Por Rocío Orizaola – hispanidad.com
En Hispanidad hemos publicado, por ejemplo, el caso de Helena Kerschner, que explicaba el suplicio que supone cambiar de sexo. O casos como el de Chloe Cole que denunció la coacción a la que fueron sometidos sus padres por parte de los médicos:”¿Preferirías tener una hija muerta o un hijo vivo?” o el del ex marine estadounidense Chris Beck que advitió que los famosos bloqueadores de la pubertad “son las mismas hormonas que solían utilizar para la castración química para pedófilos” o el de Sandra, que llegaba a asegurar: “Te meten el pene para adentro. De su tamaño dependerá la profundidad de tu vagina. Con el prepucio te hacen el clítoris”. Además, hemos denunciado cómo aumentaba el número de trans que se arrepiente de su proceso de cambio de sexo: no es una broma.
Religión en Libertad publica las declaraciones de Amelia Guerrero, una joven andaluza que participó en la Jornada Clínica que tuvo lugar en Zaragoza el pasado mes de junio organizada por la FCPOL, bajo el tema “Delicadas transiciones. Un debate sobre la cuestión trans”.
Esta joven de 20 años ha sufrido la manipulación por la que inició su “transformación” a los doce años, proceso que abandonó pero que duró seis años: “En la transición a la adolescencia me encontraba sola y sufría mucho, también por el abuso sexual al que me vi expuesta siendo muy pequeña y por el acoso escolar que desde el final de Primaria hasta Bachillerato he sufrido sin encajar en ningún sitio”.
“Yo era la chica rara porque no subía fotos en bañador o ropa interior a las redes sociales, algo que ahora parece ser empoderador para la mujer”, asegura que “no encajaba” porque le gustaba el tenis, los videojuegos o leer cómics (manga). Esta situación la llevó a vestir con ropa “mucho más ancha” o incluso con “bañador de chico” en la playa o en la piscina.
“Eso creó un muro entre cualquier chica con la que intentaba socializar y yo. Esa chica parecía tan alejada de mí que pensé que no podía acercarme a ser una chica normal”, recuerda.
Además, asegura que las redes sociales “Tuvieron un papel crucial, debido a que ya tenía esa idea de que en mi cabeza había algo mal conmigo pero no sabía qué era ni cómo solucionarlo. Fue mediante la exposición a este tipo de temáticas en redes sociales lo que me dijo que mi problema es que yo era en realidad un chico y no lo sabía“.
Fue en ese momento en el que le aseguraron que “para ser feliz tenía que transicionar”. “Me obsesioné. Cuando estás en una situación tan dolorosa te agarras a lo que sea para seguir adelante y yo me agarré a esa narrativa que se me inculcó en Tumblr, Tuenti -que ya no existe- Pinterest, Instagram o incluso Facebook. Estos mensajes están en todos lados y parece que desde todos los sitios se inculcan”
Y denuncia lo “peligroso” de esta situación, en la que le decían que “si no transicionaba no iba a ser feliz y me acabaría quitando la vida. La única forma en que podía ser feliz era transicionando y por eso me obsesioné”.
Amelia dice que fue entonces cuando quería comenzar a “transicionar” como si esto fuese “una especie de refugio”, “pensaba que nunca más iba a tener que sufrir por estas problemáticas. Solo buscaba poder vivir tranquila”. “Pero cuanto más cerca estaba [de la transición], más sufría y más lejos estaba de la felicidad. Sabía perfectamente que nunca iba a tener los cromosomas de un hombre, que podría hacerme muchas cirugías y operaciones, pero que nunca sería un hombre”.,
A los 16 años echó el freno y comenzó a ir al psicólogo: “Mi detransición se podría llamar también desintoxicación. [Mi transición] fue algo muy nocivo para mí y me mantuvo durante muchos años obsesiva”.
Por su experiencia hace un llamamiento contra la Ley Trans: por los “problemas que acarrearía”, como “el borrado de las mujeres, que ya nada recae en cuál es tu sexo sino tu forma de pensar o de sentirte o lo peligrosa que es para las personas con disforia que no queremos transicionar y que nos vemos abandonadas sin ninguna solución para paliar el sufrimiento”.
Y advierte del riesgo y las repercusiones que sufrirán los psicólogos que no quieran seguir una terapia afirmativa con sus pacientes. “Se enfrentan a multas muy grandes por no querer acatar este dogma. [La ley] se plantea de una manera horrenda”.