Fuente: Panam Post
El indigenismo no defiende al indígena, lo utiliza como peón de ajedrez. Los zurdos los necesitan para llegar al poder y, de esa manera, mamar del enorme gasto público.
A pesar de ser un escéptico sobre los procesos independentistas de Hispanoamérica, debo admitir que el régimen boliviano no haya podido eliminar la significativa fecha del 6 de agosto es un gran triunfo, especialmente para quienes añoramos ver a una Bolivia libre del castrochavismo.
Sucede que, con mayor énfasis desde de la década de los 90, la izquierda boliviana ha intentado reescribir nuestra historia. Para eso se ha valido de algunos clichés, por ejemplo, el indigenismo.
Hemos escrito antes acerca del derrumbe del bloque soviético y la crisis discursiva de la izquierda mundial y latinoamericana. Por ende, los cuentos socialistas fueron deconstruidos en otros microrrelatos: homosexuales contra heterosexuales, mujeres contra hombres, e indígenas contra blancos.
El combustible que alimenta el indigenismo es el mismo que nutría a la dialéctica del marxismo clásico: la mentira.
La narrativa indigenista nos dice que todo lo que llegó a América a partir de 1492 fue malo. Sin embargo, la corona española promovió los matrimonios interraciales cinco siglos antes de que se pudieran celebrar en los Estados Unidos. Si los ingleses hubieran llegado antes, no solo no hubieran permitido ese tipo de uniones, sino que los nativos americanos hubieran sido borrados del mapa.
Por otra parte, fueron los barbudos los que enseñaron a los nativos el uso de la rueda. De igual manera, terminaron con las costumbres de sacrificar enemigos y consumir su carne que practicaban los aztecas e incas.
Para los militantes indigenistas es necesario descolonizarse y borrar todo el legado católico de nuestra cultura. Estos radicales rechazan en sus filas a los mestizos (los consideran descendientes de prostitutas y violadores). Paradójicamente, la mayoría de estos activistas jamás en su vida han pisado una comunidad indígena, mucho menos han labrado la tierra. Son farsantes que usan la causa indígena para hacer carrera política. Ahí el verdadero peligro, pues estos revoltosos son los responsables de la destrucción de ciudades en Ecuador, Chile, Argentina y Bolivia.
El indigenismo, como toda mentira, choca con la realidad. Verbigracia, Álvaro García Linera (un blanco y citadino) habla de la necesidad de legalizar el aborto como un instrumento de empoderamiento de los pueblos originarios. Empero los indígenas bolivianos tienen varias fiestas destinadas a celebrar la fertilidad de la tierra y de sus mujeres. Incluso en los valles de mi natal Cochabamba, cuando hay sequía y poca producción de la tierra, los comunarios preguntan a los centros médicos si alguna mujer abortó.
Otro ejemplo, durante el mes de mayo, las mujeres del valle cochabambino solicitan al Señor de Vera Cruz que las bendiga con un hijo. Esta petición la hacen acompañada de varios actos religiosos (mitad católicos y mitad andinos), costumbristas y festivos. La fiesta tiene una duración de tres días. Para los indígenas la natalidad está muy ligada a la productividad. Ergo, las ideas de la redistribución de la riqueza y el aborto les parecen aberrantes, y lo son.
Pero la falsedad más grande del indigenismo es pretender mostrarse como un movimiento autóctono. Puesto que sus voceros forman partes de ONGs financiadas por dineros de Estados Unidos y Europa.
En su libro, El ciudadano X, Emilio Martínez explica como George Soros fue el gran financiador de Evo Morales durante el golpe de Estado de 2003. Ahora mismo, agosto 2022, la norteamericana Kathryn Ledebur maneja las relaciones internacionales de Evo y de una parte del Movimiento Al Socialismo.
El indigenismo no defiende al indígena, lo utiliza como peón de ajedrez. Los zurdos los necesitan para llegar al poder y, de esa manera, mamar del enorme gasto público. Su negocio necesita víctimas, aunque sean falsas. Un negocio redondo si tenemos en cuenta que este relato convierte en damnificados a millones de seres humanos.