El terrorismo de baja y media intensidad es la nueva táctica revolucionaria preferida de difusas, flexibles y efectivas redes internacionales de ultraizquierda, apoyadas y justificadas, de una u otra forma, por todo el espectro intelectual y político socialista mediante una intensa y falaz propaganda, cuya efectividad depende de alcanzar y mantener la hegemonía cultural.
Hay tres aspectos a considerar en esto, de una parte está el que la ideología totalitaria tras esas redes se expresa inicialmente en sus prácticas (entre ellos mismos, obviamente), pero también, y esto es lo más importante, donde quiera que logren imponerse mediante la intimidación con completa impunidad; de la otra está el que con frecuencia olvidamos que todo problema social real que pueda ser manipulado ideológicamente en una dinámica colectiva de clases antagónicas, y retroalimentando una falaz dialéctica mística de la historia, será explotado sin misericordia por fanáticos –calificativo que describe tanto a a sus violentos activistas como a sus mendaces intelectuales.
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No olvidemos que los segundos son, después de todo, la fuente de inspiración, consignas, mantras, pautas de organización y sobre todo, origen de la falsa superioridad moral de la que depende la frágil autoestima de los primeros (por lo que, finalmente hay que entender que en la medida que la fuente del conflicto real sea superada la reinventarán, de una u otra forma, mediante la mentira, propaganda y adoctrinamiento).
Nunca en la historia de los Estados Unidos el racismo fue tan rechazado por la abrumadora mayoría de los estadounidenses, tanto, que un nuevo racismo inverso al que mayoritariamente se rechaza con vergüenza por el pasado es paradójicamente aceptado, defendido y practicado activamente.
Pero al mismo tiempo que se potencian nuevas identidades grupales como fuentes nuevos y cada vez peores conflictos, vemos que en comunidades negras los efectos acumulados de la ingeniería social “progresista” y previas olas de violentas protestas crearon ideológica, cultural y económicamente una profecía auto-cumplida de pobreza, desempleo, desintegración familiar y violencia criminal.
No es un callejón sin salida, pero lo parece, porque la desintegración familiar y la dependencia de la asistencia social se retroalimentan con la baja calidad de la educación formal y la ausencia de valores, usos y costumbres adecuados para prosperar en una sociedad libre y competitiva.
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Lo que no deja de ser un caldo de cultivo muy adecuado para el crimen organizado de toda orientación y nivel. Y sin embargo, todavía hay en esas mismas comunidades quien sale adelante y prospera decentemente mediante estudio, trabajo, esfuerzo empresarial y talento personal, porque aunque existan declinantes remanentes del viejo racismo, en la sociedad estadounidense ese antiguo fantasma está ideológica e institucionalmente muerto.
Pero la ingeniaría social “progresista es la que crea y mantiene las condiciones materiales de pobreza y exclusión, pasando las causas actuales del problema por solución, empeorando una y otra vez las condiciones materiales mientras su propaganda intelectual falaz repite incesantemente obvias mentiras como mantras sagrados incontestables, que de una parte legitiman el seguir empeorándolo todo, al tiempo que deslegitiman el esfuerzo individual y justifican las peores conductas y especialmente el delito como respuesta a una opresión institucionalmente ya inexistente, pero ideológicamente y económicamente creada por quienes afirman combatirla.
Materialmente es igual a la entonces ya declinante pobreza obrera en la que ponían sus esperanzas los primeros marxistas, los que creían que todo lo que la mitigara era contrarrevolucionario y digno de ser combatido sin misericordia.
La pobreza proletaria obrera desapareció en las economías capitalistas, y no por la revolución marxista, ni por la acción sindical, y menos aún por la ingeniería social “progresista”. De hecho, han sido esos últimos los tres factores que lograron por mantener y ocasionalmente incluso incrementar la pobreza localizada, en medio de su acelerada y indetenible declinación por efecto del avance del capitalismo de libre mercado.
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Pero no es al proletariado al que los nuevos terroristas que luchan activamente por establecer nuevos totalitarismos genocidas confían manipular para sus fines, sino a la más amplia diversidad de grupos diversos a los que clasificar y adoctrinar en dialécticas de falsa explicación a problemas reales o inventados, mientras que mediante esas mismas falsas explicaciones repetidas como mantras bloquean la superación real de los problemas y empeoran exponencialmente las condiciones materiales de exclusión y pobreza relativa para introducir o incrementar exponencialmente la frustración, resentimiento y destrucción moral que finalmente les permitirán desatar –bajo cualquier excusa– la violencia revanchista, iniciada, orientada y extendida mediante minúsculos grupos de activistas del terror bien organizados, motivados, adoctrinados y financiados. Esa y no otra es la explicación del caldo de cultivo.
La de los grupos terroristas dispersos y violentos actuando al unísono con las mismas tácticas, prácticas y objetivos y exhibiendo recursos costosos para adelantar su agenda no es la de una gran conspiración organizada y dirigida, sino de infinidad de grupos adoctrinados en centros sobre los que ya se ha impuesto la cultura del totalitarismo, cuya única fuente de autoestima es la ciega creencia en la superioridad moral infinita de sí mismos y la infinita maldad de aquellos a los que desean censurar, perseguir y exterminar.
En un mundo de redes difusas y comunicaciones rápidas con hegemonía cultural del socialismo en sentido amplio, toda fuerza antioccidental puede interactuar directa e indirectamente con otras y con esas redes domesticas de activistas del terror que aprendieron a ser lo que son en la mejores universidades, crearon redes nacionales e internacionales de activismo que un día apoyan la campaña de Sanders y al siguiente incendian y saquean. No estamos viendo en los Estados Unidos un fenómeno de activismo terrorista de baja y media intensidad diferente de que vimos en Chile.
Varía el evento que sirve de detonante y los grupos de población que logran manipular para masificar la violencia –es lo local– el resto es un guión internacional –ya ampliamente conocido– para el que se han preparado pacientemente por décadas y que finalmente logran materializar en un lugar tras otro. Ni más, ni menos.
Fuente: Panam Post.
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