Por Carlos Rodríguez Braun para Actuall.com
El socialismo no solo no ostenta ventaja moral alguna, sino que en realidad es moralmente inferior a sus alternativas. Los socialistas de cualquier condición no tienen razón cuando se presentan como paradigmas del progreso moral, cuando lo son del atraso.
El socialismo en todas sus variantes ha demostrado una notable capacidad de supervivencia. Las decenas de millones de trabajadores asesinados por los comunistas en el último siglo no han terminado totalmente con los partidarios del comunismo. De hecho, algunos de ellos se sientan hoy en el Consejo de Ministros de España.
Lea también: Argentina, nación vendida a globalistas y al régimen chino: las verdaderas razones de la cuarentena interminable
En el caso de la socialdemocracia, o socialismo vegetariano, el intervencionismo que propician ha tenido diversas consecuencias nocivas para la economía, la política, la sociedad y la moral. Pero ese intervencionismo sigue tan campante, gana elecciones y gobierna en muchos países, empezando por el nuestro. Los impuestos y el paro que produce el socialismo, sus ataques a la propiedad privada, la familia, la religión, y los derechos y libertades de la gente, no han sido suficientes como para que el socialismo desaparezca.
La explicación de estas circunstancias aparentemente anómalas estriba en la moral: los “socialistas de todos los partidos”, como decía Hayek, han conseguido convencer a numerosas personas, empezando por ellos mismos, de que son éticamente superiores a las demás opciones políticas.
la clave del socialismo, y el fundamento del Estado de bienestar, no pasa por la moral, que por definición es voluntaria, sino por la política, que por definición es coactiva
Esto es asombroso, porque el socialismo no solo no ostenta ventaja moral alguna, sino que en realidad es moralmente inferior a sus alternativas, y lo es precisamente a causa de lo que constituye su misma esencia: la redistribución de ingresos y patrimonios.
Se dirá que esto no es cierto, porque todos nosotros tenemos la obligación moral de ayudar a nuestros congéneres más desfavorecidos. Esto es sin duda así, pero la clave del socialismo, y el fundamento del Estado de bienestar, no pasa por la moral, que por definición es voluntaria, sino por la política, que por definición es coactiva.
Lea también: El coronavirus y el camino a la salvación
El reverendo Ben Johnson del Acton Institute, revisa esta clave en un artículo reciente, y concluye que el intervencionismo del Estado de bienestar no puede reivindicar ninguna supremacía moral. En efecto, una cosa es que tengamos una obligación moral de ayudar a los demás, y otra cosa muy distinta es que resulte moralmente plausible forzarnos a que lo hagamos mediante la coacción legal, como he explicado más de una vez en este rincón de Actuall. Por utilizar dos imágenes célebres, no es lo mismo el Buen Samaritano que Robin Hood.
Como decía Lord Acton: “Desde el punto de vista religioso, no hay en los beneficios de un capitalista mayor mal que en la vanidad de un político socialista. Uno busca el dinero y el otro la notoriedad… La naturaleza humana explotará la debilidad de cada sistema y yo temo la debilidad de los sistemas compulsivos más que la de los voluntarios”.
El punto fundamental, por tanto, es que los socialistas de cualquier condición no tienen razón cuando se presentan como paradigmas del progreso moral, cuando lo son del atraso. Y por ello no es correcto asociarlos éticamente con la religión.
El reverendo Johnson reconoce: “El cristianismo ha instruido durante milenos a los creyentes para que cultiven diligentemente la riqueza para que podamos libremente redistribuirla a favor de los necesitados. La limosna, pilar de las tres religiones abrahámicas, beneficia al donante al liberarlo de la codicia y permitirle expresar su amor por quienes la reciben”.
Pero no hay caridad compulsiva, ni amor al prójimo a la fuerza.