Ángel Manuel García Carmona – El American
No se sabe con íntegra probabilidad qué puede ocurrir en los próximos meses, al menos en la propagación del coronavirus codificado como COVID-19 o SARS-CoV-2 (si adoptamos la retórica dialéctico-discursiva trumpista, podemos hablar de “virus chino” igual que se habla de cepas “británicas” o “sudafricanas”).
Simplemente, tenemos conocimiento de que, de buenas o malas, en más de un país, si no ha habido ya una reducción drástica o parcial de las restricciones impuestas bajo pretexto sanitario, podría decirse que el mes de junio sería uno de los plazos máximos.
Pasaporte COVID: ¿Una forma de monitorización?
Podría decirse también que el verano occidental se encarará con menos restricciones que en estaciones anteriores (también es cierto que las fases de vacunación, sobre lo que no voy a entrar a discutir con profundidad, están avanzando, a mayor o menor velocidad, en los distintos países del globo).
Eso sí, el hecho de desplazarse, entre Estados diferentes, requeriría un trámite burocrático adicional, más allá de tener la documentación de identidad en regla o considerar la contratación de un seguro privado con coberturas suficientes por si se tiene algún indeseable altercado. Hablaremos sobre ello a continuación.
- El “virus chino” condicionará tu libertad de movimiento
No importa si tienes otras patologías contagiosas o no. Tampoco si estás dispuesto (o no) a desarrollar una conducta cívica y respetuosa en el territorio de destino. Aparte de otros trámites evidentes, quienes queramos desplazarnos entre Estados necesitaremos tener una credencial basada en el llamado “pasaporte COVID”.
Aquí, en Europa, en las áreas comunitarias, la eurocracia soviética bruselense está trabajando en una especie de “Pasaporte sanitario” que será una condición sine qua non para viajar, al menos, entre territorios del Espacio Schengen (sin la oposición drástica y contundente de ninguno de los países que son miembros de la misma).
A partir de este verano, será necesario estar vacunado contra el COVID-19 o, en su defecto, presentar un test de anticuerpos o una PCR con resultado negativo de 72 horas de antelación, por lo general. (Una prueba con cierta controversia científica en cuanto a su medición de cargas virales).
La medida es prácticamente similar a la llamada “tarjeta verde” que ya lanzó en febrero el Estado de Israel y al prototipo de la administración Biden-Harris (rechazado desde el primer momento por el gobernador de Florida, el conservador Ron DeSantis, cuyas directrices contra este estatismo policial van siguiendo otros territorios sureños como Texas).
- Nuevos paradigmas tecnológicos sobre la mesa
En la primavera del pasado 2020, pudimos ser testigos de una considerable eclosión de apps para teléfonos inteligentes (bueno, para los teléfonos móviles de hoy en día), cuyo objeto era la prevención de focos infecciosos, llegando a hacer uso del protocolo de conexión de red Bluetooth.
Hete aquí una “oportunidad capital” para el análisis de datos (uno de los fundamentos prácticos del Big Data) por cuanto se iban a generar volúmenes mayores de datos, con variables tanto cualitativas como cuantitativas, de distinta sensibilidad (no solo la geolocalización).
Eso sí, hay expertos como Anne Van Rossum, fundador de la compañía Crowstone, que advierten de que estas apps pueden estar escaneando dispositivos cercanos cada 5 minutos, con el riesgo de monitorizar a personas que para nada han sido cercanas físicamente (sin tener en cuenta barreras de construcción ni alturas arquitectónicas).
Por otro lado, hay quienes creen que se da un desarrollo de ese paradigma conocido como Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) que resultaría en un nuevo concepto conocido como Internet del Comportamiento (tendríamos en cuenta tanto el análisis y el conocimiento como la sabiduría y el comportamiento).
De esta forma se sacaría mucho partido a datos sobre los estilos de vida, los hábitos de alimentación, el ejercicio físico a realizar, los marcadores biomédicos relacionados con la frecuencia cardiaca y la presión arterial. Estas aplicaciones tratarían, según el caso, de medir, rastrear y moderar nuestro comportamiento.
- Podemos hablar de avances de un modelo de gestión totalitario que se exporta por el orbe
Nadie puede negar las ventanas de oportunidad y avance tecnológico que, tanto para lo positivo como para lo negativo, se han derivado de esta situación de crisis contemporánea. Es obvio, ya sea o no con fines de investigación, que uno piense en innovar o atender a nuevos nichos de mercados desde el ámbito tecnológico.
Al mismo tiempo, se abren nuevos retos que no solo plantean dilemas éticos (podríamos considerar aquí las mejoras de la privacidad), sino motivos para, por ejemplo, lanzar hardware más potente o mejorar las librerías que permiten a los programadores brindar soluciones más óptimas para el data tracking.
No obstante, sin ánimo de entrar en “exagerada conspiranoia”, es conveniente recordar que la mayoría de Estados han seguido las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un ente supranacional muy ideologizado y comprometido con el globalismo, con el que, con razón, Donald Trump rompió, cuando era mandatario.
Ha habido una indiscutible pinza entre la tiranía comunista china y el “brazo sanitario” de la ONU que dirige el comunista Tedros Adhanom (pieza clave del Terror Rojo Etíope, uno de los muchos episodios que nos permiten aseverar que el comunismo tiene una historia sanguinaria y criminal, como la Revolución, en sentido pliniano, en general).
La OMS ha sido partidaria de ensamblar las flagrantes vulneraciones a la libre circulación de personas y de capitales, así como la actividad económica (al mismo tiempo que aprovechaba la situación para promover mayores facilidades de acceso a los asesinatos de niños no nacidos, es decir, a abortos).
Y ahora, esa misma China, que fue la primera en aplicar estas restricciones y que, en línea con lo dicho antes, exportó un modelo de gestión que, en cierta medida, cuestionaban en Taiwán, tiene su interés en que el resto del orbe aplique más directrices suyas.
No hablamos del socialismo con características chinas, que para nada puede ni debe considerarse como un escenario de libre mercado donde se respetan los derechos de propiedad, en su prisma más político-económico. Tiene que ver, por decirlo de alguna forma, con los escenarios de “nueva normalidad”.
Concretamente, desde la tiranía asiática aspiran a que la monitorización (condicionante de viajes) que supone el llamado “pasaporte COVID” se refuerce a escala global y unificada (de hecho, tienen ya una especie de prototipo de esta solución tecnológica).
El Foro Económico Mundial, que habla de “acabar con la propiedad privada” como parte de la estrategia del “Gran Reseteo” y la “Agenda 2030”, avala, sutilmente, esta medida, al mencionar su interés en la promoción de “un conjunto único de registros que evite innecesarios esfuerzos de replicación”.
Así pues, una vez dicho esto, quizá no haya unanimidad a la hora de atreverse a dar una respuesta directa y breve. No obstante, sí que podemos decir que China está a la “vanguardia” y “en cabeza” en lo que concierne a invasiones de libertad (exprimiendo al máximo la Inteligencia Artificial y el Big Data), con la colaboración de ciertas élites y de muchos Estados.