Lucy Crawford – Vision Times

Las enseñanzas de Confucio cubrieron muchos temas. Uno de los más graves fue el tema de la lujuria. Sobre este tema, advirtió con severidad a las personas que estén alerta y resistan la tentación.  

Confucio dijo: «Cuando eres joven y tu sangre aún no está asentada, abstente de tener relaciones sexuales». Confucio recordaba a hombres y mujeres en la adolescencia que debían cuidar su cuerpo.

“El cuerpo en este momento es como el brote joven de una planta, o la crisálida de un insecto. Si uno rompe una plántula cuando está brotando, la plántula se secará; si uno cava en un capullo, la pupa morirá”. 

Los antiguos chinos se trataban con respeto y cortesía, siguiendo lo establecido en los ritos. Eran particularmente estrictos consigo mismos cuando se trataba de encuentros entre hombres y mujeres. Los pensamientos obscenos se consideraban un delito grave que traería perjuicio para los demás y para uno mismo. Los documentos históricos ofrecen algunos ejemplos de cómo manejarse frente a la tentación.

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Corta el hilo del sentimentalismo con la espada de la sabiduría (慧劍斬情絲)

El emperador Renzong reinó durante 42 años, lo que le convirtió en el gobernante más longevo de la dinastía Song (960-1279). El censor imperial (諫官, funcionario que aconsejaba y corregía las faltas del gobernante ) Wang Su le aconsejó una vez que no se acercara a las mujeres. El emperador Renzong respondió: «Wang Deyong me ofreció hace poco mujeres hermosas. Ahora están en palacio y me gustan mucho. Deja que me las quede».

Wang Su dijo: «Vine hoy porque tengo miedo de que Su Majestad esté hechizado por la belleza».

Al escuchar esto, el emperador tenía una mirada de dolor en su rostro. Luchando por contener las lágrimas, ordenó al eunuco que custodiaba la cámara de las mujeres: “Dale a cada una de las mujeres enviadas por Wang Deyong trescientas cadenas de monedas de cobre, sácalas del palacio de inmediato y ven a informar cuando haya terminado”. 

Wang Su pensó que actuó con prisa: “Su Majestad cree que hablé correctamente, pero no hay necesidad de manejar esto con tanta prisa. Dado que las mujeres ya están en el palacio, sería mejor despedirlas más tarde”.

El emperador respondió: “Aunque soy un emperador, no soy menos sentimental que un hombre común. Si se quedan por mucho tiempo, me encariñaré con ellas y no podré despedirlas.

El emperador Renzong se abstuvo de sus deseos y sirvió de ejemplo a su pueblo. Reinó en paz y prosperidad y trajo los mejores años a la dinastía Song. 

Sabios consejos para una joven viuda

Di Renjie (狄仁傑, 607-700) fue un renombrado canciller de la dinastía Tang. En su juventud, Di era muy guapo. Cuando se dirigía a la capital para tomar el examen imperial, se detuvo en una posada, donde se quedó estudiando hasta tarde a la luz de una lámpara. 

De repente, la nuera del posadero, una joven viuda, entró en su habitación. Impresionada por el buen aspecto de Di, había venido a coquetear con él con el pretexto de conseguir un poco de luz para su vela. 

Di sabía muy bien su intención, pero dijo amablemente: “Verte tan voluptuosa y atractiva me hizo recordar las palabras de un viejo monje”.

La joven sintió curiosidad y preguntó cuáles eran las palabras. Di le dijo: “Antes de ir a la capital, estaba estudiando en un monasterio y el anciano monje me advirtió sobre el futuro. Él dijo: ‘Tienes buena apariencia y serás distinguido en el futuro, pero debes recordar no ser lujurioso ni cometer adulterio, o tu futuro se arruinará’”. 

“Siempre he tomado en serio el consejo del viejo monje. No debe permitir que su impulsividad arruine su reputación. Además, tienes un suegro y un hijo pequeño que necesitan tu cuidado”.

Después de escuchar las palabras de Di, la joven se conmovió hasta las lágrimas y dijo: “Gracias por su amabilidad. De ahora en adelante, tendré esto en cuenta y mantendré la virtud de una mujer”. Ella le dio las gracias de nuevo y se despidió.

En la antigüedad, incluso cuando se rechazaba la impropiedad, la gente era educada y evitaba humillar a los demás. Di Renjie fue más allá y aconsejó a la joven viuda que fuera fiel y se apegara a las normas morales. Seguir este consejo la benefició a ella misma y a los demás.  

Compasión recompensada con un hijo

Un anciano apellidado Qian siempre hacía buenas obras, pero no tenía hijo. Un aldeano, Yu, debía dinero a otros y fue arrestado por sus deudas. Conocedora del carácter bondadoso de Qian, la esposa de Yu acudió a pedirle dinero prestado para pagar la fianza de su marido. El anciano le dio lo que necesitaba sin documentar la deuda, aliviando así a la familia Yu.

Después, la pareja llevó a su hija para dar las gracias a Qian en persona. Al ver que la hija era muy hermosa, la esposa de Qian quiso tomarla como concubina de su marido, con la esperanza de que diera a luz un niño para la familia.

Los Yus estaban dispuestos a seguir adelante con la unión, pero Qian dijo: «No es amable aprovecharse de las dificultades de la gente. Por bondad, les ayudé en una emergencia. Pero casarme ahora con su hija sería aprovecharme de la situación, lo que sería injusto. Preferiría quedarme sin hijo antes que hacer eso».

Al oír esto, Yu y su esposa se sintieron muy conmovidos. Se inclinaron dando las gracias antes de abandonar la residencia Qian. Esa noche, un dios se le apareció en sueños a la esposa de Qian y le dijo: «Tu marido ha salvado a la gente y ha hecho buenas obras. Tiene compasión por los pobres y los necesitados y no comete adulterio. Ha acumulado grandes virtudes con sus acciones. Así que se te concederá un hijo». Al año siguiente, su esposa tuvo un hijo. Llamaron al niño Tianzhi (天之, bendiciones del cielo). A los dieciocho años, Tianzhi se presentó a los exámenes imperiales y más tarde se convirtió en funcionario.

Historias como ésta encarnaban el énfasis que las enseñanzas tradicionales chinas ponían en la virtud y la honestidad. Estas virtudes han ayudado a todo el país, desde los emperadores a los plebeyos, a soportar las tribulaciones a lo largo de los tiempos.

Sima Guang (1019 – 1086) fue un alto funcionario erudito e historiador de la dinastía Song. Su lema respecto a la familia era: «Si acumulas oro para legarlo a tus hijos, puede que no sean capaces de conservarlo; si acumulas libros para legarlos a tus hijos, puede que no sean capaces de leerlos; la virtud acumulada, sin embargo, perdurará para servir bien a tus hijos».

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