Por Julio M Shilin – elamerican.com
El comunismo cubano ha sido consistente en muchas cosas. Entre las uniformidades ha estado la priorización de hacer todo lo necesario para mantenerse, no democráticamente, en el poder. Fiel a su naturaleza tiránica apocalíptica, la praxis siempre se ha adaptado para acomodar los intereses de supervivencia. Esto incluye eludir el respeto de los derechos naturales y humanos básicos, así como no implementar cursos económicos racionales para alejar a Cuba de la indigencia. Otros dos factores fundamentales han caracterizado al régimen de Castro: (1) una dependencia de los acuerdos de beneficencia extranjeros y (2) la participación en actividades moralmente reprobables (e ilegales) en busca de divisas.
Una dependencia parasitaria de los subsidios soviéticos, de los inversores extranjeros cómplices, de los bancos occidentales, del petróleo venezolano y de las remesas han sido algunos de los esquemas que han proporcionado al castrocomunismo dinero en efectivo para sus extravagantes gastos de mantenimiento del régimen. Entre las abominables actividades a las que se ha dedicado la dictadura marxista está el saqueo de las riquezas nacionales cubanas, los acuerdos internacionales de trabajo neoesclavista, la venta de datos e información del espionaje y el tráfico de drogas. Estas vergonzosas empresas proporcionan enormes sumas de dinero que es necesario hacer “legales”. En otras palabras, la dictadura cubana de sesenta y tres años tiene graves problemas de blanqueo de dinero.
Desde los años 60, el régimen castrista comenzó a involucrarse en el negocio de la droga. Primero fue un medio para corromper a la juventud americana. Sin embargo, en la década de 1970, su carácter lucrativo llamó la atención de la cúpula dictatorial. La cooperación y el apoyo logístico de los gobernantes de una isla situada a noventa millas de las costas americanas era primordial para el contrabando de drogas desde Sudamérica y Centroamérica. La participación de la Cuba comunista en el negocio de las drogas ilegales está bien documentada. La inteligencia americana lo reconoció oficialmente en 1975. Desde los cárteles colombianos de la década de 1980, hasta los cárteles de México a través de sus colonias venezolanas y bolivianas, y el apoyo logístico de otros regímenes canallas amigos, como los de Irán y Corea del Norte, el castrocomunismo ha estado involucrado en el negocio de la droga y se ha beneficiado de él durante muchas décadas.
El problema de hacer aparecer el dinero obtenido ilegalmente como un ingreso legítimo, es el arte del lavado de dinero. El comunismo cubano, siempre tan desesperado por los ingresos en divisas, tiene la imperiosa necesidad de convertir el dinero sucio que ha obtenido, a través de su función de narcotraficante, en un activo “legal” que pueda utilizar en los negocios internacionales. En los últimos años, la dictadura comunista ha construido en la isla un número desproporcionado de hoteles, en relación con la demanda turística de Cuba. Esto ha levantado sospechas sobre la esencia de este frenesí inmobiliario para alojar a turistas inexistentes.
La idea de establecer lo que aparenta ser negocios genuinos para blanquear fondos obtenidos ilegalmente es lo que se entiende por lavado de dinero. No es ningún secreto que las finanzas del castrocomunismo llevan tiempo cayendo en picada. El socialismo, en todas partes, es pésimo para producir riqueza y satisfacer las necesidades de sus súbditos. A pesar de la históricamente pésima puntuación económica del castrismo, producto de malas políticas que reflejan estúpidas decisiones políticas, el ridículo proyecto de construir hoteles, cuando apenas hay turistas, sería una locura incluso para ellos.
Teniendo en cuenta el malestar social que está siendo alimentado por la ausencia de bienes y servicios básicos en Cuba, se hace evidente que la dictadura marxista está tratando de utilizar sus negocios de fachada que surgen de GAESA, el emporio capitalista estatal dirigido por los militares, para establecer garantías y poder obtener créditos y atraer capital de empresas de inversión extranjeras.
El nivel de ocupación en los hoteles de Cuba entre 2016 y 2020 ha rondado el 50 %. Esto es terrible. Solo en La Habana, que no es el principal destino turístico, hay once hoteles de alta gama en un área de trece manzanas, un radio de menos de una milla. Todos están prácticamente desiertos. No se puede culpar a la pandemia Made in China, aunque ha empeorado las cosas.
En 2018 y 2019 (precovid), entre 4 y 5 millones de turistas visitaron Cuba cada año. A efectos de comparación, Florida en 2021, a pesar de estar aún dolida por el virus de la China roja, recibió más de 122 millones de turistas. Solo el Gran Miami, en 2019, atrajo a más de 24 millones de visitantes. República Dominicana recibió más de 7 millones de turistas en 2019. Ese mismo año, Cancún, México, solamente, tuvo más de 6 millones de turistas. Para 2022, el régimen castrista prevé 2.5 millones de visitantes, pero que nadie contenga la respiración por eso. El punto debe ser claro. Cuba, bajo el comunismo, no es una meca del turismo y no justifica el volumen de inversión que las autoridades marxistas están destinando a la construcción de hoteles.
Los datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadística e Información de Cuba indican que el 35 % del presupuesto del régimen castrista se ha dedicado a la construcción y/o modernización de hoteles. Esta cifra es superior a la destinada a la sanidad y la educación públicas. La cifra, sin embargo, es probablemente mucho mayor. GAESA, que lleva su propio presupuesto y registros exclusivos, participa en la mayoría de los proyectos de construcción de hoteles.
Mientras los cubanos siguen sufriendo largos cortes de electricidad, una brutal escasez de alimentos y un mayor control represivo, los que están en el poder están, probablemente, blanqueando el dinero de la droga en hoteles que poca gente visita. Así es el comunismo.