Fuente: MDZ

Luego de un período de aparente “amesetamiento”, la contraofensiva del ejército ucraniano fue noticia el 29 de agosto porque hizo retroceder a las fuerzas rusas en Jersón y Járkiv. Desde el lado ruso, minimizaron la acción afirmando que las bajas sufridas por Ucrania habían resultado numerosas y que tal acción estaba dentro de lo previsible.

Pero más allá de la maniobra y posterior retórica, el dato a destacar es que Moscú advirtió que su enemigo ya no era Ucrania, sino la OTAN, ya que la organización transatlántica es la que ha proporcionado (y con más razón hoy lo sigue haciendo) el armamento y equipamiento necesario para enfrentar a las tropas rusas.

Aunque las declaraciones rusas se basaban en los hechos, podrían haber parecido más que nada un juego dialéctico, si no fuera por otras graves denuncias del Kremlin. Por ejemplo, los constantes ataques de Kiev a la central nuclear de Zaporiyia; hecho que fue  corroborado por los especialistas del Organismo Internacional de Energía Atómica (dependiente de la ONU). Sin embargo, vale la pena aclararlo: probablemente por presión de Washington y Bruselas, la OIEA no dijo quiénes ejecutaban tales ataques (difícilmente los rusos se disparen a sí mismos siendo que ellos controlan la central).

Si se toman en cuenta estos elementos, no es alocado imaginar que Vladímir Putin no estaba de brazos cruzados viendo cómo la OTAN amenazaba cada vez más el éxito de su “operación militar especial” en Ucrania y, más grave aún, podía ocasionar en cualquier momento un nuevo Chernóbil, de consecuencias impredecibles.

En efecto, el líder ruso ya tenía el próximo paso planeado: el 20 de septiembre, las regiones de etnia rusa en Ucrania, Lugansk y Donetsk, sorprendieron a la comunidad internacional anunciando que celebrarían referéndums para que la población local elija si quiere o no anexarse a la Federación de Rusia.

A la convocatoria de las regiones del Donbás, se sumaron, prácticamente de inmediato, las autoridades de Jersón y Zaporiyia.

Todos los referéndums se llevarán a cabo de manera exprés del 23 al 27 del corriente mes. Se descuenta que Rusia reconocerá de inmediato los resultados que de seguro finalizarán con un contundente “sí” a la adhesión. De ser así, aproximadamente el 15% del territorio ucraniano pasará, en los hechos, a formar parte de Rusia. Este es el mismo modelo que le permitió a Moscú anexar la península de Crimea en 2014.

Por supuesto, hoy la situación es distinta. Hay un conflicto abierto en todo el territorio ucraniano y participa, ya de manera más que evidente, la OTAN. Además, es obvio que -a diferencia de lo que ocurrió hace ocho años- Occidente no “dormirá la siesta” mientras Rusia se queda con parte de Ucrania.

Teniendo esto en cuenta, el 21 de septiembre Putin emitió un discurso dirigido al pueblo ruso, que probablemente quede en la historia.

Muchos se hicieron eco del llamado a las reservas del ejército -aunque como veremos a continuación hay otros elementos a tener en cuenta-. Lo cierto es que 300.000 personas se unirán de inmediato a las fuerzas rusas en Ucrania. Esto representará, sin duda, una avanzada hasta ahora no vista.

De acuerdo al Ministerio de Defensa ruso, desde el comienzo de la operación en Ucrania en febrero de este año, las fuerzas de Kiev han perdido la mitad de su ejército. Según Moscú, Ucrania contaba con unos 201.000-202.000 hombres y, en este período, han tenido 61.207 bajas y otros 49.368 heridos.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que Rusia cuenta con 25 millones de personas en la reserva del ejército; en otras palabras, esta movilización parcial representa poco más del 1% de su totalidad. En síntesis, queda por verse si Moscú movilizará a más tropas y, eventualmente, si los ejércitos de la OTAN intervendrán directamente en el campo de batalla.

Para coronar este preocupante estado de situación, hay al menos tres datos más -no menores- a tener en cuenta.

A pesar de que muchos han dicho en este tiempo que usar el término “operación militar especial” es un eufemismo para no decir “guerra”, lo cierto es que las etiquetas de las misiones militares dicen mucho de la estrategia a desarrollar: una cosa es una “operación especial militar” -con objetivos concretos, y recursos limitados y enfocados-, y otra muy distinta es declararle la guerra a otro país.

Por primera vez, desde el 24 de febrero pasado, Putin utilizó el término “guerra” en su discurso, con todo lo que ello implica: “Los occidentales empujaron a Ucrania a la guerra con nosotros”.

Además, el líder ruso dejó claro que no se trata de un conflicto bélico con Ucrania, sino que es una guerra en la que intervienen otros países occidentales, léase la OTAN.

Más grave aún, Putin -que ‘no da puntada sin hilo’- advirtió -y reiteró- que Moscú usará “todos los medios” posibles para defender su territorio; una clara alusión al uso de armas nucleares. Es más, en su discurso, afirmó que Ucrania “está intentando conseguir armas nucleares”. Amenazó: “Aquellos que intentan chantajearnos con armas nucleares deben saber que los vientos predominantes pueden girar en su dirección”.

Pero, como dijimos, esto no se trata de Ucrania ni su presidente, Volodímir Zelenski, sino de una guerra declarada, según el Kremlin, de Occidente y la OTAN hacia Rusia. Por si las palabras de Putin no quedaron claras, el Ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, se encargó de confirmarlo: “Ya estamos luchando no solo contra Ucrania, sino contra la OTAN y Occidente”.

En definitiva, hoy tenemos declaraciones abiertas de “guerra” entre Rusia y la OTAN con amenazas de ataques nucleares. En el medio, la anexión de buena parte del territorio ucraniano a la Federación de Rusia, que se descuenta, será desconocida por Occidente. Si todo esto no implica que ya estamos en el comienzo de una Tercera Guerra Mundial, como se dice en el fútbol, entonces “pega en el palo”.

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