Por Publicaciones VCS

Hace muchos años, en una remota aldea de la India, había un joven aguador que llevaba a cabo su humilde oficio con alegría. Diariamente se le veía ir y venir por el camino del rio, llevando sobre los hombros sus dos únicas vasijas, las cuales colgaban en los extremos de un palo.

Una de ellas estaba agrietada, y dejaba escapar constantemente pequeños hilos de agua que iba quedando regada por donde pasaba el mozo. La otra, por el contrario, era perfecta y cumplía a cabalidad su cometido de mantener el agua depositada en ella.

Por todo esto, mientras el aguador andaba cantando distraído, la vasija sin grietas se sentía orgullosa por cumplir adecuadamente con los fines para los que había sido creada. En cambio, la vasija agrietada vivía avergonzada de su imperfección y de no cumplir correctamente su misión, lo cual la ponía muy triste.

De manera que, cierto día, sin poder resistir más su pena, le dijo al aguador:

-Me siento muy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque mis grietas no permiten que obtengas sino la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo. Deseo que me deseches y coloques en mi lugar una vasija perfecta, como lo es mi compañera.

El aguador meditó un instante y, con una sonrisa, le contestó:

-Cuando estemos de regreso a casa quiero que observes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

Cuando iniciaron el camino de regreso, la vasija obedeció lo que se le había solicitado y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo de la vereda. Por un instante se sintió animada ante el bello espectáculo, pero en seguida regresó su tristeza. De todos modos, al final sólo guardaba dentro de sí la mitad del agua del principio y las flores del camino no cambiaban este hecho.

El aguador, que había estado atento a su reacción, le dijo entonces:

-¿Pudiste darte cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Desde hace mucho tiempo había notado tus grietas, y se me ocurrió sacar el lado positivo de ellas. Entonces, sembré semillas de flores a todo lo largo del camino.

-Por lo tanto, durante dos años, todos los días las has regado y he podido recogerlas. Si no fueras exactamente como eres, con tus cualidades y tus limitaciones, jamás hubiera sido posible crear esa belleza. Gracias a ti pude aprender que todos somos vasijas agrietadas por alguna parte. Pero siempre existe la posibilidad de aprovechar esas grietas para obtener mejores resultados de nosotros mismos.

Entonces, a partir de ese día la vasija ya nunca más estuvo triste, y ayudada por el viento, acompañaba en cada viaje, a través de sus grietas, el canto alegre del aguador.

Reflexión: no debemos enfocarnos en ver solamente nuestros defectos, pues puede ser que ellos nos sean dados como una bendición para obtener los mejores frutos que podemos dar.


Cuento anónimo hindú

Imágen de portada: Carlos Morales G.

Narración: Javier Hernández

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