Por Carlos Esteban

Uno no debería echarse unas risas con una tragedia, por mucho que la hayan procurado quienes la sufren, menos aún una con alcance mundial. No debería, digo, pero a veces es inevitable.

Hay un síndrome extendido en las democracias conocido como el ‘remordimiento del comprador’, referido al arrepentimiento parcial o total que siente quien ha adquirido algo que, al probarlo, no se ajusta a sus expectativas o ha resultado demasiado caro para lo que ofrece. En el caso del voto, sucede cuando el votante de un partido vencedor se da cuenta de que no va a gobernar como tenía pensado.

El síndrome suele tardar en imponerse, pero en caso de la “victoria” de Joe Biden, se está viendo extenderse a una velocidad vertiginosa, y de ahí su efecto cómico, de humor negro. Lo primero que trae cualquier gobierno de progreso es paro, como sabemos bien en España, y al demócrata le ha faltado tiempo: en un día, su decisión de retirar el permiso para el oleoducto Keystone y otros proyectos energéticos ha producido 11.000 parados de golpe, perjudicando especialmente al estado que decidió el triunfo del tándem Biden-Harris (o Harris-Biden, tanto monta, monta tanto). Y ver de un mismo sindicato exultar de alegría por la llegada de Biden en un comunicado y en el siguiente mostrar su estupefacción horrorizada, qué quieren que les diga, tiene su cosa.

Otros que se están dando cuenta de que han hecho el canelo a base de bien son los revoltosos de Black Lives Matter y Antifa. Las vidas negras importan si tenemos en la Casa Blanca un simpático fascista que no pueda tocarles un pelo de la ropa sin que se le echen encima todos los periodistas dueños del megáfono, todos los miembros de la bancada demócrata y una buena parte de los republicanos. Así mismos, los Antifa solo tienen sentido si hay un consenso mediático en que gobierna el fascio; con Biden, sobra la segunda sílaba.

El resultado inmediato de este estado de cosas es que en Portland han salido los revoltosos de esta alegre pareja a montar la parda como es su hábito y costumbre, solo para ver, perplejos, como la policía de esta ultraprogresista ciudad ya no les deja romper cosas, sino que responde con salvaje contundencia. Contra Trump se arrasaba mejor.

El covid, como saben, fue crucial en la derrota de Trump. Podía tocarle a cualquiera, claro, pero le tocó a él, como a Zapatero le tocó una victoria de la Selección Nacional, y todo es bueno para el convento. El votante, en agregado, no es un prodigio de racionalidad, y el “llueve, gobierno ladrón” va a misa. Cada muerto de covid era como si lo hubiera matado personalmente el Hombre Naranja, y los demócratas, especialmente la campaña de Biden, hacían hincapié en que Trump no tenía un plan para luchar contra la peste. “Yo sí lo tengo”, afirmaba, rotundo, el ahora presidente en un tuit. Y muchos le creyeron.

Solo que no. Biden ha vuelto a la red social para decir exactamente eso, que no tiene un plan y que no podemos saber cómo va a evolucionar la pandemia. Y como entre los demócratas tienen especial peso las Karen (ver “Charo”), la reacción probable será imponer más restricciones y destruir aún más la economía.

En política exterior, el Partido Demócrata es decididamente esquizoide. Hace suyos todos los movimientos pacifistas y sus consignas cuando gobiernan los republicanos, como hizo Obama, único ganador del Nobel de la Paz que lo ha sido por sus promesas. Luego, en el poder, bombardeó más países que ningún predecesor y activó siete guerritas.

El ‘No a la guerra’, a ambos lados del Atlántico, siempre fue de pega. Si los ‘pacifistas’ fueran realmente pacifistas estarían cantando las loas de Donald, el más pacífico de los presidentes desde Carter. Tengo para mí que esa negativa de Trump a seguir el destino manifiesto de llevar la Coca-Cola hasta el último rincón del planeta a base de bombas fue absolutamente central en su hundimiento.

Pero todo el mundo tiene su vergüenza torera, aunque solo sea retazos, y a los chicos con ansias infinitas de paz no les debe haber gustado demasiado que Biden se meta en Siria el primer día de mandato. No sé, Joe, tápate un poco, disimula.

En general, lo que uno ve en redes es un considerable conjunto de votantes demócratas de toda la vida, de esos que llevan votando a los del burro desde que tienen edad, como hicieron sus padres y sus abuelos, que no se pueden creer en qué se ha convertido su viejo partido.

Fuente: gaceta.es

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