Por Pedro Fernández Barbadillo – La Gaceta de la Iberosfera
La campaña de Kamala Harris está tan desesperada de los datos de voto temprano que, a pesar de las sospechas de pucherazo en algunos estados decisivos, como el muy demócrata Michigan, donde su censo electoral está inflado, ha recurrido a la carta del racismo ¡y hasta del nazismo!
Desde que Donald Trump irrumpió en la política de EEUU, en 2016, la izquierda y los liberales le han caracterizado como racista, actitud tanto más sorprendente cuando proviene de élites que apoyan al partido que se opuso a la abolición de la esclavitud y llevó a Estados Unidos a la guerra civil. En estas últimas semanas, su desesperación ante unte la subida de la candidatura republicana en las encuestas y el voto temprano les está llevando a marcar a Trump y a sus votantes hasta de nazis a fin de captar votantes para Kamala Harris.
Hillary Clinton, esposa de un asiduo visitante de la isla burdel de Jeffrey Epstein y que siempre ha atribuido su derrota en 2016 a las injerencias de Rusia, dio el pistoletazo de salida en una entrevista en la CNN el día 25. Afirmó que el mitin que iban a dar Trump, JD Vance y Robert Kennedy el domingo 27 en el Madison Square Garden supondría reproducir el mitin de los nacionalsocialistas norteamericanos de 1939. A partir de ahí, todos los demócratas con un micrófono cerca repitieron la consigna y un canal de televisión, la MSBC, lo incluyó en sus titulares.
Algunos de los más fanáticos tratan de parar la ‘fuga’ de muchos votantes negros e hispanos a la candidatura republicana con advertencias como la de un templo baptista, que en un cartel aseguraba que la victoria de Trump devolvería a los negros a los campos de algodón.
Los republicanos dieron el voto a los negros
Como de costumbre, los izquierdistas mienten. Quienes abolieron la esclavitud en Estados Unidos fueron los republicanos, mientras que quienes se empeñaron en mantenerla de tal manera que se sublevaron contra la Unión fueron los demócratas del Sur. Los demócratas del Norte proponían un acuerdo para recuperar la unidad en el que la esclavitud se siguiese permitiendo en el Sur.
Abraham Lincoln, el primer presidente republicano, proclamó la emancipación en enero de 1863 en los once estados que habían formado la Confederación (quedaron excluidos los cuatro estados esclavistas que se mantuvieron dentro de la Unión). Luego, un Congreso controlado por los republicanos aprobó la Enmienda XIII (1865), que la suprimía totalmente y más tarde la Enmienda XIV (1870), la cual impuso el derecho de voto para los negros.
A medida que concluía la Reconstrucción y los estados rebeldes recuperaban sus derechos, los sudistas se organizaron para volver al viejo mundo que parecía haberse ido con el viento. Los racistas revivieron el Partido Demócrata y se hicieron con las asambleas legislativas estatales, donde aprobaron leyes segregacionistas que recibieron el nombre de Leyes de Jim Crow.
«Separados, pero iguales»
Aparte de recluir a la población negra en guetos y en sistemas educativos, sanitarios y laborales diferentes y de menor calidad que de los que disponían los blancos, despojó a los negros del derecho a voto al exigirles el pago de impuestos o la demostración de ciertos niveles de cultura. Los congresistas federales del Partido Demócrata, fuesen del estado que fuesen, se opusieron a los débiles intentos de los republicanos para acabar con este racismo institucional o tipificar el linchamiento como delito federal.
Los racistas sureños construyeron así un régimen de partido único que en las elecciones presidenciales entregaba sus delegados al candidato demócrata.
El primer presidente nacido en el Sur elegido después de la guerra, el demócrata Woodrow Wilson, ex rector de Princeton, instituyó la segregación en la Administración federal y en Washington DC.
Junto a la legalidad, los racistas no vacilaron en aplicar la violencia. En el mismo año de rendición de la Confederación, surgió el Ku Klux Klan, una organización semisecreta, fundada por veteranos, que agredió y mató a negros y a blancos antirracistas. El presidente Ulises Grant, otro republicano, desplegó al Ejército para perseguir a los asesinos y firmó la Enforcement Act (1871), que decayó en la presidencia posterior, la del también republicano Rutherford Hayes, por presión de los demócratas en el Congreso.
En 1896, en la sentencia Plessy v. Ferguson el Tribunal Supremo federal consideró constitucional las leyes segregacionistas con la doctrina «separados pero iguales», que permitió establecer como vagones de tren sólo para negros.
En las presidenciales de 1920, los demócratas hicieron correr el rumor de que el candidato republicano, Warren Harding, tenía sangre negra. El autor de la mentira fue el profesor universitario William Estabrook Chancellor, racista en ciencia y demócrata en política.
Una de las prohibiciones más vergonzosas fue la de los matrimonios interraciales. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, éstos sólo eran legales en menos de veinte estados. En los años siguientes, se fueron derogando las leyes que los prohibían. Cuando el Supremo sentenció en 1967 que eran inconstitucionales, la prohibición se mantenía en vigor en más de una docena de estados del Sur y del Oeste. Esos estados habían sido gobernados hasta entonces por demócratas.
Para ocultar el racismo como mancha de los demócratas, que pretenden hablar en nombre de todos los negros e insultan como ‘Tío Tom’ a quienes de ellos que se escapan del cercado, los progresistas evitan hablar de partidos y política cuando describen el Sur.
Así, en películas como ‘En el calor de la noche’, ‘Arde Misisipí’ y ‘Elvis’ no se menciona el partido al que pertenecen los políticos racistas. Esta conducta se extiende también a numerosos periodistas y profesores españoles. Uno de los últimos ejemplos es un reportaje de un corresponsal español sobre la ciudad de Mound Bayoud, fundada en 1887 y gobernada por negros en Misisipí sin mencionar a los demócratas. Cita a asesinos, a «aristócratas supremacistas», a racistas… pero nunca el partido en el que militaban y por medio del cual controlaban el poder.
Un ‘mago’ del KKK, padrino de Hillary Clinton
El último candidato presidencial de un tercer partido que obtuvo representación en el colegio electoral fue George Wallace, gobernador de Alabama, que en las elecciones de 1968 ganó los cinco estados del Deep South. Su programa se limitaba a mantener la segregación. Militaba en el Partido Demócrata, aunque para competir en esas elecciones se presentó como candidato del Partido Americano Independiente.
Cuando Hillary Clinton entró en el Senado federal en 2009 contó con el patrocinio de otro senador, el demócrata Robert Byrd, de Virginia Occidental. Byrd reconoció haber fundado una sección del Ku Klux Klan en los años 40, antes de tener cargos electos. Es el senador de servicio más largo de la Cámara, pues ocupó su escaño de 1959 a 2010. En los años 60, cuando el gobierno federal acabó con la segregación, varios parlamentarios demócratas se pasaron al Partido Republicano, el más conocido de los cuales es Strom Thurmond, senador de Carolina del Sur.
El racismo en Estados Unidos sólo empezó a decaer cuando los demócratas más inteligentes, o más decentes, comprendieron que la segregación iba a desaparecer después de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que la raza como concepto científico se hundió, y jugaron la carta de convertirse en el «partido de los negros», lo que consiguieron en los años 60 y 70.
Los presidentes demócratas, como Kennedy y Johnson, enviaban al FBI y a la Guardia Nacional para proteger a los negros que apaleaban los policías y los matones del KKK a las órdenes de gobernadores y alcaldes también demócratas. Por mucho que el establishment quiera blanquearlo, el Partido Demócrata cree que los negros le pertenecen: en los campos de algodón o en las urnas.