Por Publicaciones VCS Radio

En cierto pueblo de China, hace mucho tiempo vivía un hombre conocido por ser muy ecuánime y, por lo tanto, nunca dispuesto a dejarse llevar por las emociones. Este hombre era además muy pobre; mientras, su hijo soñaba constantemente con poseer aquellas cosas que su padre no podía darle.

En cierta ocasión, el niño estaba sentado en la acera frente a su humilde vivienda, cuando pasó por la calle una manada de hermosos caballos guiados por un vecino rico que apreciaba al papá del chico. Con la manada iba, un poco rezagado, un potrillo que había quedado huérfano. Sabiendo el vecino que aquel niño soñaba con tener un potro, le preguntó si lo quería. El chico, encantado, le aceptó el obsequio y pleno de felicidad se lo enseñó a su padre.

Otro vecino, cuando se enteró de lo sucedido al chico, le comentó al padre que su hijo tenía mucha suerte. El buen hombre le preguntó por qué decía tal cosa, a lo que su vecino contestó:

-Es muy obvio, vea que pasa una manada de caballos y el niño, que miraba extasiado, resulta que es obsequiado con un potrillo. ¿No es eso tener mucha suerte?

-Sí, puede ser mucha suerte, pero también podría ser una desgracia – dijo el padre.

El caballo se convirtió en el mejor amigo del niño, y ambos fueron creciendo en medio de juegos y carreras. Pero un día, cuando el joven llegó al corral para saludar a su amigo, encontró que había huido. Poco después, el vecino se acercó al padre del muchacho y le comentó:

-Parece que después de todo, su hijo ha tenido muy mala suerte. Después de cuidar tan celosamente al potro, tan pronto creció un poco, se fue sin que pudiera disfrutarlo realmente.

El hombre, sin perder la compostura, le contestó:

-Tal vez sea una adversidad, pero también podría ser buena suerte.

Algunas semanas después, cuando ya el muchacho se estaba resignando a la pérdida del caballo, éste regresó acompañado de una manada de 100 caballos salvajes. El joven, que ya sabía muy bien cómo tratarlos, pudo conducirlos al establo y se hizo dueño de todos.

Ante este prodigio, el vecino se acercó nuevamente al padre y le dijo:

-Vaya suerte la de su hijo. Mire cómo, después de criar al potrillo que recibió de regalo, éste huye, pero ahora regresa acompañado de una manada de 100 potros jóvenes. Nunca había visto tal cosa.

-Vecino, eso puede ser una gran suerte, pero igual podría ser una desgracia – le respondió, impasible, el padre.

Ya dueño de esa cantidad de caballos, el joven se propuso domarlos con mucha dedicación. Pero siendo esta una labor bastante riesgosa, uno de los potros lo arrojó al suelo y se partió una pierna.

Una vez más, el vecino se dirigió al padre para hacerle su comentario:

-Finalmente parece que su hijo no cuenta con mucha suerte, vecino. Observe cómo el caballo, después de huir, llega con una manada de potros salvajes, y al tratar de domarlos, lo único que logra es romperse una pierna.

Pero el padre insistió en su respuesta de siempre:

-Bien puede ser tanto una desgracia, como buena suerte.

Ante este accidente, el muchacho se vio obligado a permanecer en la casa, mientras se recuperaba de la fractura. Sin embargo, unos días más tarde un reino vecino le declaró la guerra al reino al cual ellos pertenecían. Los soldados pasaron por la aldea reclutando a todos los jóvenes para conducirlos al campo de batalla, pero al observar que este chico tenía la pierna rota, lo dejaron de lado.

Tan pronto como se alejaron, el vecino corrió una vez más donde el padre.

-¡Qué gran suerte tiene su hijo! El accidente que tuvo con el caballo le sirvió para librarse de ir a la guerra –, le comentó tan pronto lo vio. A esto, como siempre, el hombre con su acostumbrada calma, le contestó:

-Puede ser, vecino, pero puede ser que no.

Reflexión: Este relato enseña que cada día es diferente del anterior y aun del que le sigue. La noche sigue al día y eso no podemos cambiarlo. Quien tiene sabiduría entiende esto perfectamente, y por lo tanto no se entusiasma en medio de la dicha ni se deja abatir por la desgracia.

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