Fuente: Panampost

Si usted compra productos hechos en China es posible que en cualquier momento encuentre al interior de los empaques una carta en cantonés, mandarín o un débil inglés, con el relato de crueldad, abuso y esclavitud que sufren quienes están detrás de la fabricación. Es desesperación. Quienes escriben las misivas claman ayuda. Solicitan que las organizaciones defensoras de los derechos humanos acudan a la nación asiática.

Tarjetas de navidad, adornos de Halloween e incluso jeans son algunos de los productos hechos en China utilizados para revelar al mundo el infierno laboral que intenta ocultar el régimen de Xi Jinping. Las firmas pertenecen a trabajadores, uigures y presos sometidos a jornadas de hasta 75 horas semanales.

“Queridos amigos, ¿saben que, mientras ustedes viven su cómoda vida, los presos chinos en Tianjin tienen que trabajar de 12 a 15 horas diarias sin recibir siquiera una comida a cambio?” es parte del mensaje que la cineasta, Laetitia Moreau, encontró en un test de embarazo adquirido en una farmacia de París procedente de Pekín. “Por favor, ayúdenme” es la petición final del manuscrito.

La productora y escritora quedó impávida ante la evidencia oculta y viajó hasta China para investigar la instalación de empresas en las penitenciarías. Sin embargo, en su estadía descubrió que los abusos también son cometidos en la agricultura, minas y el sector construcción.

“Los presos son explotados por subcontratistas que operan para empresas tanto chinas como extranjeras. Los golpean y torturan para que trabajen rápido” indica en su documental Trabajos forzosos, el SOS de un prisionero chino que la agencia alemana, Deutsche Welle, emitirá hasta el próximo 30 de junio en español.

Régimen de poder

El contenido de la producción es espeluznante. Reseña que los Laogai conocidos como los “centros de reforma laboral” de Mao Zedong, que surgieron del modelo del gulag soviético, siguen funcionando a pesar de su abolición. De hecho, constituyen un engranaje en la economía considerando que cinco empresas públicas chinas trabajan directamente en la prisión municipal de Tianjin, cerca de Beijing, de donde salió el mensaje que la cineasta encontró.

Las cartas no son la única vía para los trabajadores denunciar la inconformidad en China. Un grupo de desarrolladores agitó al gobierno de Xi con el lanzamiento Git­Hub, una plataforma de códigos de programación que protesta contra la numeración 996, famosa por resumir las jornadas de trabajo de 9 de la mañana a 9 de la noche seis días a la semana. “Terminarás en la Unidad de Cuidados Intensivos” era uno de sus mensajes adjunto una lista negra con más de 150 empresas que aplicaban este régimen de trabajo.

Es inolvidable el caso del repartidor de Alibaba en la ciudad de Taizhou, China, cuyo cuerpo consumió el fuego mientras protestaba por una serie de irregularidades laborales en la compañía.

El régimen chino anunció la derogación del horario en 2021 pero sólo ocurrió tres años después de la niña inglesa, Florence Widdicombe encontrar el mensaje de un recluso de la cárcel china de Qingpu en una de las seis postales de navidad adquiridas en supermercado Tesco, del Reino Unido. En la tarjeta importada como parte de los productos hechos en China se pedía contactar a Peter Humphrey, un periodista británico que estuvo encarcelado en esa misma prisión, para hacerle llegar la denuncia de esclavitud laboral.

Casos indignantes

Antes de este caso, la compradora de Primark, Karen Wisínska, residente del condado de Fermanagh, entregó a Amnistía Internacional una carta que consiguió en unos pantalones de la tienda Primark en junio de 2011. El escritor afirmaba estar preso en la prisión de Xiang Nan, en la provincia de Hubei, y estar obligado a trabajar 15 horas al día.

En 2012,  Julie Keith abrió un paquete de decoraciones de Halloween en Oregon del cual cayó un mensaje claro:  “Señor: si ocasionalmente compra este producto, tenga la amabilidad de reenviar esta carta a la Organización Mundial de Derechos Humanos. Miles de personas aquí que están bajo la persecución del gobierno del Partido Comunista Chino se lo agradecerán y recordarán por siempre”.

Sun Yi, un ingeniero chino castigado por hacer campaña por la libertad de unirse a un movimiento de meditación prohibido, lo firmó. Su historia está recopilada en el libro Made in China de la periodista de investigación Amelia Pang, quien en cinco capítulos también destaca que “la Revolución Cultural mató a millones y destrozó la economía de China. “Esta es la razón por la que los ideales modernos de China continental tienden a otorgar más valor a la estabilidad social que a los derechos humanos”.

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