Fuente: VCS Media

En cierto pueblo se construyó un hermoso templo, cuya majestuosa presencia debería traer miles de peregrinos desde todos los rincones del país. Con el fin de tener una estatua de Buda a la altura de dicho templo, se contrató a un reconocido escultor para que la tallara.

El escultor buscó el mármol más perfecto que pudo hallar, pero como era de un gran tamaño, dividió la piedra en dos, e inició su trabajo con una de las piezas.

Tan pronto como empezó el cincelado para dar forma a la escultura, la piedra se quejó con amargura:

-¿No puedes tratarme más suavemente? ¡Me estás lastimando en forma terrible! He soportado toda clase de maltratos en mi vida, pero esto es lo peor que me ha sucedido. ¿Realmente me puedes convertir en una estatua de Buda?

El escultor suspendió un momento el trabajo, y le respondió:

-Debes ser tolerante ante los padecimientos si quieres convertirte en una hermosa escultura. Cree en mí, soporta el dolor y cuando este termine verás que te has transformado en algo muy hermoso.

La piedra reflexionó un momento, y le contestó:

-Está bien, si puedes cumplir tu promesa, soportaré ese dolor. Pero dime, ¿cuánto tiempo tardarás?

-Voy a trabajar muy intensamente – le contestó el artista -. Por lo tanto, tendrás que resistir durante 30 días. Es posible que después de eso, deba hacer algunos retoques que tardarían unos días más. Al cabo de ese tiempo te prometo que saldrás del taller convertida en un Buda digno de veneración y alabanza.

Después de estas palabras, la piedra se mostró satisfecha. Pensó que, dados los resultados esperados, bien valía la pena soportar algunas incomodidades. El escultor tomó nuevamente su cincel y siguió modelando la pieza, concentrado en cada golpe que daba. Pero así mismo, a cada uno de estos golpes la piedra se estremecía, como si le arrancaran las entrañas.

Así continuaron por algunas horas, pero finalmente, incapaz de soportar tan intensa tortura, la roca gritó nuevamente:

-¡Basta ya! ¡No soporto este martirio un minuto más! ¿Ninguna recompensa es suficiente para que yo deba soportar tanto dolor y suplicio! ¡Ya déjame continuar mi apacible vida, prefiero nunca ser alabada si este es el precio que debo pagar!

Ante estas quejas, el artista entendió que nunca podría trabajar con esta quejosa piedra. Entonces, la tomó y la cortó en losas, a las cuales pulió, destinándolas al piso que se debía colocar frente al altar de la escultura por tallar.

Después de esto, tomó la otra piedra, que había dejado a un lado y replanteó su trabajo. Con alguna precaución al comienzo, le dio los primeros golpes de cincel, casi esperando los gritos. Pero la piedra permaneció callada. Cada vez más animado, siguió tallando, sumergido en el éxtasis creativo. Más tarde, dejándose llevar por la curiosidad, dijo:

-Te he estado golpeando con fortaleza, pero no te he escuchado replicar. ¿No sientes ningún dolor?

-Claro que sí siento –le contestó la piedra-. Al igual que mi otra mitad, a veces creo que es insoportable. Pero si me quejo y te pido que suavices los golpes, seguramente los resultados no serán los que tú deseas. Entonces tal vez me deseches y habré sufrido para nada. O de pronto debes hacer muchos retoques, y solo habremos perdido tiempo sin disminuir el dolor. Mejor es que trabajes como requieras, mientras yo soporto lo que deba ser.

Entonces, sin más diálogo, el escultor se dedicó por entero a su labor y al cabo de 30 días pudo contemplar con orgullo la más hermosa escultura de Buda que hubiera podido crear.

Cuando la estatua fue colocada en el altar que se le tenía reservado, vinieron miles de personas de todas partes para contemplar y rendir adoración a tan sublime escultura. El Buda parecía vivir dentro del precioso mármol, y con los serenos ojos entornados observaba con amor a las gentes que con esperanza le dirigían sus oraciones.

Diariamente las multitudes caminaban sobre las losas de la primera piedra para rendir homenaje al divino Buda. Una tarde, cuando el templo había quedado vacío, la losa al fin le habló a su antigua compañera, ahora convertida en escultura:

-No puedo entender cómo es el sentido del destino. Antes éramos una sola roca, pero ahora tú has sido elevado a las alturas y todos te alaban mientras yo soy pisoteado permanentemente.

La otra piedra miró apacible, y le contestó:

-No hay misterio en eso. El convertirte en losas para el piso fue algo muy fácil. Pero yo debí soportar innumerables golpes dolorosos durante muchos días. Eso, al final, permitió que de mí emergiera el Buda que ahora puedes ver.

Reflexión: el camino hacia la perfección nunca es fácil ni rápido. Debemos soportar firmemente muchas pruebas y sufrimientos si deseamos alcanzar una meta verdaderamente alta.

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