Fuente: Gaceta.es
El 20 de octubre de 2020 Simone Barretto Silva fue asesinada a cuchilladas durante una misa en la Basílica de Notre Dame de Niza.
El autor del crimen fue un yihadista tunecino que llegó a Francia a través de Lampedusa. Aunque mujer y negra, factores que en otras circunstancias suscitan el respaldo unánime del sistema, a Simone no sólo le quitaron la vida: fue condenada al ostracismo. La razón, claro, es que era católica y su asesino musulmán.
El cardenal Robert Sarah apunta en realidad a Occidente, un gigantesco cuerpo es descomposición que da la espalda a sus raíces
Si el crimen fue espantoso peor aún fue la respuesta de Occidente. El alcalde de Niza decretó el cierre de las iglesias (suponemos para no provocar) dando la razón al terrorismo islamista: matar sale rentable.
La UE guardó el silencio habitual y Macron (una semana antes otro terrorista islámico le cortó la cabeza a un profesor en París a plena luz del día) fue incapaz de levantar la voz contra quienes aprovecharon la debilidad francesa para atacar.
Lo hizo Erdogán y también el expresidente de Malasia, un tal Mohamad, que dijo que «los musulmanes tienen todo el derecho a matar a millones de franceses por masacres del pasado».
Frente al silencio y la cobardía europeas de aquellos días una voz rompió la resignación oficial que edulcora el suicidio de Occidente.
Fue el cardenal Robert Sarah, que dice sobre el islam lo que nadie quiere oír. «El islamismo es un fanatismo monstruoso que debe combatirse con fuerza y determinación. No detendrá su guerra. Los africanos lo sabemos demasiado bien. Los bárbaros son siempre enemigos de la paz».
Se equivoca, por supuesto, quien interprete las palabras de Sarah como un alegato contra el islam. Su diagnóstico va mucho más allá y apunta en realidad a Occidente, un gigantesco cuerpo es descomposición que da la espalda a sus raíces y es incapaz de integrar a culturas como la musulmana (difícil si no pone de su parte) porque sus señas de identidad se basan en el consumismo, el individualismo y el relativismo. Es decir, Europa carece de un sentido trascendente con el que seducir.
El cardenal guineano (…) sabe que nadie puede invadir o someter a una civilización si antes ésta no se ha suicidado
Se hace tarde y anochece -así se titula uno de sus ensayos fundamentales- y, por tanto, no hay tiempo que perder.
Sarah mira hacia dentro, va al corazón del problema y señala sin tapujos. «Europa ofrece a los recién llegados musulmanes irreligión y consumismo salvaje. ¿A quién le puede sorprender que se refugien en el fundamentalismo islámico? Muchos terroristas islámicos, desesperanzados por el nihilismo europeo, se echan en brazos del islamismo radical».
No es que el cardenal guineano justifique que el musulmán recién llegado se eche en brazos del terrorismo, qué va. Sencillamente sabe que nadie puede invadir o someter a una civilización si antes ésta no se ha suicidado.
Aunque mueva al escándalo, Sarah asegura que la persecución más destructora contra el cristianismo se lleva a cabo en las democracias occidentales.
Ahí se funden el culto al dinero, el desprecio al pasado y la veneración del yo por encima de la comunidad. «El hombre que reniega de sus raíces y deja de reconocer el ser que le es propio renuncia a sí mismo o padece amnesia. Europa parece estar programada para su autodestrucción”.
Este constante desprecio a las raíces cristianas tiene consecuencias desastrosas. Sarah lo sabe, pero si no es un profeta de desastres (un pesimista) tampoco rehúye las causas que conducen a Occidente al precipicio.
“Rechazar cualquier herencia y la cultura que nos precede, despreciar los vínculos, romper sistemáticamente con la figura del padre son gestos modernos que conducen a las peores catástrofes humanas y políticas”.
Claro que su diagnóstico también alcanza al sistema económico hegemónico en todas las democracias. «El liberalismo integrista parece ser la única regla del mundo de hoy: preconiza la abolición de todas las reglas, límites y moral».
Esto es lo que explica que las élites occidentales y el mundo del dinero fomenten la contraconcepción entre la población autóctona al tiempo que atraen a la inmigración masiva como remedio a la caída de la natalidad.
«Las tecnoestructuras europeas aplauden los flujos migratorios o los alientan. Piensan exclusivamente en términos económicos, necesitan trabajadores a los que pagar poco. La ideología liberal prevalece sobre cualquier otra consideración”.
Por supuesto, Sarah también hace autocrítica. La Iglesia tiene mucha culpa del ocaso occidental e identifica un mal por encima de todos: hay miedo a decir la verdad.
O lo que es lo mismo, el «no tengáis miedo» de Juan Pablo II al comienzo de su pontificado en 1978 parece enterrado en el baúl de la historia. «La Iglesia se muere porque los pastores tienen miedo de hablar con absoluta honestidad y claridad […]. Si la Iglesia se adapta a los tiempos, traiciona a Cristo […]. Si el cristianismo pacta con el mundo en lugar de iluminarlo, los cristianos no son fieles a la esencia de su fe […]. La tibieza del cristianismo y de la iglesia provoca la decadencia de la civilización”.
Sarah podría ser el revulsivo que la Iglesia y Occidente necesitan. Nadie hace un diagnóstico tan certero de puertas hacia afuera y hacia adentro
Tampoco esquiva Sarah la enorme culpa que tiene la Iglesia en los casos de pederastia dentro de sus filas. «La crisis de la pedofilia en la Iglesia, la multiplicación escandalosa de los abusos tiene una y única causa última: la ausencia de Dios».
Otro de los problemas que tiene la Iglesia -que ha tenido siempre- es el sometimiento a las ideologías de su tiempo. Frente al cambio permanente que predica el mundo moderno, Robert Sarah señala que vivir así priva al hombre de una brújula.
Desgraciadamente la tentación de caer en brazos de las ideologías imperantes es grande y, a veces, inevitable. “No debemos amar el mundo de las ideologías que niegan la naturaleza humana, la ONU que impone una ética nueva».
En definitiva, en las páginas de ‘Se hace tarde y anochece‘ no hay rastro de sumisión a banderas de nuestro tiempo como el cambio climático, el feminismo, el indigenismo o el fin de las identidades nacionales.
Ahora que los vaticanistas ven posible un relevo y hasta el propio Francisco amaga con la retirada, a sus 77 años (edad papable, espíritu santo mediante) Sarah podría ser el revulsivo que la Iglesia y Occidente necesitan. Nadie hace un diagnóstico tan certero de puertas hacia afuera y hacia adentro. Sarah, en fin, es quizá el Papa que no nos merecemos pero que muchos deseamos.