Por Jorge Galicia – Panam Post.
“China mintió, gente murió”, eso es lo que afirman numerosas voces que intentan responsabilizar al gigante asiático del caos global que ha generado la propagación de la enfermedad COVID-19, y es que al parecer, el Partido Comunista de China ocultó información vital que pudo haber servido para que el resto de la humanidad impidiese la conformación de la pandemia.
Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, dio credibilidad a la tesis que sugiere que el virus no posee orígenes naturales sino que en realidad provino del Instituto de virología de Wuhan. Otras naciones e instituciones como Suecia, Australia y la Unión Europea han solicitado que se realice una investigación para determinar el verdadero origen del virus, generando así amenazas económicas por parte del régimen chino para intentar disuadir futuras averiguaciones.
Gracias a la falta de transparencia por parte de China, muchos líderes occidentales y de otros países asiáticos empiezan a cuestionar el estado actual de las relaciones económicas y diplomáticas existentes con el Estado chino. Demandas, una nueva guerra arancelaria, la interrupción del pago de los intereses de la deuda que sostiene Estados Unidos con China, son algunas de las medidas que proponen voces influyentes para hacer que China repare los daños generados a toda la humanidad.
En esta ocasión, mi intención no es respaldar ni contradecir este cúmulo de propuestas, sino más bien hablar sobre otras medidas que parecieran estar quedando por fuera del debate, medidas que son claves para afrontar una competencia seria y sostenible en contra del Estado totalitario chino.
Una de ellas es menos impuestos: es bien sabido que China atrae inversiones millonarias debido a los bajos costos de producción que le ofrece a los inversionistas. Adoptar una narrativa beligerante y nacionalista no va a eliminar los incentivos que tienen los dueños del capital para depositar su dinero en China, y el establecimiento de aranceles podría ocasionar un autoflagelo, ello debido a que los consumidores verían reducidas sus opciones a la hora de comprar productos, lo que conllevaría a un aumento de precios o a una reducción de los niveles de calidad (aunque tampoco voy a negar los avances geopolíticos que ha generado la administración de Trump gracias a la guerra arancelaria que llevó a cabo con China). Reducir las tasas impositivas tanto como sea posible es un primer paso para intentar equiparar los niveles de costos de producción que ofrece el mundo libre con los que ofrece el Estado chino.
Un punto importante a resaltar es que también deben eliminarse los aranceles existentes impuestos en contra de los países aliados. Occidente debe trabajar en bloque para contrarrestar la amenaza china y la imposición de aranceles en contra de grupos culturalmente afines no apunta en esa dirección.
Presupuestos públicos balanceados y pequeños: si reducir impuestos es una prioridad, pues también se debe reducir el nivel de gasto público. Estados Unidos debido al gran déficit presupuestario que presentan sus finanzas públicas, comparten una gran deuda con el gigante asiático, siendo este su principal prestamista entre los acreedores internacionales. Esta situación genera una fuerte dependencia entre ambas naciones y limita profundamente el rango de acción que pudiesen tener los Estados Unidos para contrarrestar la influencia económica china. Si se decidiera dejar de pagar los intereses de la deuda preexistente con China como una medida reparatoria, Estados Unidos perderían a su principal prestamista extranjero y se desataría una crisis presupuestaria atroz. Para poder hacer esto, es necesario balancear el presupuesto y dejar de depender de los préstamos de otras naciones para gestionar el gasto corriente del Estado norteamericano.
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Balancear el presupuesto y mantenerlo austero también será una garantía de que el dólar americano seguirá siendo la divisa de reserva mundial por muchos años más (aspecto fundamental para impedir las ambiciones expansionistas del gigante asiático).
Menos regulaciones laborales y más libertad contractual: sueldo mínimo obligatorio, vacaciones por mandato, seguro médico forzoso, inamovilidad laboral, son medidas muy bien intencionadas pero altamente perjudiciales para el dinamismo de la economía. Llevar al mínimo todas estas imposiciones reduciría notablemente las barreras de entrada a nuevos inversionistas, y estas nuevas inversiones crearían nuevas plazas de trabajo que serían tomadas por personas que se encontraban previamente desempleadas.
Además, es deseable que los empleados y los empleadores puedan negociar con la mayor libertad posible los términos de sus contratos, ya que cada persona tiene objetivos e intereses diferentes (hay empleados que desearían menos vacaciones por un mayor salario, otros que quizás ya tengan un seguro médico y preferirían otro tipo de beneficios). Esto es de suma importancia ya que a mayor libertad contractual, mayores son las posibilidades de que un inversionista decida depositar su dinero en un determinado lugar. Occidente debe volverse lo más atractivo posible para los inversionistas para poder competir con China.
Más flujo migratorio: los países que deseen competir en contra de China deben permitir la entrada de todas aquellas personas que deseen trabajar de una manera honrada y esforzada. Vale la pena aclarar que no estoy hablando de fronteras abiertas, los Estados tienen la obligación de conocer quién entra y quién sale de un territorio para evitar el paso de terroristas, narcotraficantes o de delincuentes de cualquier otra índole. Darle paso a la llegada de una renovada fuerza laboral podría reducir considerablemente los costos de producción, así como también produciría una mayor eficiencia entre los trabajadores gracias a la nueva competencia.
Estas son solo algunas de las tantas medidas que se deben tomar para reducir los costos de inversión en los países que deseen adversar a China, y como verán, el mundo libre solo debe retomar su esencia favorable a libertad individual para plantearle una competencia seria y sostenida al coloso de Asia (o a cualquier otra fuerza totalitaria que pretenda amenazar a nuestros actuales estándares de vida). Ello, sumado a una fuerte agenda geopolítica que impida la propagación del totalitarismo por el resto del mundo, será clave para preservar la supremacía de los valores occidentales por muchos años más.
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