Por Guillermo Rodríguez

Todo poder totalitario domina y explota a sus gobernados como un amo a sus esclavos. Y todo poder esclavista negó, niega y negará la humanidad misma de sus esclavos. La clave de la deshumanización pasa, con independencia de la combinación de medios sutiles y brutales de cada caso, por convencer a los esclavos de la necesidad de tener un amo “por su propio bien”.

Todo totalitarismo deshumaniza a quienes declara enemigos. Su propósito final es exterminarlos. Entre tanto no dejará de esclavizarlos. Pues ve a todos sus gobernados, tanto a quienes declara colectivos oprimidos, como a los que declara “enemigos del pueblo” como esclavos. Porque ve a todos exclusivamente como medios.

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La censura en el mundo real

Se puede discutir si la censura es exclusivamente un acto de Estado. Pero es indiscutible que la censura totalitaria fracasaría de no forzar una amplia, e indiscutiblemente privada, censura y autocensura en toda la sociedad. La censura exitosa depende del apoyo de las mayorías —o al menos de gran parte de la población— a la persecución de ciertas ideas. Y de las personas que las expresan, escuchan. O se niegan a censurarlas. La censura depende del temor. Y no tanto del temor al Estado como del temor al vecino, al colega, a los amigos y a la propia familia.

Y como estamos comenzando a entender en Occidente, establecer un ambiente social de censura y persecución puede ser una incitativa privada, antes que gubernamental. Aunque terminará por exigir y obtener todo el poder del Estado. Y claro que puede imponerse el totalitarismo a la manera soviética, desde el Estado y sobre una sociedad que resiste sin éxito. Pero también puede imponerse desde una sociedad que la ha adoptado como cultura política, debido a esfuerzos privados, para finalmente conquistar al aparato del Estado y cerrar el círculo.

La pregunta es sí existe en Occidente, donde no hay todavía totalitarismos institucionalizados, una cultura política totalitaria imponiéndose sobre la sociedad. La respuesta es que sí. Y ha avanzado lo suficiente, como para luchar por el control del Estado y el cierre del círculo. Y no solo en la subdesarrollada periferia o la decadente Europa occidental, sino en los Estados Unidos de América.

Cancelación tecno-totalitaria

Los paralelismos entre la censura y persecución tecno-totalitaria de Beijing y las prácticas tecno-totalitarias de grandes tecnológicas privadas de Occidente son abrumadoras. El fenómeno parece reciente y difuso. No lo es. Hace décadas que esas grandes tecnológicas adoptaron la totalitaria cultura política de la cancelación como propia —son capitalistas y gerentes woke, formados en universidades que han institucionalizado esa ideología— y la imponen puertas adentro, hace tiempo.

Tardaron en imponerla abiertamente a usuarios —y clientes, que no son lo mismo— porque estaban creando las condiciones adecuadas. Corrieron la ventana de Overton de la cancelación en las redes pacientemente. Y hoy se atreven a proclamar su “derecho” a censurar ideas y personas mediante contratos vagos y cambiantes, que incluyan reglas secretas, no expresadas en el contrato. Reglas que se niegan a revelar, nada menos que en nombre de la segunda enmienda. Denominarlo orwelliano se queda corto.

El temor es la clave  

Para saber si una sociedad está al borde del totalitarismo, si la amenaza totalitaria es real, basta y sobra ver el grado de temor de las personas a expresar ideas contrarias a dogmas de la cultura totalitaria en auge. Temor que hace a quienes lo sufren cómplices, activos o pasivos, del mal. ¿Es ese el ambiente de las grandes universidades de los Estados Unidos hace décadas? ¿Es el ambiente de la mayor parte de la prensa? ¿De las grandes corporaciones tecnológicas? ¿Y del grueso de la industria del espectáculo? Porque si es así —y no nos engañemos, así es— tiene que extenderse a toda la sociedad como la metástasis de un cáncer ideológico.

La clave es el temor interiorizado. Temor al rechazo social, temor a perder el trabajo, temor a ser cancelado, expulsado de internet, perseguido y transformado en paria —y sí, todavía no hemos llegado a lo peor, pero ¿qué tan lejos está? Para buena parte de la población, actividades y profesiones, hace tiempo que se impuso. Y en ese entorno una sola cuenta bloqueada, un solo video eliminado o un único libro eliminado, lanzan ondas expansivas de creciente autocensura. Los grandes debates no se llegan a ocurrir, dejan de exponerse ciertas noticias en los medios y tratarse ciertos temas en la industria del entretenimiento. No se proponen ciertos libros porque no serán publicados. Y proponerlos alcanza para que ningún otro del autor sea publicado. Con lo que eventualmente dejarían de ser escritos. El objetivo a largo plazo es que ciertas ideas desaparezcan. Y nadie alcance siquiera a pensarlas.

Cómo se extiende la autocensura

Permítanme un ejemplo previo a lo que estamos viviendo. La Enmienda Johnson prohíbe a organizaciones sin ánimo de lucro, exentas de impuestos, como suelen ser las religiosas, apoyar u oponerse a candidatos políticos. Ciertamente no prohíbe la discusión de temas políticos en las iglesias. Pero no es menos cierto que muchos pastores evitan temas políticos en sus sermones, por temor a ser acusados de infringirla.

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Dentro de la tradicional cultura política americana del debate abierto de todas las ideas, era problemática. Pero donde prevalece la cultura de la cancelación es una poderosa amenaza legal al alcance de las peores manos. Ahora bien, amigo conservador, antes de preguntarse si exagero, pregúntese si se ha autocensurado para evitar problemas. Si conoce a alguien de similares ideas que lo ha hecho. Pregúntese a cuántos conoce que sienten obligados a ocultar sus ideas conservadoras en sus trabajos. No exagero. Ya llegó demasiado lejos.

Es difícil, aunque no imposible, derrotar la amenaza totalitaria que creció dentro de los Estados Unidos de América. Una que fue producto de esfuerzos privados, más que del propio Estado. Pero que ya llegó al poder político y buscará apresuradamente imponerse por ley, sobre todo y sobre todos.

Fuente: elamerican.com

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