Por Ignacio M. García Medina – El American
Disney+ acaba de estrenar el remake en acción real de Pinocchio, y tanto crítica como público la están destrozando… y con razón. No es que nos encontremos con otra versión actualizada innecesaria, sino que estamos ante una subversión y corrupción total del mensaje de la original que roza lo inmoral.
Es tal la inversión de la moraleja de la historia, que da la sensación de que Disney odia a los niños, y no quiere que los nuevos espectadores aprendan las sabias lecciones que los que disfrutaron del Pinocchio original sí tuvieron la oportunidad de descubrir.
A pesar de contar con el rutilante tándem que forman el actor Tom Hanks y el director Robert Zemeckis —Forrest Gump, Cast Away, Polar Express—, la nueva versión del clásico infantil es un desastre y una traición a la esencia de la original.
La película de Pinocchio de 1940 es uno de los clásicos más icónicos y recordados de Disney, no en vano su canción When You Wish Upon a Star es la que se acabó convirtiendo en la inconfundible melodía de la cabecera de Disney.
La importancia de la película original radicaba no sólo en su sublime animación e inolvidables personajes, sino en los profundos temas que tocaba. Pinocchio, un muñeco de madera, ha de aprender a ser bueno, valiente, honesto y generoso para convertirse en un niño de verdad, y así hacer realidad el mayor deseo de su padre y creador, Geppetto.
Pinocchio ahora es woke
En la original, el Hada Azul, sabiamente, concedía este deseo a medias, siendo el propio Pinocchio quien tendría que completar la magia tomando las decisiones correctas. La marioneta contaba con la inestimable ayuda de Jiminy Cricket, que era su buena conciencia guiándolo por el camino recto.
Más allá de la artificial polémica generada por la enésima inclusión forzada de Disney al poner un hada afroamericana, en esta versión el Hada Azul es un personaje completamente diferente y fallido. Ahora el problema es que el hechizo sale mal porque Geppetto no lo pensó bien y el hada, torpemente, deja la transformación a medias y se larga, lavándose las manos y dejando en las manos de Pinocchio el completarlo.
En la versión clásica, cuando Pinocchio va camino de la escuela conoce a Honest John, y el zorro lo seduce con la idea de convertirse en famoso, comenzando así los problemas de nuestro protagonista por sucumbir a la tentación. Sin embargo, en la nueva versión, a pesar de seguir ambientada en la Italia del siglo XIX, el zorro le habla de ser “influencer”.
Este empeño por incluir referencias contemporáneas y caer en el más burdo anacronismo es lo de menos, el problema aquí es que Pinocchio se va con Honest John después de haber sido expulsado de la escuela —literalmente de una patada en el trasero— por un profesor que lo discrimina por no ser un niño de verdad.
Este es el gran problema del remake de Pinocchio, su insufrible wokeismo. Pinocchio no tiene que enfrentar las consecuencias de tomar malas decisiones, sino que en todo momento es presentado como una víctima discriminada por el resto de la sociedad por ser “diferente”.
Así, en esta versión, Pinocchio no aprende ninguna lección de sus propios errores, sino que enfrenta una mera sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente tras ser empujado por otros.
Cuando es enjaulado por el titiritero Stromboli, lejos de aprender que las mentiras son malas y se van alargando, ahora descubre que gracias a las mentiras puede alcanzar con su nariz la llave de la jaula que cuelga en la pared al otro lado de la habitación. En este punto, el mensaje de la película roza lo inmoral, y uno se pregunta qué demonios está intentando meter Disney en la cabeza de los niños.
También en este punto hay un nuevo personaje, Fabiana, una chica “racializada” y con una prótesis en la pierna que trabaja como titiritera en régimen de semiesclavitud para Stromboli. El cometido de este personaje es demostrarle a Pinocchio que no hay nada de malo en ser “diferente”, y explicarle que cuando monte su propia compañía teatral, tratará bien a sus empleados. Básicamente es una líder sindical que nos recuerda la importancia de la lucha de clases marxista y la maldad inherente de los empresarios.
Luego, a diferencia de la original, en la que Pinocchio llega a la Isla del Placer por voluntad propia y disfruta de poder beber cerveza, fumar puros, jugar sin límite, y de que no haya reglas que le impidan destrozar todo, aquí es secuestrado y forzado a ir. Una vez allí, al nuevo Pinocchio se le ve incómodo y sin disfrutar realmente de las travesuras, con lo que la idea de que se convierta en burro por sus malas decisiones se diluye completamente.
Nuevamente es una víctima de las circunstancias y no de sus propias malas decisiones. ¡Ah!, y en esta nueva versión, los niños no fuman puros, porque según la mentalidad woke ahora es peor mostrar niños fumando que enseñarles la lección de que los vicios son malos y acarrean consecuencias. Si no se muestra, no existe.
Pero lo peor de la película está por llegar. Al final, Geppetto y Pinocchio consiguen escapar del interior de la ballena gracias a que usa sus piernas de madera a modo de motor fuera borda para impulsarse y huir hasta la costa, tras lo que su padre exclama que no lo hubieran conseguido de haber sido un niño de verdad.
Esta versión culmina con que Pinocchio no se convierte en niño, y permanece siendo de madera, y nos pretenden obligar a creer que siempre fue perfecto tal y como era. Esta conclusión da risa porque es absurdamente woke, y se nota descaradamente que es un guiño que intenta contentar al lobby gay. Conociendo los caminos del wokeismo, quizás Pinocchio sí habría conseguido convertirse en humano si lo que hubiera deseado fuera ser una niña y no un niño.
En resumidas cuentas, a Disney le puede haber salido el tiro por la culata al intentar cambiar por completo el mensaje de la película, porque lo que vienen a decir es que odian a los niños y que los prefieren víctimas e irresponsables para que así sigan siendo marionetas de la izquierda.