Ya saben lo que ocurrió el pasado 6 de enero en Washington, ¿verdad? Raro sería que no lo hubieran oído, porque los medios y el gobierno de Joe Biden llevan desde entonces martilleando sobre el asunto como la mayor amenaza sufrida por el Capitolio desde que lo incendiaran los británicos. Ya saben: una masa ingente de trumpistas sedientos de sangre, animados por su maquiavélico líder, asaltaron el sacrosanto templo de la democracia estadounidense armados hasta los dientes para que Trump se perpetuase en el poder. La diputada Alexandira Ocasio-Cortez daría luego un emotivo testimonio de cómo asaltaron su despacho mientras ella, encerrada en el cuarto de baño, creía haber llegado a su última hora.
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Solo que, naturalmente, no. Los investigadores del incidente no han incautado de una sola arma de fuego ni se produjo un solo disparo por parte de los revoltosos, según confirmó este miércoles en el Congreso un agente del FBI. Extraño modo de asaltar uno de los lugares presumiblemente mejor custodiados del planeta.
“No se ha incautado ningún arma de fuego de los arrestados ese día en la escena hasta ahora”, sostuvo Jill Sanborn, directora adjunta de la División de Contraterrorismo del FBI. “No se ha acusado a nadie de un delito de posesión ilegal de armas de fuego”. ¿Ninguna? ¿Y disparos? Responde Sanborn en la sesión conjunta del Senado dedicada al asalto: “Los únicos disparos fueron los que resultaron en la muerte de una señora”, en referencia a Ashli Babbitt, una manifestante que fue abatida por un agente policial en una escena recogida en vídeo y compartida abundantemente en redes sociales.
Más raro aún: la Guardia Nacional respondió a la “crítica emergencia” más de tres horas después de recibir la llamada de auxilio, según el testimonio del general William Walker, responsable de la Guardia Nacional del Distrito de Columbia. ¿Quién espera tres horas y media para salvar la democracia de las hordas?
Para descargo de Walker, el general asegura que si por él hubiera sido hubiera mandado las tropas inmediatamente. Pero el día anterior había recibido una carta del secretario de Defensa, Christopher Miller -que Walker calificó de “inusual”- en la que restringía la capacidad de iniciativa de la Unidad de Respuesta Rápida de la Guardia Nacional y le obligaba a consultar con sus superiores antes de desplegarla.
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Biden inició su mandato asegurando que iba a concentrar los esfuerzos de las agencias de inteligencia contra el ‘enemigo interior’, unos supuestos ‘supremacistas blancos’ que representan el mayor desafío al modo de vida americano y a sus instituciones. Si les ha dejado perplejos esa denominación, yo se la traduzco: votantes de Trump. Ese es, para la nueva Administración, el mayor enemigo del régimen.
El director del FBI ya está en ello. Christopher Wray asegura que el ‘terrorismo interno’ se está extendiendo como una metástasis con motivaciones más difusas. Traducción: vamos a espiar a cualquiera que se oponga a las tesis del gobierno con la más vaga de las excusas.
Pero para eso es necesario presentar la patética mascarada del 6 de enero como un asalto letal, coordinado y planificado por el propio Trump. Y no les está saliendo demasiado bien.
Fuente: gaceta.es