Por Hugo Marcelo Balderrama – Panampost.com

El 01 de enero de 1959 ―vitoreados por miles de cubanos que lucharon por acabar con el corrupto régimen de Fulgencio Batista― Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Huber Matos ingresaban triunfantes a La Habana. Nueve meses más tarde, el comandante Matos era condenado a veinte años de prisión. La suerte de Camilo Cienfuegos no sería mejor, pues, el 28 de octubre de 1959, muere en un extraño accidente aéreo cuando viajaba de Camagüey a La Habana.

En su libro, Cómo llegó la noche, Huber Matos nos cuenta cómo Fidel Castro y El Che asaltaban fábricas de alimentos y robaban propiedad privada a humildes campesinos. Pero el detalle más escabroso son los fusilamientos que ambos ordenaban contra quienes cuestionaban sus decisiones. En resumen, Castro pretendía convertir a Cuba en su finca privada, cosa que, efectivamente, hizo.

Fidel Castro sabía muy bien que para sostenerse en el poder necesitaba de grandes dosis de publicidad. Por eso, junto a Manuel Piñeiro (Barbarroja), estableció el Departamento América, un centro de espionaje cuya misión central es detectar, reclutar y formar simpatizantes de la revolución cubana alrededor del mundo.

Muchos de esos reclutas estaban plenamente conscientes de su misión ―entre ellos, Augusto Olivares, consejero de prensa de Salvador Allende―. Sin embargo, otros no pasaban de ser, en palabras del propio comandante: «Idiotas útiles». Estos últimos vendrían a ser esos que defienden los «logros» en salud y educación, o aquellos que se tatúan la imagen de Guevara en alguna parte del cuerpo. Son seres incapaces de ver la realidad, y que le venden al mundo la mentira tal si fuera la verdad.

Las ambiciones de Castro no se reducían a esclavizar Cuba. Él quería dominar toda la región. Como ese sueño requiere grandes sumas de dinero, el comandante no dudo en unirse al negocio de la cocaína con Pablo Escobar y Roberto Suarez. Pero también lo llevó a cerrar acuerdos con las FARC, el ELN, el M-19, Sendero Luminoso, el IRA de Irlanda y cuanto grupo terrorista aparecía en la región y el mundo.

La estrategia de Castro ―luego adoptada por todo el Foro de Sao Paulo― consistía en debilitar a los gobiernos mediante el terrorismo callejero, siempre camuflado de «movimientos sociales», la publicidad engañosa, la destrucción de los partidos políticos y el desprestigio de las instituciones de seguridad nacional (Ejército y Policía). Empero, el golpe de gracia era la construcción de un líder «salido» del pueblo. Sí señores, Evo Morales, Lula da Silva, Gabriel Boric o Gustavo Petro son productos fabricados en Cuba.

Ahora mismo, las relaciones entre Lula y el PCC, la pandilla más peligrosa de Brasil, vuelven a salir a luz.

La conexión se establece por medio de Felipe Ramos Morais y João Vaccari Neto. El primero era el piloto de confianza del PCC, encarcelado desde 2018. Y el segundo era tesorero del PT y esposo de Giselda Rose de Lima, dueña del apartamento donde vivía Morais. He aquí una pequeña «coincidencia» ―para no usar otra palabra―, este inmueble está ubicado en la famosa torre Solaris, en Guarujá, el mismo edificio donde se encuentra el apartamento tríplex que presuntamente pertenece a Lula.

Sin embargo, los negocios turbios de Lula da Silva con el PCC nacen a principios del siglo 21.

En 2002, la policía arrestó al chileno Mauricio Hernández Norambuena en Brasil. El guerrillero, miembro de la Organización Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), era prófugo de la justicia chilena desde 1996, Hernández Norambuena, o comandante Ramiro como se define, era el líder operativo de la organización.  En prisión conoció a Marcos Herbas Camacho, segundo hombre del PCC. De esa relación nace el acuerdo entre el cártel brasileño y la dictadura cubana, permitiendo que pandilleros del PCC tengan acceso a las armas y el entrenamiento castrista.

Juan Reinaldo Sánchez ―quien fuera guardaespaldas personal del dictador cubano durante 17 años― pasó la última etapa de su vida contando las relaciones de Fidel Castro con la mafia mundial. También relató los lujos en los que vivía el comandante, mientras obligaba a su pueblo a padecer las miserias más grandes. Castro nunca fue un estadista ni un político, mucho menos un gigante de la historia, como lo llamó Carlos Mesa; su verdadera ocupación fue la de gánster, el rey del gansterismo.

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