferido del índice de Gini que estudia la concentración de la riqueza, ascendió un grosero escalón durante el covid-19, transfiriendo el 30% de los ingresos del decil más pobre al más rico.

Y la desocupación, que hizo estragos fundamentalmente en el trabajo informal, el más vulnerable a las crisis.

De manera que se ha incumplido nuevamente la política social, que fue creada con la promesa de que cerraría los baches de la política económica. Al contrario: en la crisis, los gobiernos transfieren a los grupos económicos los fondos que estaban asignados a la política social (previsión social, salud, educación, vivienda).

En cambio, en la política pública, los indicadores de la evidencia relevarán motivos y efectos de las decisiones gubernamentales:

• El incumplimiento de las Constitución y de las leyes • La falta de soberanía en las decisiones

• La ausencia de plebiscitos y audiencias públicas como medios de la sociedad para controlar a sus gobiernos

• El dictado de medidas para la paz social en reemplazo de las falsas grietas

• El respeto por un verdadero federalismo que contribuya y se nutra de la unidad nacional

¿Podemos ir más allá de la crítica a las políticas nacionales? Por supuesto. Y nos encontraremos con los grandes negocios que proponen un futuro aún más penoso para la humanidad: armas, drogas y narcotráfico, explotación de la naturaleza, trata de personas…, encabezando la lista de las mayores transacciones económicas del mundo.

Cuestionaremos entonces la dirección civilizatoria. Para que los nuevos desarrollos de la tecnología (digitalización, transhumanismo, transgénesis, algoritmización decisional…) estén al servicio de un desarrollo humano con valores cada vez más altos. En vez de armar nuevos cadalsos con políticas públicas que empeoren a las próximas pandemias y seudo-pandemias.

Creemos haber demostrado que la igualdad de trato obliga a crear políticas públicas y sociales, nacionales e internacionales basadas en la evidencia, con sus propios métodos e indicadores. Estos no serían omitidos por la medicina basada en la evidencia cuando examina medidas gubernamentales ante un evento como el covid-19. Con esta amplitud, aportará cada vez más como una panacea, en vez de un señuelo como es demasiadas veces. Este equilibrio evitará que sumemos nuestra mano para tapar el sol. 

Mario Borini

Prof. Titular de Salud Pública, Universidad de Buenos Aires, 2003-2008 

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