Por Karina Mariani – La Gaceta de la Iberosfera

Cuando comenzaba el 2024, el faro moral de la progresía radicalizada, más conocido como Foro Económico Mundial, nos anoticiaba acerca de que la desinformación era la amenaza más importante del mundo. No las epidemias de drogas sintéticas, no el terrorismo islamita, no las guerras en Europa, Asia y Medio Oriente, no la inflación mundial, no el invierno demográfico, no, no y no. Según el hampa que marca la agenda de nuestros gobiernos el problema que más nos asfixia a todos los terrícolas al levantarnos, que nos tortura a lo largo del día y en lo último que pensamos antes de dormirnos es en la desinformación. 

En consecuencia, la inmensa mayoría de los gobiernos tienen como prioridad resolver el problema que ellos mismos dicen que encabeza la lista de nuestras preocupaciones. Y como ocurre con todas las agendas de la progresía radicalizada, existen algunos gobiernos que van a la vanguardia de la demencia para ver si logran obtener el primer puesto en el podio de las distopías liberticidas. Pues en ese podio hace tiempo que Australia tiene una plaza asegurada (para muestra dos botones acá y acá). Lo que se suponía que era una democracia liberal bien afincada, institucionalmente consecuente y de principios inclaudicables se evidenció como una prisión cruenta durante el bienio covídico. Pero, para que una sociedad pudiera implementar semejante sistema de opresión, debe haber en la población y en sus élites un caldo de cultivo previo. Un bicho respiratorio no rompe una democracia, pero sirve para exponer cuando está podrida.

Y resulta que esa podredumbre se traduce en la actual cruzada por censurar la información ya no sólo en territorio australiano sino en todo el globo. En efecto, el gobierno australiano quiere decidir qué cosa podemos publicar y leer todas las personas del mundo. Por eso, el comisionado de eSafety (el regulador gubernamental para la seguridad en línea), una especie de soft Stasi al servicio de los políticos, ordenó a las redes sociales que eliminaran los vídeos de uno de los tantos ataques terroristas en Sydney. La mayoría de las redes cumplió (especialmente el magnate Mark Zuckerberg que ha desarrollado una adicción por la censura), pero X (antes Twitter) no fue lo suficientemente obediente para el gusto del comisario australiano. Porque lo que Australia quiere es que X elimine el vídeo por completo, no sólo que lo oculte a los australianos, entonces, hace pocos días, un tribunal australiano ordenó a la red social X que borrara ese video de la faz de la Tierra, cosa que Elon Musk se negó a hacer. 

El primer ministro Anthony Albanese fue presa de un berrinche de esos que atacan al wokismo contrariado, alimentado por un meme que Musk utilizó para acusar a su gobierno de censura, y dijo que Musk «cree que está por encima de la ley pero también por encima de la decencia común» y acto seguido su fiel ladero, el Comisionado de eSafety, amenazó a X con fuertes multas si no eliminaban los vídeos del apuñalamiento en la iglesia. Musk, que posee el extraño don de agrupar a los enemigos más patéticos del mundo, escribió: «Me gustaría tomarme un momento para agradecer al primer ministro por informar al público que esta plataforma es la única veraz» y criticó personalmente a la comisionada de eSafety, Julie Inman Grant, a la que describió como la «comisaria de censura australiana».

Los problemas entre Australia y la libertad como derecho, no se resumen en Musk, sino que vienen de larga data. En 2019, la policía federal allanó la sede de la emisora ​​estatal ABC en Sydney porque el medio había denunciado actos atroces cometidos por fuerzas especiales australianas en Afganistán, incluido el asesinato de hombres y niños desarmados. El gobierno australiano estaba preocupado por una “derivación de valores” entre las tropas de élite en Afganistán por lo que ordenó a los censores «eliminar o alterar» material en las computadoras de la emisora. Anteriormente ya había tenido disputas con redes sociales por el control de las noticias de Australia para los usuarios del país. Esta excitación morbosa por el control social lleva años ampliándose y no distingue grandes diferencias en las posturas entre grupos políticos opuestos. A todos la censura los seduce de idéntico modo. En el año 2019, Gobierno y oposición diseñaron una ley que facultaba a la policía y las agencias de inteligencia a obtener acceso a mensajes cifrados en WhatsApp y a perseguir a quien evadiera la censura. En 2021 el Parlamento Federal aprobó una ley que sumaba poderes de vigilancia de la ciudadanía. En 2022 el gobierno de Australia anunció una regulación para hacer frente a la desinformación por la cual al organismo regulador de los medios de comunicación (ACMA) se lo facultaba para exigir a las empresas de Internet a compartir datos sobre cómo gestionaban la desinformación. Pero las nuevas regulaciones sobre «desinformación» del 2023 otorgarían al gobierno poder censurar prácticamente cualquier cosa.

Siguiendo la senda del despótico consorcio Poder Ejecutivo-Poder Judicial que embarra a la democracia en BrasilAustralia se encamina al más abierto desprecio por la libertad de expresión. Amenaza a X con multas diarias de más de medio millón de dólares estadounidenses si la plataforma no impide que todos los usuarios del mundo accedan al vídeo de un obispo siendo apuñalado en una iglesia de Sydney. La orden de prohibición global pretende evitar que los australianos utilicen la tecnología VPN  para eludir un bloqueo geográfico. 

El aviso de eliminación de eSafety a X  le exigía la eliminación del material de vídeo: «El Tribunal Federal concedió hoy una nueva orden judicial provisional que exige a X Corp ocultar inmediatamente el material de Clase 1 en X que estaba sujeto al aviso de eliminación de eSafety del 16 de abril de 2024» a lo que Musk respondió con absoluta lógica que «si a CUALQUIER país se le permite censurar contenido para TODOS los países, que es lo que exige el ‘Comisario de eSafety’ australiano, ¿qué impedirá que cualquier país controle todo Internet?». Si siguiéramos los berrinches de la corte de tiranuelos australianos, mañana deberíamos seguir las órdenes de censura de cualquier otro mandatario o juez del mundo. Por ejemplo, las órdenes de algún juez amigo de Maduro, o de Putin, o de Jamenei.

Esta semana los políticos australianos hacían fila para insultar a Musk, lo dicho, el wokista contrariado en un animal rabioso. El primer ministro Anthony Albanese dijo que era un multimillonario arrogante, la senadora Sarah Hanson-Young le dijo vaquero narcisista y la senadora Jacqui Lambie, presa de una furia despótica, sostuvo que «alguien así debería estar en la cárcel y tirar la llave«. La indignación contra Musk no les permitió, lamentablemente, ocuparse mejor de los ciudadanos de su país que pueden ser atacados a cualquier hora y en cualquier lugar, incluyendo a bebés atravesados por el filo de un cuchillo en los brazos de su madre mientras hace las compras o a un sacerdote en plena misa.

El objetivo de control social que persigue la narrativa de la «desinformación» es el más preciado por los gobiernos de todo el mundo. Especialmente durante el bienio covídico las elites saborearon un poder como nunca jamás había experimentado la humanidad por su duración y extensión, y ahora son adictos con síndrome de abstinencia tratando de convencer a la población de que existe “una información” única que es la dada por el poder y que todo lo demás son fake news. En este sentido, mucho ha avanzado la Unión Europea por los caminos del estalinismo digital.

Pero volviendo a Australia, el pícaro Albanese ha logrado en su disputa con Musk correr el foco sobre el real problema que son los ataques terroristas normalizados en iglesias, calles, centros comerciales, etc. Los violentos apuñalamientos en Sydney no están siendo tratados como un gravísimo problema de seguridad interior sino como un tema de “desinformación” que lleva a los políticos a demandar la censura “para proteger a los australianos» del contenido violento en línea. Parece que si los australianos no vieran los videos, los muertos y los terroristas dejarían de existir. De hecho, para la Ministra del Interior, Clare O’Neil, las redes sociales son responsables de «todos los problemas» y por lo tanto, lo único que debería hacer el Gobierno es censurar las noticias y listo, problema resuelto. 

Como en casi todo el mundo los Estados han ido progresivamente subsidiando medios públicos y privados tradicionales, las corporaciones mediáticas dejaron de ser un contrapoder de la política hace mucho tiempo. En el siglo XXI el contrapoder son las redes sociales, un contrapoder mucho más desordenado, despiadado, horizontal, taimado, insumiso y cínico. Los medios en Australia, a la par de la clase política (casi) toda se posicionan del lado del gobierno en su trifulca contra Musk, aprovechando esta oportunidad de oro para enjaular a las redes sociales rebeldes y a los rebeldes propiamente dichos. Los políticos australianos son yonkis del control social y esa adicción es la que los ciudadanos alimentan con sus votos, todo hay que decirlo. No persiguen ninguna verdad, de hecho no se mosquearon cuando las redes propalaban la mendaz publicidad de las cuarentenas con escenas de muertes falsas, ¿recuerdan? pero las noticias reales les producen tirria.

Es poco probable que la clase política australiana en particular, y la que se hinca ante el Foro Económico Mundial en general, deje de abrazar cualquier excusa para acrecentar su poder. Un virus, una noticia, una red social, todo es útil a la hora de afilar el despotismo. Pero mientras las élites se embarcan en una cruzada censora que le permitiría al gobierno de un país constituirse en la policía de internet del mundo, los verdaderos problemas golpean las puertas de sus países. 

Cuenta Plutarco la desgraciada historia del primer mensajero que dio la noticia a Tigranes II, Rey de Armenia, sobre la llegada del general romano Lúculo. La noticia enojó tanto al armenio que éste le cortó la cabeza al portador del mensaje. Así, sin que nadie se atreviese a llevarle más noticias, y sin ninguna información de inteligencia, Tigranes permaneció sentado en la ignorancia mientras la guerra arreciaba a su alrededor, y el rey escuchaba sólo a aquellos que lo halagaban. El 6 de octubre del 69 A.C. Tigranes fue vencido en la batalla de Tigranocerta, cuando sus guardias lo traicionaron y abrieron las puertas de la capital al enemigo. La realidad tiene la mala costumbre de ser porfiada.

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