Por Daniel Lara Farías – gaceta.es

Cuando Euzenando Azevedo fue sentado frente a una cámara para confesar todo lo que hizo como jefe de Odebrecht en Venezuela durante los años que estuvo en el cargo, a quienes lo escuchamos se nos reveló en toda su magnitud el entramado impuesto a través de la empresa. No se trataba de una simple delación a la cual se acogía el ejecutivo de la empresa, sino de una auténtica revelación que confirmaba la raigambre corrupta de los gobiernos asociados al Foro de Sao Paulo, con Lula como jefe máximo de la estrategia corrupta y corruptora.

No es Azevedo el mayor ni el principal de los involucrados, pero si el más notable. La razón es básica: era Venezuela el país del mundo donde Odebrecht poseía más contratos y de mayor cuantía. Durante los años del reinado de Chávez con el barril de petróleo por encima de los cien dólares, la empresa fue impuesta como contratista máxima para las obras del estado chavista, sin licitación ni concurso alguno. Por manu militari, con la justificación siempre presente del “interés de Estado”, se tenia a la empresa como la constructora oficial de la obra pública, de cualquier dimensión y en todo el territorio nacional.

Ya por ese lado, estamos hablando de corrupción. De abuso de posición de dominio, tráfico de influencias y cohecho. La selección de la empresa no respondía a sus capacidades, que las tenía, sino a la decisión política tomada por Chávez siguiendo la guía de Lula da Silva. No había en esto ni solidaridad para con una empresa ni enamoramiento político. En nada querían ambos líderes socialistas beneficiar a una empresa privada. El juego era otro. Lo que se buscaba y se logró, fue utilizar a Odebrecht como “caja B” para el financiamiento de actividades políticas en la región, que permitieran el ascenso al poder de regímenes afines. 

Un perverso mecanismo

La dinámica era corrupta y corruptora, por donde se la viera. En principio, se imponía a Odebrecht como contratista, en desmedro de otras empresas. Empezaba así la irregularidad desde lo público con acción privada, pues para garantizar el silencio de empresas locales perjudicadas por Odebrecht, la gigantesca corporación brasileña compraba a los locales subcontratándolos en las obras. Así, Odebrecht se garantizaba un contrato, que cobraría a precios viles, mientras las obras eran hechas en realidad por empresas que no habían logrado tener el favor del Gobierno para la asignación del contrato.

¿Cómo rendía este esquema? ¿Cómo lograba una empresa, subcontratando a otra, verle ganancias a un contrato con el Estado que normalmente se demora en pagar? Lógicamente, el contubernio político permitía esto y más. Pues en la asignación del contrato iban garantizado el sobreprecio y el pago puntual. Sobreprecio que servía para hacer la obra, para pagarle a los contratistas, para las coimas a políticos y para enriquecer a Odebrecht en el transcurso.

Complicidad y silencio eran requeridos. Y todo era posible comprarlo. Por eso, se logró la parte más difícil del asunto, que era garantizar que los gobiernos otorgaran los contratos y que la oposición callara. Parar cualquier investigación era necesario y además se necesitaba garantizar la estabilidad de las contrataciones, la continuidad de los beneficios ante cualquier cambio de gobierno. La solución era sencilla: había que financiar de forma ilegal al partido gobernante y a los partidos opositores. Comprar el silencio con dinero proveniente de los sobreprecios, crecer de forma imparable en toda la región y lograr lo fundamental: gobiernos afines al modelo Sao Paulo.

Brasil, Venezuela, República Dominicana, Argentina, Panamá, Colombia, Guatemala, Perú, Ecuador y México brillan como parte del esquema. En todos esos países se siguió la misma norma: un gobierno corrupto otorgando contratos con sobreprecio a una empresa que repartía dinero a políticos de gobierno y oposición para garantizarse impunidad. En muchos casos, las obras nunca se terminaban. Los pagos, sin embargo, sí se hacían.

El Foro de Sao Paulo como guía

El plan de unos era enriquecerse, pero el plan maestro, el principal, era garantizar el control político de los gobiernos de la región. Lo perverso es mayúsculo en esto, pues con el disfraz del socialismo para la redención de los pobres, se usaba el dinero público para financiar proyectos enemigos de la democracia. No puede explicarse Odebrecht sin Lula ni puede explicarse Lula sin el Foro de Sao Paulo. Ni puede explicarse la expansión el chavismo y su impunidad en foros multilaterales sin el esquema corrupto que permitió que, aunque gobernaran partidos que en el papel figuraban como enemigos, Chávez lograra parar cualquier iniciativa en la OEA o en la ONU en su contra. 

Revisar el asunto da cuenta del daño causado. Cayeron Lula y su familia, como beneficiarios del entramado. Cayó la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, destituida en medio de un juicio político que dejó en el poder a Maurice Temer, quien se vio también juzgado por corrupción posteriormente. Cayó media clase política en Perú, con cuatro presidentes implicados, uno de ellos destituido, Pedro Pablo Kuczynski, otro procesado junto a su esposa, Ollanta Humala, uno en arresto domiciliario en EEUU a la espera de ser extraditado, Alejandro Toledo y el más trágico de todos los casos, el de Alan García Pérez, que se suicidó cuando la policía llegó a detenerlo en su domicilio como imputado por el caso.

En Panamá la implicación de Martinelli y familia llegó a tribunales, con relativo éxito para el político que aspira regresar ahora al poder. En Ecuador, por su parte, el caso puso en fuga a Rafael Correa y algunos colaboradores. En Colombia hubo sentencia firme contra colaboradores cercanos de Juan Manuel Santos. En el resto de los países ha habido investigación, juicio y condena. 

Con una sola excepción: Venezuela.

El caso Venezuela

Obviamente en el reino de la impunidad que garantiza el chavismo, no ha habido ni juicio ni investigación alguna en este país. Podría ser más de lo mismo, conociendo las características del chavismo, pero hay detalles de mayor importancia en todo esto.

En primer lugar, Venezuela era el segundo país con más operaciones de Odebrecht, después de Brasil. Luego, las obras que se contrataban en Venezuela eran parte de la estrategia propagandística del régimen, que presentaba las faraónicas propuestas como parte del desarrollo del país, que nunca fue tal. La mayoría de las obras no se realizaron, pero sí se pagaron. Nadie denunció. Y ahí esta el éxito del esquema…

Un éxito real y constatable, pues a pesar de lo escandaloso de las cifras y de la evidencia de las obras nunca concluidas, no hubo oposición que lo denunciara. ¿Por qué? Porque los pagos y financiamientos a esa oposición silente fueron efectivos. La evidencia fundamental está en la declaración de Azevedo, el ejecutivo mayor de la empresa en Venezuela. En la misma confesión, indicó que en efecto financió la campaña de Maduro en 2013 con 35 millones de dólares, pero al mismo tiempo financió la campaña del opositor claudicante Henrique Capriles con una cifra superior a 15 millones de dólares. Igualmente, ya había financiado la campaña anterior de Capriles contra Chávez del año 2012, y sus financiamientos se los agradeció el propio Capriles en una reunión privada que ambos sostuvieron en 2013 en la residencia del excandidato opositor, según la confesión del ejecutivo.

Igual con otros dirigentes políticos, del chavismo y de su oposición. Silencio garantizado.

Si vemos con detenimiento el asunto, queda claro entonces que el sistema chavista con un régimen criminal y una oposición falsaria, fueron posibles bajo el esquema corrupto que, entre otros, otorgaba Odebrecht. Pero la práctica es la misma y en Venezuela es ley. Usar el poder del Estado para el otorgamiento de prebendas a empresarios, que en agradecimiento obligatorio deberán financiar las campañas del régimen, el modo de vida de sus capitostes y al mismo tiempo garantizar con dinero la existencia de una “oposición” que le sirva al sistema para mantener el tinglado. 

Un juego casi perfecto, donde el socialismo se impone, se expande y se garantiza la impunidad a través del dinero de la corrupción.

El problema es que ya lo conocemos. Por eso, a pesar de las sentencias absolutorias, Lula y los suyos están condenados por la historia como las cabezas del mecanismo de corrupción más perverso que se pudo haber ideado, para garantizarle al Foro de Sao Paulo su expansión. Y para garantizar que hasta el fin de los tiempos, el socialismo iberoamericano sea sinónimo de corrupción e impunidad.

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