Por ORLANDO AVENDAÑO – Voz US media
En el marco del Acuerdo de Barbados, firmado entre Estados Unidos y el régimen autoritario de Nicolás Maduro, la Casa Blanca se comprometió en levantar las sanciones a la dictadura de Venezuela a cambio de un proceso paulatino y lineal de apertura democrática. En concreto, el chavismo se comprometió a permitir el desarrollo de unas primarias opositoras y, luego, la realización de elecciones presidenciales libres y competitivas.
Estados Unidos no solo le levantó las sanciones a Nicolás Maduro —medidas que habían sido impuestas por la Administración de Donald Trump en respuesta a las violaciones de derechos humanos—; además, devolvió a Maduro a su testaferro y ficha fundamental, Alex Saab, quien estaba en una cárcel americana bajo contundentes acusaciones de crimen organizado.
El retorno de Saab a Caracas, quien fue recibido como un héroe, se suma a la liberación de los narcosobrinos, devueltos a su tío político, Maduro, en octubre del 2022 —ambos sobrinos de Cilia Flores, la esposa del dictador, habían sido detenidos en noviembre del 2015 bajo cargos serísimos de narcotráfico y pagaban una prisión de 18 años en Nueva York.
Todas estas concesiones, sorprendentemente, fueron gratis. El régimen de Nicolás Maduro no solo no cumplió, sino que ha recrudecido el terrorismo de Estado a niveles sin precedentes. La persecución empezó con la inhabilitación a María Corina Machado, quien había resultado electa líder de la oposición en las primarias celebradas el pasado 22 de octubre con un 92% de apoyo y con una votación abrumadora. El régimen también desconoció las primarias. Luego, pocas semanas después de las primarias, ordenó el arresto de varios miembros esenciales del equipo de Machado, quienes tuvieron que refugiarse.
En el marco de las negociaciones por la liberación de Alex Saab, el 20 de diciembre, Maduro le levantó las órdenes de captura a los tres miembros del equipo de Machado (Pedro Urruchurtu, Claudia Macero y Henry Alviarez). No obstante, la represión no se detuvo. Pocas semanas después la dictadura desapareció forzadamente a otros miembros de la campaña de Machado. Asimismo, secuestró y desapareció por varios días a la reconocida y prestigiosa defensora de derechos humanos, Rocío San Miguel. A todos los acusó de conspiración y desestabilización.
Aunque el Acuerdo de Barbados exigía que la líder opositora Machado fuera habilitada para participar en unas elecciones presidenciales, el Tribunal del chavismo ratificó la inhabilitación en su contra el 26 de enero de este año.
Luego, la dictadura estableció la fecha de las elecciones, violando nuevamente el Acuerdo firmado con Estados Unidos: no las pautó para mediados del segundo semestre del año, sino el 28 de julio, coincidente con el nacimiento de Hugo Chávez.
En paralelo, el régimen siguió inhabilitando otros posibles candidatos y prohibiendo a partidos políticos opositores presentarse a las elecciones.
A plena luz del día, el régimen secuestró a dos altos dirigentes del equipo de Machado, al coordinador nacional Henry Alviarez y a la secretaria política Dignora Hernández. Después, el fiscal del régimen, Tarek William Saab, anunció órdenes de captura contra siete miembros del equipo de Machado, entre los que se encuentran Claudia Macero y Pedro Urruchurtu. Sí, Alviarez, Macero y Urruchurtu fueron los que formaron parte de las negociaciones por la liberación de Saab.
Machado, con mucha valentía, dio la cara hoy en la sede de su partido Vente Venezuela, rodeada temprano en la tarde por agentes de la Inteligencia del chavismo. En una rueda de prensa, Machado alertó la represión, denunció que el régimen busca dejarla sola y lanzó un clamor a la comunidad internacional: “¡Esperamos mucho más que buenos deseos!”.
Es un llamado directamente a Estados Unidos. A este punto es claro que Nicolás Maduro se ha burlado de Joe Biden. No ve mayor riesgo en romper los acuerdos, recrudecer la represión e, incluso, volver a encarcelar a aquellos que liberó a cambio de Saab. Un dictador caribeño, envalentonado, hace y deshace lo prometido a la Casa Blanca, porque además ya le sacó a Estados Unidos todo lo que quería.
Si Biden quiere demostrar que no se va a dejar burlar por Maduro debe, al menos, reimponer las sanciones diseñadas por el expresidente Trump. Es lo mínimo que debería hacer. Esas sanciones, que no estaban armadas para afectar a los venezolanos sino para dañar a la cúpula de la dictadura, eran una respuesta a las violaciones de derechos humanos. Eran también una forma de enviar el necesario mensaje al mundo de que ser un tirano tiene un precio.
Biden no debe aislar y estrujar a la nomenclatura chavista solo por razones humanitarias —estaría bueno que lo hiciera, claro, porque además ha dejado sola a María Corina Machado. Debería hacerlo, también, por simple orgullo americano. Apena ver cómo un país empobrecido se burla de la que se supone que es la primera potencia del mundo. Pero, además, Biden debería tomarse en serio Venezuela, porque el fortalecimiento de Maduro también implica el fortalecimiento de regímenes como Irán, China o Rusia en el continente, a pocos kilómetros de Miami.
Biden debe reimponer las sanciones a Maduro, pero debe además extenderlas y volverlas más agresivas. Eso está en manos de la Casa Blanca y no implica un mayor costo para los americanos. Pero deben ser sanciones eficientes, como las que hicieron temblar al sistema del apartheid en Sudáfrica o contra Rhodesia. No solo deben ser comerciales, sino financieras, quirúrgicas, contra ciertos funcionarios claves del régimen chavista. Es urgente.