Por Javier Torres – gaceta.es
Las emergencias van cambiando de registro. El covid desapareció cuando Putin (hasta el momento, la vacuna más eficaz) invadió Ucrania y la guerra ya no existe porque ahora la emergencia climática desborda las escaletas de los informativos en televisión. Los mapas del tiempo se tiñen de rojo representando a España como “El Infierno” de Hernando de la Cruz. Un par de grados más y cualquier día sale ardiendo el plató.
Como sucede con la sección de deportes -altavoz feminista-, el espacio dedicado a la información meteorológica ya no es tal para convertirse en ariete ideológico al servicio de la causa climática. Al calor en verano se le llama “ola de calor” y las mismas temperaturas que antes se representaban en colores claros ahora abarcan toda la gama de rojos, amarillos y magenta, haya 26 grados o 40.
Este terrorismo informativo, cuya avanzadilla emergió durante la epidemia del coronavirus, dibuja una España en llamas al borde de la extinción. La culpa -repiten desde Sánchez hasta el último chamán climático con micrófono- es del cambio climático. La verdad, sin embargo, es que más del 90% de los incendios son provocados o por negligencia. Y el resto por la caída de rayos, lo que vuelve a demostrar que dato no mata a relato.
Y esto lo sabe el poder, que respira aliviado porque los medios de comunicación -cinturón adiposo y protector junto a sindicatos y patronal- repiten la matraca del cambio climático sin aportar evidencia alguna. El ruido generado propicia que no se aborden causas más profundas, como el fanatismo verde que ata de manos a agricultores y ganaderos impidiéndoles limpiar el campo de maleza.
Lo importante, en cualquier caso, es mantener siempre una emergencia latente para culpar al ciudadano, al que se bombardea para convencer de que sus problemas reales no lo son, sino los que diga la televisión. Es importante el matiz, pues no hay emergencia energética aunque la factura de la luz, el gas y la gasolina se hayan duplicado. No hay emergencia alimentaria aunque la cesta de la compra subiera en mayo cinco veces más que el IPC, ni hay emergencia económica aunque la inflación se disparase en junio al 10,2% y casi la mitad de los españoles cambie sus planes de verano. La única emergencia es la climática y es culpa nuestra.
Por este motivo los esfuerzos de los medios en construir una realidad alternativa son fundamentales. Los bosques se queman porque usted tiene la desfachatez de ir en coche. Nadie aceptaría voluntariamente la eliminación de sus derechos fundamentales si antes no le han convencido de ello. ¿Quién podría asegurar a estas alturas de 2022 que Sánchez no vaya a decretar un nuevo estado de alarma si, Dios no lo quiera, se producen más incendios en distintas regiones de España? Nadie podría descartarlo, y eso que el Tribunal Constitucional demostró que el Gobierno nos encerró en casa ilegalmente en 2020.
El varapalo judicial, aunque parezca increíble, no supone un obstáculo para que suframos nuevas restricciones. La brutal campaña de propaganda externa (UE, ONU, Agenda 2030 y hasta Biden planea declarar la emergencia climática aumentando sus poderes y reduciendo los del pueblo) harían posible lo imposible (ventana de Overton) porque llevan años concienciando (aterrorizando) a la población.
Desde luego, los antecedentes más recientes favorecen al Gobierno. Los españoles, en general, nos comportamos como masa borreguil aceptando todo tipo de disparates con sumisión perruna. Aplaudimos a las ocho de la tarde cuando morían 1.000 personas cada día, salimos a dar una vuelta a la manzana a la hora que dictaba el cacique de turno, caminamos por la calle con mascarilla y tragamos que hubiera más gente en un plató de televisión (todos sin mascarilla) que en el entierro de nuestros seres queridos. ¿De verdad nos opondríamos ahora a confinamientos por alta contaminación?
Este sometimiento -siempre por nuestra salud- nunca ha sido tan fácil de lograr como ahora. El poder, a excepción de las primeras semanas en España donde los helicópteros perseguían a bañistas en la playa, apenas ha necesitado imponerse con la virulencia, por ejemplo, del chino. La sensación de que una dictadura (formalmente llamada de otro modo) es posible ya no es ningún disparate.
Recordemos. Los voceros oficiales del régimen pasaron de animar a acudir a la huelga feminista del 8 de marzo de 2020 o reírse del coronavirus (“Las mascarillas son para los sanitarios o para los que ya están enfermos, ¡cuidado con las mentiras!”, dijo Ferreras días antes de que Sánchez declarase el estado de alarma) a defender los encierros. Un giro de 180 grados que jamás han explicado porque el poder se ejerce, sobre todo, para que el de abajo sepa quién manda.
Como en los buenos regímenes totalitarios vamos camino de borrar las pruebas del crimen, las evidencias de que todo aquello ocurrió, que hubo quienes en 48 horas pasaron del “aquí no pasa nada” a defender que se prohibiera trabajar a millones de españoles. Negarán que los medios fueran los anestesistas del poder y que fomentaran delatar al vecino. Un clásico, por cierto, del comunismo, pues la URSS es el único país en la historia que erigió una estatua en honor de un chivato: Pável Morozov, el niño que delató a su propio padre porque no era comunista.