Todo gobierno incompetente inventa cortinas de humo. Y Cuomo ha elegido a Trump como el chivo expiatorio de esta crisis sanitaria para engatusar a la izquierda mediática y encubrir el desastre de su gestión

El coronavirus ha tenido un impacto demoledor en las residencias de mayores en el estado de Nueva York. Pero el gobernador Andrew Cuomo sigue sin determinar las muertes que han ocurrido en estos centros.

Solamente en la ciudad de los rascacielos se estima que se registraron en estos asilos más de 7 mil fallecidos en condiciones controversiales, lo que confirma una nefasta gestión de la pandemia por parte de la administración de Cuomo que acabará con una avalancha de denuncias y demandas en los tribunales.

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A diferencia de otros Estados con brotes importantes, en las estadísticas oficiales que ofrece Nueva York solo cuentan los residentes que murieron en los asilos, no las personas que fueron transportadas y fallecieron en los hospitales o en sus casas y a las que no se les hizo pruebas para saber si estaban infectadas, lo que ha llevado a especular que el Estado está manipulando intencionalmente las cifras oficiales.

Por las fechas en que el Coronavirus se cebaba con los más mayores, Audrey Waters, portavoz del Isabella Geriatric Center -uno de los geriátricos en Manhattan en el que murieron casi un centenar de ancianos- atribuyó el alto número de fallecidos a la demora de las pruebas que impidió diagnosticar con rapidez a los residentes y la plantilla de trabajadores. El centro también se quejó de problemas de absentismo en la plantilla y de dificultades para hacerse con material protector en las primeras semanas de la crisis.

El verdadero número de muertos tal vez jamás se conozca con exactitud, pero los familiares quieren saber la verdad. Es el caso de Janice Dean, meteoróloga de la cadena Fox News, quien recientemente perdió a sus suegros a causa del COVID-19.

Dean, como muchos neoyorquinos, ha solicitado una investigación bipartidista independiente para saber si los hogares de ancianos cumplieron con las normas de la distancia social exigida, si lo tratamientos eran adecuados, si contaban con suficientes empleados y si se realizaron las pruebas de detección y rastreo a los profesionales de la atención medica que visitaban las instalaciones con el equipo de protección adecuado. Pero continua sin recibir respuestas.

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Como si con él no fuera, Cuomo sigue más pendiente de la épica y la propaganda, que de ofrecer un informe completo sobre lo que ha pasado en estos centros donde se han vivido situaciones verdaderamente aterradoras.

Cortina de humo

La enésima cortina de humo ha sido la presentación de su libro “American Crisis. Leadership lessons from the Covid-19 pandemic”, un panegírico en el que se felicita a sí mismo por la gestión de la pandemia y donde culpa a todo el mundo menos a él por las muertes ocurridas en Nueva York.

Que el político neoyorquino presuma de salvación de vidas es un dramático sarcasmo porque además de lamentar la pérdida de casi 34 mil vidas en el Estado -considerado en su día el epicentro de la pandemia en EE.UU.-, la cifra de infestados asciende actualmente a más 540,000 personas, según reporta el sitio web de la Universidad Johns Hopkins que recoge las estadísticas del avance de la pandemia a nivel global.

Para echar más leña al fuego, el gobernador demócrata compareció recientemente ante los medios de prensa para decir que el presidente Trump había causado el brote de coronavirus en Nueva York, al no prohibir a tiempo los viajes desde Europa.

La declaración de Cuomo fue la esperada de un político populista cuando le toca rendir cuentas de sus actos ante la opinión publica. Acostumbrado a aprovechar cualquier ocasión para deslegitimar el gobierno y subirse al carro del descontento popular, Cuomo criticó al presidente por llamar al coronavirus el “virus de China“. La doble moral que aplican los políticos de izquierda con Beijing.

El gobernador ha caído en la actitud más perniciosa que puede elegir un representante público: apelar a la mentira, a las improvisaciones y a las tácticas de ocultación para reforzarse él; más preocupado del show mediático que de establecer de forma clara y solvente un paquete de medidas de prevención y contención del COVID-19. Este es el error que está cometiendo Cuomo. Su estrategia de descalificar continuamente la gestión del gobierno federal para convertirse en el gran cabecilla de los demócratas frente a la pandemia es un enorme desatino.

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Con el victimismo que le caracteriza, el líder demócrata ha continuado convirtiendo sus declaraciones en un mitin con el que trata de hacerse pasar por mártir de un gobierno opresor. “El virus de China subió a un avión y se fue a Europa”, dijo Cuomo. “El virus europeo llegó a Nueva York”. El gobernador siempre mide sus palabras en función de criterios oportunistas. Esta vez, lo hace al servicio del enorme aparato de propaganda chino.

Pero Cuomo ha demostrado tener la memoria muy corta. A mediados de marzo de este año, el gobernador demócrata elogió el apoyo del presidente Trump a los neoyorquinos durante la pandemia. “Puedo decirte que está totalmente comprometido en tratar de ayudar a Nueva York. Está siendo muy creativo y muy enérgico, y le agradezco su colaboración”, dijo entonces Cuomo a los periodistas.

Irresponsabilidad y falta de previsión

La precaria infraestructura sanitaria, el desbordamiento de la asistencia primaria, falta de experiencia en gestión sanitaria y la mala comunicación de las decisiones adoptadas por los funcionarios pudieran ser algunos de los errores que se ocultan tras la pésima gestión de la pandemia en Nueva York. Es esa ineficacia, irresponsabilidad y falta de previsión lo que líder demócrata trata de enmascarar.

De hecho, un grupo de trabajo de la salud pública del Estado había advertido en un estudio que las residencias de mayores no contaban con los medios necesarios para hacer frente a la pandemia: solo había 7,250 ventiladores en hospitales en toda la ciudad y alrededor de 1,900 en hogares de ancianos. Pero las advertencias a la administración demócrata no fueron escuchadas.

Las críticas llovieron. El primero fue Trump que acusó al gobernador de no comprar 16,000 ventiladores en 2015 y, en cambio, implementar un macabro plan para decidir qué pacientes deberían ser conectados o no a un ventilador. Pero Cuomo, sin hacer ningún tipo de autocrítica a los errores de su gobierno, disparó contra Trump, a quien responsabiliza de la precariedad de las instalaciones sanitarias de Nueva York.

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En tan solo una semana, el regidor del Estado cambió de la posible “cogobernanza” con la administración de Trump, a prometer liderazgo absoluto convirtiendo la gestión del coronavirus en una subasta de quejas. En otras palabras, su objetivo era vender el caos para apropiarse de una progresiva mejora en la gestión a causa de las ayudas del gobierno federal al Estado.

Es la táctica del doble rasero a la hora de medir los hechos que la izquierda convierte en mantra para distinguir a los gestores malos y los buenos, que casi siempre estos últimos suelen ser correligionarios de su propio partido.

La falta de material sanitario, especialmente de máscaras y ventiladores en los centros de salud, ha sido uno de los aspectos más criticados por Cuomo de la gestión del Gobierno de Trump, si bien Nueva York se considera uno de los Estados pioneros en la fabricación de máscaras en todo el país. Sin embargo, desde las primeras semanas de la pandemia, el gobierno federal, bajo la supervisión del vicepresidente Mike Pence, distribuyó gradualmente miles de ventiladores de la reserva nacional al estado de Nueva York.

Para reforzar la lucha contra el COVID-19, el presidente activó la “Ley de Producción de Defensa”, destinada a agilizar la producción de suministros médicos para ayudar al país a combatir la pandemia. Entre las iniciativas para aumentar la capacidad de respuesta de la ciudad al Coronavirus, destaca también la utilización del buque hospital “USNS Comfort” con 1,000 camas y 12 quirófanos que atendió a pacientes con otras condiciones para que los centros médicos de la capital pudieran enfocarse en el COVID-19.

El funcionario neoyorquino y su administración continúan guardado silencio sobre el alcance de los muertos en las residencias, mientras que mantienen un discurso ideológico a la hora de cargar contra la administración de la Casa Blanca. Su estrategia de doble moral -sin otro criterio que el partidista- es hacer ver que el gobierno federal utilizó políticas para afectar a los Estados gobernados por demócratas.

Todo gobierno incompetente inventa cortinas de humo. Y Cuomo ha elegido a Trump como el chivo expiatorio de esta crisis sanitaria para engatusar a la izquierda mediática y encubrir el desastre de su gestión.

Por eso es una estafa política inaceptable que Cuomo acuse al gobierno federal de faltar a su responsabilidad de salvar vidas. Tendrá que explicar muy bien el gobernador de Nueva York a la justicia los posibles crímenes que se cometieron bajo su gobierno por omisión del deber de socorro, abandono en residencias, altas indebidas, operaciones retrasadas, tratamientos inadecuados y errores de diagnóstico de Coronavirus o negatividad a la hora de decidir un ingreso en las salas de cuidados intensivos de los hospitales.

Nueva York: no más confabulaciones

Cuomo, por tanto, no puede aparecer como el salvador de los neoyorquinos, libre de pecado. Todo lo contrario. Su gobierno es el principal responsable de que la pandemia se haya descontrolado entre los ciudadanos, con las nefastas consecuencias sanitarias, sociales y económicas que esta tragedia conlleva.

El gobernador neoyorquino ignora -o prefiere ignorar- que en democracia los intereses generales deben ser compatibles con los intereses particulares. Y que ese es uno de los deberes éticos más necesarios en los políticos.

La necesidad imperiosa de cerrar filas en este momento de extraordinarias adversidades, que, probablemente, solo cambiarán de guarismo, no de desasosiego, una vez que finalice el confinamiento, no puede ser interpretada por los gobernadores -sean del color político que sean- como carta blanca para decidir y actuar en absoluto desgobierno.

A mediados del pasado mes de agosto, un grupo de legisladores criticaron al gobernador durante un foro transmitido en vivo sobre la gestión en los asilos de ancianos, explicando que sus funcionarios de salud habían bloqueado la cifra exacta de los residentes de la tercera edad que murieron en los hospitales.

La distinción entre ejercer el poder y asumir el liderazgo cobra un nuevo significado y debería ser entendida hoy más que nunca, en circunstancias como las que vive la sociedad norteamericana. No vale solo exigir obligaciones al gobierno federal y convertirlo en el único blanco de las críticas, cuando se sabe que no es lo mismo, siguiendo las normas establecidas, dirigir desde el ámbito local a una sociedad sobre lo que se debe hacer para poner a salvo a sus gentes, con todas las complejidades que ello exige. Y otra bien distinta, ser capaz de convocar y concertar desde la Casa Blanca todos y cada uno de los esfuerzos en la consecución de un objetivo.

La legalidad constitucional y democrática están por encima de la política, las creencias y las pasiones nacionales. Promover o apoyar una desobediencia contra un gobierno democrático que opera y administra una estrategia sanitaria bajo el rigor de un “estado de emergencia”, constituye una ofensa a la libertad de los ciudadanos, a la convivencia entre ellos y a sus derechos más inalienables.

Nueva York no necesita de improvisados ejercicios de imagen de Cuomo en los que constantemente hace gala de su lamentable cinismo, sino de decisiones solventes y honestas con los ciudadanos para acordar un plan de choque presidido por el interés general.

Superar esta crisis sanitaria exige delimitar un escenario público de confianza entre el gobierno y los diferentes Estados para coordinar cada una de las directrices, en las que toca al gobierno federal orientar e impulsar las pautas generales y a los gobernadores asumir y poner en marcha de manera coordinada las decisiones concretas en cada Estado.

Probablemente, ningún otro gobernador haya generado tanta desconfianza y desánimo ciudadano en la gestión de una pandemia en la historia de la ciudad. La percepción de los neoyorquinos sobre la gestión del gobierno de Cuomo durante la pandemia es francamente negativa.

No solo reaccionó tarde y mal, sino que además pretende imponer el escenario de una mentira sobre la base de una estrategia de hipocresía que promete convertirse en endémica. Y más temprano que tarde, la sociedad norteamericana se lo echará en cara.

Ahora, mientras la ciudad se enfrenta a una segunda ola del virus que Cuomo no ha sabido ver ocultando la viga en el ojo propio para señalar la paja en el ajeno, su gobierno desprotege a la policía, cede al chantaje de los grupos radicales, ataca de forma sistemática al gobierno federal, polariza a la opinión pública y descalifica a la oposición republicana como colaborador válido para cualquier plan de medidas de prevención y contención.

La obstinación porfiada del gobernador Andrew Cuomo en su plan victimista e incompetente frente al desamparo de los neoyorquinos está fuera de lugar y presagia un áspero litigio. Nueva York no merece más confabulaciones.

Fuente: El American

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