Mi problema es el siguiente: no que tenga que contar que lo que pasa en Estados Unidos es distinto a como lo cuenta la prensa convencional; es explicar que lo que sucede es casi exactamente lo contrario.
Por ejemplo: la vulgata progre -es decir, la versión de la ‘prensa de calidad’- cuenta cómo Trump ha supuesto una horrenda anomalía, y cómo los americanos, al votar masivamente a Biden, no ansiaban otra cosa que la vuelta a la ‘normalidad’ institucional, a la vida apacible del americano común.
Y, ay, la realidad es la inversa. Cuando Trump llegó a la Casa Blanca, el panorama político norteamericano empezaba a ser una locura ‘woke’ de tribus de víctimas autodesignadas que enseñaban obligatoriamente a empleados de la administración y de grandes empresas a confesarse culpables de racismo, sexismo, homofobia y lo que ustedes quieran.
La negativa de Trump a pasar por esas horcas caudinas fue uno de los secretos de su éxito, e incluso cuando traicionaba algunas de sus principales promesas, los suyos se lo perdonaban por lo políticamente incorrecto de sus comunicados públicos. Era sencillamente delicioso ver a los periodistas de campanillas echando espuma por la boca cada vez que Don abría la suya.
Y, derrocado Trump, la locura ha vuelto con una venganza. La religión ‘woke’ se ha instalado y sus sacerdotes se agitan sedientos de víctimas.
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En ocasiones, literalmente. El Departamento de Educación de California votará aplicar un plan de estudios étnicos que aboga por la ‘descolonización’ de la sociedad americana y ensalza el simbolismo religioso azteca, ya saben, esa religión que sacrificaba millares de prisioneros de guerra a Huitzilopochtli, arrancándoles el corazón y comiéndose luego el cadáver.
El plan de estudios se basa en la “pedagogía del oprimido” del pensador marxista Paulo Freire, que instruye a los profesores a que animen a sus estudiantes a participar en “movimientos sociales que luchen por la justicia social”.
Uno de los responsables del material académico, R. Tolteka Cuauhtin, asegura que los cristianos blancos cometieron “teodicidio” contra las tribus indígenas al ‘matar’ a sus dioses y sustituirlos con el cristianismo, con lo que el fin último de su plan es establecer un nuevo régimen de “contragenocidio” y “contrahegemonía” que desplace la cultura cristiana blanca y lleve a “la regeneración de la futuridad epistémica y cultural indígena”. ¿Algún voluntario para el primer rito de consagración a Quetzalcoatl?
A quien le acaba de caer la del pulpo es a la estrella de la televisión con más seguidores en Estados Unidos, Tucker Carlson. En su más reciente monólogo en Fox, Tucker hizo un divertido contraste entre las prioridades del ejército chino -la única amenaza mínimamente real a la hegemonía americana- y la nueva política del Pentágono, centrada en cosas como permitir nuevos estilos de peinado o diseñar uniformes para embarazadas. Por cierto, el ejército norteamericano ha retomado inmediatamente los ‘cursos de diversidad’ para sus reclutas que prohibiera Trump.
El caso es que el ejército ha reaccionado como un solo hombre contra Tucker en redes sociales, unos con nombre y rango y otros, anónimos, para defender el nuevo estamento militar, más empático, sensible, progresista e inclusivo. Y así nos encontramos con un comandante que llega a asegurar que, según “expertos médicos” (sin citar), las soldados embarazadas constituyen “una fuerza de combate más letal”.
¿Puede sorprender a alguien encontrarse en Yahoo este titular: “Vamos a perder en seguida”: la Fuerza Aérea de Estados Unidos llevó a cabo juegos de guerra iniciados con un ataque biológico chino’?
El régimen ‘woke’ con esteroides que preside el demenciado Biden está llevando a un número creciente de ciudadanos a dar de lado la versión oficial de la realidad y buscar fuentes alternativas, algo que el sistema no va a permitir si puede evitarlo.
Un reciente artículo aparecido en la biblia diaria del progresismo, el New York Times, le acaba de declarar la guerra a lo que tanto jalearon cuando aún no tenían el dominio total, el ‘pensamiento crítico’, porque “no está ayudando en la lucha contra la desinformación”.
Ahora lo llama “perderse en el agujero del conejo”, y anima a los ciudadanos que dudan de la versión oficial a resistir la tentación de buscar otras fuentes y a fiarse de “Google y Wikipedia”.
Fuente: La Gaceta