Fuente: Ejercito Remanente
Por Alicia Beatriz Montes Ferrer
Querido lector, un año más tenemos que presenciar cómo los escaparates se llenan de adornos de Halloween. Puedo entender que para ellos es un negocio, los que venden disfraces, accesorios o chucherías, aprovechan la ocasión, los demás, se dejan llevar. Adornan sus tiendas porque toca, al igual que harán cuando llegue navidad, aunque el sentido de esa fiesta ni les interese mucho.
Y un año más tengo que soportar cómo dos semanas antes, en los centros escolares, los docentes se pasan largos ratos ideando qué disfraces ponerse o qué manualidades hacer con los alumnos, para celebrar a lo grande la fiesta de Halloween.
Soy consciente de que a muchos les va a escocer lo que voy a exponer a continuación, e incluso hay católicos que, sin ningún reparo, califican de exageradas las críticas de los católicos hacia Halloween[1]. No obstante, querido lector, prefiero ser presa de las críticas que callar ante el mal.
He de señalar que parto en esta reflexión de mi actitud anti Halloween abiertamente proclamada. Y no es por gusto mi enemistad hacia esta fiesta, porque bien que me gustan las fiestas. Mi repulsa viene por mi sana costumbre de celebrar aquello que me aporte algo bueno y que tenga un sentido para mi vida. Si nos detenemos a analizar los siniestros orígenes de Halloween[2], cosa que pocos hacen, no encuentro ningún solo valor positivo para nadie.
Si nos remontamos a los orígenes, tan sólo hay que escarbar un poco para darnos cuenta que tiene en su base unos ritos satánicos originarios de la cultura celta e invocaciones a los espíritus del inframundo, es decir, a Satanás. Si bien es cierto que con el paso de los años se transformó en una celebración bien distinta, no podemos obviar este detalle. El demonio, sí, querido lector, ese que se cuela en nuestras vidas mostrándonos una realidad engañosa, ese que nos ofrece la manzana, que aparentemente sabe apetitosa, y divertida como Halloween, pero está envenenada, ese que es el padre de la mentira, se frota las manos cuando nos ofrecemos a celebrar fiestas que lo tienen a él como protagonista.
Ya sé querido lector que, la inmensa mayoría de la población ni se para en pensar en eso, y mucho menos le interesa. Ya sé que los alumnos disfrutan porque se disfrazan, cosa que a casi todos los niños les encanta, porque se pasan grandes jornadas haciendo dibujos y manualidades divertidas y, sobre todo, porque hay chucherías y bromas.
Pero querido lector, vayamos más allá, vayamos a lo que esto puede suponer, año tras año, para estas pequeñas criaturitas inocentes.
Recientemente en una entrevista, el padre Francesco Bamonte, Siervo del Inmaculado Corazón de María y Vicepresidente de la Asociación Internacional de Exorcistas[3], lo advertía seriamente, (como anteriormente ya lo han hecho muchas más personas): La fiesta de Halloween aparece hoy estrechamente vinculada a realidades oscuras y sombrías como la brujería y el satanismo… Quienes la celebran se ponen en comunión con esta corriente espiritual maléfica… con todas las consecuencias nefastas que conllevan para sus vidas.
Es verdad que a nuestro alrededor vemos a muchas personas que lo celebran año tras año y, en apariencia, siguen su vida tan normal. Pero no debemos descartar que también hay quienes han caído en las garras de las sectas satánicas o incluso de posesiones demoníacas. De hecho, esa noche, que es el comienzo del año para los satanistas, siguen ocurriendo a lo largo y ancho del planeta, acontecimientos escalofriantes como homicidios, asesinatos, suicidios, sesiones de espiritismo e incluso rituales con sacrificios humanos…
Y yo me pregunto, querido lector, ¿qué necesidad tienen los niños de que los acerquemos, aunque sea inconscientemente, a este mundo ocultista y satánico? ¿por qué tenemos qué abrirle las puertas a un mundo oscuro, provocando qué normalicen el terror e incluso la magia negra? ¿Qué sentido tiene que vayan disfrazados con un hacha sangrando en la cabeza o de muertos vivientes?
Los niños están siendo bombardeados con dibujos, cuentos y todo tipo de actividades en los que la magia, los conjuros, las brujas o los rituales mágicos son una constante. De esta manera lo normalizan. En países de Hispanoamérica, por ejemplo, no son pocos los niños que han tenido un desenlace fatal por practicar la “ouija” (o magia negra) incluso hospitalizaciones[4]. Esto no es un juego y los padres deberían estar atentos. A España ya está llegando con fuerza y el peligro de jugar con espíritus es real, lo cual, los exorcistas lo confirman constantemente[5].
El apóstol San Pablo, en Gálatas 5,20, advertía que las obras de la carne son contrarias al espíritu, entre las que incluye la hechicería, incompatibles para alcanzar el Reino de Dios[6]. Al igual que se afirma en Apocalipsis 21, 8[7].
La fiesta de Halloween se centra en la muerte. Una especie de burla que se perpetúa con disfraces. Incluso se aprovecha para atacar símbolos cristianos, como pueden ser los disfraces de religiosas o monjes asesinos.
España, nación de María por excelencia, una tierra cristiana regada por la vida de multitud de santos, está siendo ataca deliberadamente. Hoy son más las personas, incluso creyentes, que celebran con más fervor Halloween que la fiesta de Todos los Santos.
Yo, por mi parte, querido lector, continuaré enseñando a mis alumnos, y por supuesto a mis hijos, los valores y virtudes de los miles de santos que heroicamente se han ganado la palma de la victoria. Como hacen cada vez más niños en sus comunidades parroquiales, en el llamado “Hollywins” la santidad vence[8].
Yo, por mi parte, haré todo lo posible para que esos santos sean modelos de un amor infinito, para que los niños sepan que es posible vivir una vida en la que la muerte, no es vista con tintes macabros rodeados de sangre y miedo, si no como el comienzo de una vida llena de hermosura, verdadera felicidad… la Vida Eterna hacia la que todos estamos llamados a llegar por medio de la santidad.
Yo por mi parte celebraré la gran fiesta de Todos los Santos.
¿Te apuntas para preservar nuestra fe y sus fiestas o prefieres celebrar Halloween?