Fuente: La Derecha Diario
Desde el año 2016, más de medio centenar de mezquitas han sido destruidas en la región china de Xinjiang y millones de musulmanes han sido internados en campos de concentración.
La guerra de la dictadura china contra el islam comenzó a salir a la luz hace unos años, siendo la islamofobia y la intención de sofocar el separatismo en la región las principales causas de estas agresivas medidas.
Lo que llama la atención es la “neutralidad” de la izquierda internacional respecto a esta situación. Mientras que son abiertamente antisemitas y piden la destrucción de Israel por defenderse del terrorismo islámico en medio oriente, hacen silencio con el genocidio musulmán en China.
En Xinjiang, situada al noroeste del país, más del 50% de la población está compuesta por uigures y kazajos. Ambos grupos étnicos profesan la religión musulmana y utilizan lenguas escritas con el alfabeto árabe. Además, sus más de 12 millones de personas se oponen firmemente a lo que denominan “preponderancia cultural impuesta por el Partido Comunista de China” en la región y tienen un fuerte sentimiento de independencia.
Aunque el islamismo representa poco más del 1% en China, es la religión predominante en Xinjiang. Por ello, las autoridades chinas han prohibido la práctica religiosa en la región. Además, la dictadura comunista de Xi Jinping chino ha implementado tecnologías de reconocimiento facial y análisis de datos para “vigilar y hacer seguimiento” a los habitantes de la región, según un informe publicado por Human Rights Watch. Este control gubernamental incluye la recopilación de características personales de la población, como su grupo sanguíneo, altura, entorno religioso e incluso su pensamiento político.
El gobierno de Xi Jinping ha emprendido un exterminio de la cultura e identidad de uigures y kazajos, acción que ya se ha denominado como “Estado excavadora“. En los últimos años, más de medio centenar de mezquitas de la región han sido demolidas, según una investigación realizada por el diario británico “The Guardian” y el sitio web Bellingcat. Estos medios han difundido fotografías que evidencian la represión sufrida por las minorías musulmanas y muestran la desaparición de numerosos templos en todo el territorio de Xinjiang.
Un ejemplo de esta destrucción de símbolos musulmanes es la mezquita de Kargilik, la más grande del territorio, ubicada en la ciudad del mismo nombre, al sur de Xinjiang. Este edificio, construido en el año 1200 y conocido por sus impresionantes torres, su entrada y la belleza de su jardín interior, ya no existe. Habitantes de varias poblaciones cercanas se reunían allí cada semana para rezar, hasta que en 2018, la mezquita fue completamente arrasada, según las imágenes satelitales obtenidas por “The Guardian“. La población local lamenta la situación y alerta de que el derribo de las mezquitas es solo una de las medidas represivas visibles, mientras que otras acciones no son tan evidentes.
Otra de las grandes decisiones para sofocar el llamado “extremismo” y separatismo de la población de Xinjiang es la creación de campos de concentración. Cerca de un millón de musulmanes están o han estado detenidos en centros de detención de la región, según una estimación de un grupo de expertos citados por la ONU, aunque el régimen comunista claramente lo ha negado.
Estos opositores al gobierno chino son trasladados a diferentes campos de trabajo construidos con un secretismo casi absoluto. Allí, los detenidos, en su mayoría de origen uigur y kazajo, están obligados a estudiar la cultura china y se les somete a un régimen de autocrítica acompañado de diversas torturas físicas.
Ante esto, el régimen chino ha declarado que estas informaciones son “totalmente contrarias a los hechos“, expresando su fuerte descontento y oposición. Además, ha destacado que hoy la región de Xinjiang es políticamente estable y que la gente “vive y trabaja en paz“. Esto se suma a la propaganda difundida por las autoridades, en la que califican estos campos como “centros de formación profesional” que buscan mejorar la “convivencia y la estabilidad de la región frente al extremismo existente“.
Este ataque a las mezquitas y la población musulmana se complementa con restricciones en el uso del idioma uigur en favor del mandarín, única lengua en la que se imparte la educación. Además, se promueven los matrimonios interétnicos y se fomentan actos para exaltar el patriotismo y la cultura china. Todo ello con el objetivo de eliminar cualquier tipo de sentimiento separatista y musulmán, escondido, eso sí, por el gobierno chino bajo una “lucha contra el terrorismo islamista“.