Fuente: La Derecha Diario.

En 2017, el Foro Económico Mundial publicó un artículo acompañado de un interesante video titulado Ocho predicciones para el mundo en 2030, donde dictan sus pronósticos, aunque parecen más propuestos políticas que predicciones ingenuas, de lo que va a ser el mundo en 10 años si triunfa la infame Agenda 2030.

En 2030 no tendrás nada y serás feliz“, “no se usará más carbón” y “se comerá menos carne” son algunas de las declaraciones que la organización que promueve la Agenda 2030 quiere convencerte de que serán reales.

Lejos de ser una teoría de conspiración, esta agenda ya se puso en práctica en varios países. Si bien hasta el 2019 todo parecía marchar a la perfección, la crisis que arrancó con la pandemia en 2020 y se recrudeció este año con la invasión de Ucrania, dejó expuesto a este perverso sistema.

Inmediatamente países como AlemaniaItalia España entraron en crisis energética, países como Holanda estallaron en protesta por las duras regulaciones ambientales, y la frutilla del postre, Sri Lanka, país-laboratorio de los asesores del Foro Económico de Davos, colapsó completamente.

El caso Sri Lanka

En 2019, el presidente recientemente inaugurado Gotabaya Rajapaksa incorporó a su equipo económico a varios asesores del Foro de Davos, con el objetivo de hacer buena letra frente a los mercados internacionales, ya que Sri Lanka estaba al borde del default.

Rajapaksa aplicó las medidas de la Agenda 2030 a rajatabla, y en tan solo dos años, estaba tratándose de escapar de la isla mientras un país entero intentaba asesinarlo. Tras la prohibición de agroquímicos y un fuerte impulso de una dieta vegana para la población, la desnutrición y las hambrunas se pusieron a la orden del día.

Millones de srilankeses salieron a las calles en protesta, en una de las revoluciones civiles más impactantes de la historia por su claro objetivo: volver a producir comida, tener dinero para importar combustibles y reestablecer un orden capitalista sin los delirios de la Agenda 2030.

“Farmer Bill”: Bill Gates es el granjero más importante del mundo

A pesar de su experiencia en el sector tecnológico, habiendo fundado Microsoft, tal vez la empresa más exitosa de la historia en la industria de la computación, y tras su retiro como director de la compañía, hoy Bill Gates tiene sus ojos puestos en otro sector de la economía: el agro.

Apodado como “Granjero Bill” (“Farmer Bill“) por la revista Land Report, el magnate de Sillicon Valley no le hace caso a la Agenda 2030 que él mismo promueve y con prácticamente nula publicidad, ha estado comprando cientos de miles de hectáreas en todo el mundo, y es a la fecha la persona que mayor cantidad de campos posee.

A datos del 2018, Gates poseía aproximadamente 242.000 acres de tierras de cultivo (casi 100.000 hectáreas), con activos que suman más de 690 millones de dólares. Para poner estos números en perspectiva, es casi el tamaño de Hong Kong, Manhattan o la Gran Londres.

Durante una presentación de su libro en la red social Reddit, el año pasado, se le preguntó sobre por qué está engullendo tanta tierra de cultivo, a lo que Gates respondió: “No está relacionado con el cambio climático ni pienso que sea importante“. 

La decisión, dijo, provino de su “grupo de inversión”, en referencia a Cascade Investment, la empresa que realiza sus adquisiciones millonarias. Lo que es curioso es que Cascade, en nombre de Gates, también es accionista de las empresas de proteínas de origen vegetal Beyond Meat e Impossible Foods, así como del fabricante de equipos agrícolas John Deere.

Ser propietario de tierras de cultivo es una de las inversiones financieras más prudentes que se pueden hacer en estos momentos, si se tiene la plata. Las tierras agrícolas como inversión ofrecen baja volatilidad, y resguardan valor, especialmente en un mercado resentido por la caída en la oferta luego de que los campos de Ucrania dejarán de ser el granero del mundo y pasaran a ser un campo de batalla.

Dejando la retórica del cambio climático de lado, Gates está cuidando su dinero y a su vez, aprovechando la oportunidad para invertir en importantes desarrollos de agroquímicos, justo lo que la Agenda 2030 quiere eliminar del mundo en los próximos 8 años.

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