Por Ignacio M. García Medina – El American
La educación sexual de los menores se ha convertido en uno de los temas más polarizantes entre progresistas y conservadores. Los primeros aducen que una formación sexual integral por parte del sistema educativo es fundamental para una correcta inserción de los niños en la sociedad, mientras que los segundos consideran que son las propias familias quienes deben aportar este tipo de educación a sus hijos, y que el gobierno no debe inmiscuirse ni violentar los derechos parentales.
Esta polarización que está generando la educación sexual se puede observar en la imagen que tienen formada del adversario político cada uno de los bandos.
La simiente que la narrativa progresista ha conseguido plantar en el imaginario colectivo —usando coordinadamente a medios de comunicación y entretenimiento— es que los padres conservadores preocupados por la educación sexual que se está dando en las escuelas son unos retrógrados que quieren mantener en la más absoluta ignorancia sobre el sexo a sus hijos.
Para la izquierda, estos padres conservadores lo que estarían consiguiendo es exponer a sus hijos a todo tipo de enfermedades de transmisión sexual por una insuficiente “alfabetización sexual”, además de lanzarlos al abismo de la enfermedad mental, bien porque están haciendo sufrir a sus hijos “no binarios” que no se atreven a expresar su condición, bien porque estarían criando a inestables y peligrosos homófobos, transfóbicos e intolerantes.
Para la derecha, las políticas educativas progresistas lo que estarían haciendo es convertir a sus hijos en homosexuales o transexuales, por exponerlos de forma precoz a un adoctrinamiento en teorías críticas del género en una etapa de su desarrollo en la que consideran que son especialmente vulnerables y susceptibles.
Pero no, la educación sexual sobre transexualismo no pretende que tu hijo se convierta en transgénero, aunque eso podría ocurrir… sino que tiene un objetivo político más retorcido y perverso.
¿Qué hay detrás del empeño progresista por acentuar la educación sexual a menores?
En primer lugar, no estamos hablando de que las escuelas estén enseñando a los niños inocentes contenidos sobre abejitas que se acercan a la flor atraídas por el polen para conseguir que las semillitas crezcan, y que los padres que se oponen a esto son unos cavernícolas que quieren mantener a sus hijos en una burbuja, aislados de la realidad sobre las relaciones sexuales.
La realidad es que nos encontramos con programas educativos que, en nombre de la salud física y mental, el respeto a la diversidad, la inclusión y la paz universales, van más allá de una mera instrucción sexual básica —que ya podría considerarse cuestionable que se ofrezca en la escuela—, sino que además adoctrina con ideas extremas sobre identidades de género y orientaciones sexuales, llegando incluso a promover, en los casos más extremos, que niños y niñas desde temprana edad pongan en duda su género y se mutilen y esterilicen de por vida.
Y esto, para colmo, muchas veces a espaldas de los padres, e incluso con severos castigos para los mismos al grito de intolerantes y abusadores. Contenidos que hace apenas 5 años eran impensables, ahora han de ser aceptados por los padres sin rechistar, so pena de ser catalogados “terroristas domésticos”.
El empeño de la izquierda en promover la educación sexual va más allá de confundir a los chicos en cuanto a su sexualidad. De hecho, lo que quieren es confundir educación con enseñanza, en un sentido aún más general.
Antiguamente —y por esto me refiero a hace apenas unos años— parecía que sabíamos que la educación se daba en casa, mientras que las escuelas se dedicaban a enseñar. Había una clara línea divisoria entre el gobierno y las familias, sirviendo las segundas de contrapeso al poder y alcance del primero.
Lo que deben tener claro quienes desconfíen del uso de la educación como herramienta política, es que la educación sexual tan radical y extremista que promueve la izquierda no es para promover una mayor salud y tolerancia, pero tampoco se limita al objetivo cortoplacista de querer engrosar las filas de votantes pertenecientes a minorías de las que la izquierda se ha erigido como supuesta defensora.
Hay un objetivo a largo plazo oculto más ladino y maquiavélico.
Si bien este tipo de educación sexual puede influir en las susceptibles mentes de los jóvenes, no serán muchos los que tomen decisiones drásticas e irreversibles con respecto a su “identidad de género” ya que, al fin y al cabo, la sensatez y la biología son tozudas y hacen que una mayoría no sucumba a este ataque coordinado.
Sin embargo, esto sí puede tener un efecto nocivo a largo plazo y a gran escala en su segunda derivada, ya que termina por socavar la autoridad de los padres y la familia, trasvasando todo el poder al gobierno.
Cuando un chico llega a casa y comenta lo que le han enseñado sus profesores en la escuela sobre género y sexo, orientación e identidades, y mencionan todo el glosario de términos existente que abarca no ya sólo a homosexuales y lesbianas, sino también bisexuales, pansexuales, no-binarios, transgénero, asexuales, arrománticos, demisexuales, agéneros, graysexuales, lithsexuales, sapiosexuales, skoliosexuales, polisexuales, autosexuales, antrosexuales, pornosexuales, e incluso, y más sorprendentemente, heterosexuales, lo más probable es que sus padres o bien se lo tomen a broma y reconozcan no tener ni idea de toda esa terminología, o bien se escandalicen.
Es en ese momento cuando el chico en cuestión podrá pensar que sus padres son prácticamente unos analfabetos en el mejor de los casos, y dependiendo de lo adoctrinados que hayan sido, pueden llegar a considerarlos unos intolerantes de mente estrecha, o incluso unos homófobos, transfóbicos, o vete tú a saber qué.
Así, la autoridad parental se ve socavada y los hijos pueden empezar a perder el respeto por sus padres, poniendo en duda su preparación y hasta sus buenas intenciones, pasando ahora sus lealtades y admiración a estar centradas en su muy inteligente profesor, profesora o “profesore” de la escuela, que tantos tecnicismos conoce, y que demuestra tener una mente abierta al conocimiento y la tolerancia sin límites.
Esta es la más peligrosa de las consecuencias sociales de la educación sexual que promueve el progresismo, porque si bien la primera derivada puede suponer un terremoto en las vidas de las aún relativamente pocas familias afectadas, la erosión de las dinámicas familiares tradicionales pueden suponer a medio y largo plazo la destrucción del tejido social y las libertades, ya que las familias pierden el respeto de sus hijos, quienes pasan a estar a merced del gobierno de turno, del Estado.
Con todo esto, los niños, padezcan o no esa supuesta disforia de género, pierden a los padres como referentes de su educación, quedando ésta en manos de los políticos que manejan el sistema escolar, y las familias pierden su rol como primera y última línea de defensa frente al poder omnímodo del gobierno.