Fuente: La Gaceta de la Iberoesfera
En Colombia se quiere imponer una narrativa según la cual la fundación de la nación la hacen los miembros del Paro Nacional, las FARC como “ejército del pueblo” y algunas comunidades indígenas.
El 28 de abril estalló en Colombia una movilización sin precedentes, como reacción al conjunto de errores que cometió el gobierno nacional en el trámite del fallido proyecto de reforma tributaria. La agitación popular se prestó para todo y los bloqueos, la violencia, la inestabilidad y las extorsiones se mantienen hasta hoy.
Sin embargo, un asunto que llama la atención por las graves implicaciones que tiene para la cohesión social y nacional tiene que ver con la violenta remoción, destrucción y reubicación de símbolos históricos que son patrimonio cultural.
Los indígenes Misak aprovecharon el polvorín del 28 de abril y derribaron la estatua de Sebastián de Belalcázar fundador de la ciudad de Santiago de Cali, capital del Departamento del Valle del Cauca, ante la mirada atónita y la inacción de las fuerzas de policía. Alegaban que se trataba de una reivindicación histórica frente a un conquistador. A pesar de las múltiples expresiones de rechazo, ese famoso “mirador de Belalcázar” sigue en veremos y las autoridades han conformado una mesa de trabajo para tratar de lograr un acuerdo.
Días después, el primero de mayo, en la ciudad de Pasto, capital del departamento de Nariño, en el suroccidente colombiano; un grupo de jóvenes ataron una soga al cuello del prócer de la independencia, Antonio Nariño, y tumbaron el monumento, que, por cierto, era pieza central en la plaza que lleva su nombre –al igual que el departamento–.
Nariño es recordado no solo como uno de los primeros defensores a ultranza de la independencia, sino como uno de los próceres que reconoció la valentía de los “pastos”, indígenas que, vale la pena recordar, lucharon en el bando realista. No en vano, en el departamento son pocas o inexistentes las estatuas de Bolívar. La sociedad pastusa e incluso los promotores del paro rechazaron el hecho y optaron por orientar cátedras sobe la libertad y la defensa de los derechos del hombre y del ciudadano, labor que se le reconoce a Nariño.
El viernes 7 de mayo los mismos indígenas Misak, se presentaron en la conocida como plaza del Rosario, en el centro de Bogotá y derribaron también la estatua del fundador de la capital, don Gonzalo Jiménez de Quesada. El entonces ministro de cultura, Felipe Buitrago, publicó en su twitter: “Un grupo de vándalos derribó la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada en la plazoleta el Rosario de Bogotá. Total rechazo contra este tipo de actos delictivos que atentan contra los bienes públicos de la cultura”. Muchos sugieren que esa publicación le costó el puesto, pues días después dejó su cargo.
El 9 de junio la suerte fue para los Reyes Católicos, por cierto defensores de la población americana y cuya dinastía promovió las leyes nuevas de 1542 que, entre otras cosas buscaban suprimir las encomiendas. En este caso, fue el propio ministerio de cultura el que tomó la decisión, evitando un nuevo intento por parte de los Misak por derribar todo aquello que no sea originario de América, como sea que lo entiendan.
La autoridad estatal ha quedado reducida a nada al aceptar todos los reclamos de las comunidades indígenas, incluyendo sus actos violentos contra las Fuerzas Armadas y la Policía, que han llegado hasta agresiones con machete que, no obstante, por alguna extraña razón, nunca terminan en investigaciones por intentos de asesinato o al menos agresión a servidor público.
El lunes pasado, 28 de junio, la ola de “reivindicación” llegó a la ciudad de Barranquilla, con la soga al cuello para la estatua de Cristóbal Colón.
¿Qué está pasando en Colombia? Atrás quedaron las clases de historia. De hecho, fueron retiradas del currículo de primaria, secundaria y bachillerato. Atrás ha venido quedando la academia colombiana de historia, a la que se enfrentan tantos historiadores profesionales, buscando superar la historia decimonónica y positivista, promoviendo nuevos marcos teóricos para leer y re leer la historia.
Atrás ha quedado el ministerio de cultura, que ahora parece tomar partido por un único pasado precolombino, olvidando que Colombia es un país con un largo e importante legado hispano, que no se debe negar.
Uno de los elementos clave para quienes sostienen las tesis de la revolución, la dictadura del proletariado, el estatismo para combatir a la “burguesía”; es la creación de un nuevo mito fundacional. Por eso, buscan destruir todo patrimonio cultural que genere algún tipo de hilo con el pasado colonial y con el proceso de independencia. La nación la quieren fundar contra la sociedad y su historia.