India. Filipinas. Japón. Corea del Sur.
Nepal. Indonesia. Bután. Vietnam. Malasia.
Corea del Norte. Rusia. Laos. Tajikistán. Camboya. Mongolia.
Tibet.
18 países y territorios -algunos en mayor medida que otros- padecen el bullying abrumadoramente ruinoso que propone Beijing. Son sus vecinos de tierra o de mar que ven cómo el tren imperialista del gigante comercial intenta arruinar sus más o menos tranquilas economías y geografías.
Desde enero, el perdurable Xi Jinping ha conseguido para su nación una fama de dudosa calidad: los ojos del mundo se posaron sobre él y su gobierno principalmente por el coronavirus. Un servicio carísimo para la imagen de eficiencia y desarrollo que intentó proyectar durante dos décadas al resto del planeta. Un ejemplo digital: desde finales del primer mes del año, las búsquedas de “China” en Google se multiplicaron a niveles cósmicos tomando como referencia los últimos cinco años. La gestión de la crisis de la pandemia y los intentos por acallarla representaron factores clave para alimentar el triste récord.
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Pero el régimen no sólo cosechó el interés internacional por su falta de controles sanitarios y la represión a médicos que intentaron alertar a la población. También por su desmedido desprecio a los derechos humanos y a las instituciones. Ocurrió en el momento en que el Partido Comunista Chino (PCC) resolvió un coup contra la ya machucada democracia de Hong Kong y cuando los abusos contra las minorías musulmanas en Xinjiang salieron a la luz y fueron reprobadas por una perezosa comunidad internacional.
Las incursiones del Ejército Popular de Liberación (EPL) en el Mar Meridional son una muestra del proceso expansionista de Xi Jinping, acelerado en la primera mitad de 2020, aprovechando la distracción que generó la pandemia por COVID-19 en la mayoría de los gobiernos.
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Los estados más próximos están nerviosos ante la cada vez más notoria presencia militar. China ocupa bancos de arena y arrecifes, construye a velocidad de la luz bases y reclama soberanía sobre las aguas que la rodean. Una estrategia original que en el futuro le permitiría alimentar la voracidad que mantiene en los recursos marítimos.
Desde abril que los movimientos de buques de guerra y cazas se hicieron cada vez más evidentes. Un año atrás nadie eran imperceptibles. A tal nivel quedaron al descubierto estos ejercicios que en días pasados un satélite privado detectó la presencia de un submarino nuclear Type 093 ingresando en una estación subterránea secreta en la Base Naval Yulin de la isla de Hainan. Llamó la atención que la embarcación realizara las maniobras que permitieron divisarla un día sin nubes, al alcance de las curiosas cámaras espaciales.
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Los reclamos y ejercicios navales chinos en ese mar son tantos que molestan a Vietman, Taiwán, Indonesia, Filipinas, Brunei y Malasia. Diálogos por debajo del radar comenzaron se aceleran. Mucho más luego de que el régimen probara el último miércoles misiles de largo alcance. Uno de ellos hizo blanco cerca de las Islas Paracel. Un acto amenazante que puso en riesgo la estabilidad emocional de la región.
Filipinas, por las dudas, ya avisó que se prepara. Indicó que en caso de sufrir una agresión pedirá ayuda a los Estados Unidos. Se amparará en el Tratado de Defensa Mutua que lo cobija ante amenazas externas. Tokio también se mostró consternado y expresó su “preocupación” por los temerarios ensayos. ¿Hasta dónde estará dispuesto a escalar Beijing? ¿O sólo muestra sus músculos para sentarse en una mesa de negociación?
Para tranquilidad de sus muchos aliados, la presencia norteamericana allí está garantizada. En las últimas horas del jueves, un destructor equipado con misiles -el USS Mustin– navegó esas enrarecidas aguas. Una advertencia y un guiño en un mismo paseo.
En una columna publicada en The Japan Times, el intelectual indio Brahma Chellaney puso de relieve el peligroso expansionismo que empuja el PCC. “Desde los mares del este y sur de China hasta el Himalaya y Asia central, está haciendo que la región sea más volátil e inestable. Beijing ha demostrado repetidamente que puede hacer un nuevo reclamo territorial o alterar el statu quo en cualquier lugar y en cualquier momento”, escribió el académico.
En tanto, la aguerrida diplomacia china cumple por estas horas una misión particular en Europa. Intenta convencer a los líderes de la Unión que en su tierra no se violan derechos humanos y que en verdad el coronavirus no nació en Wuhan, como dicen los múltiples y más serios informes internacionales. También quiere inclinar su voluntad en un tema central: que el tendido de la red 5G quede en manos de Huawei, es decir, de Beijing.
El canciller Wang Yi, encargado de ejercer el complejo arte del convencimiento, tuvo una curiosa intervención en su visita a Oslo: le advirtió a Noruega que el tratado de libre comercio entre ambas naciones dependía de que el Premio Nobel de la Paz no fuera otorgado a opositores demócratas de Hong Kong. ¿Pesarán más los salmones que el prestigio de la Academia?
Hubo más: al unísono con la visita del ministro a las autoridades europeas, el régimen impedía que un equipo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) visitara la ciudad epicentro de la pandemia. No está confirmada la maliciosa versión que afirma que el funcionario de Xi recomendó a sus interlocutores occidentales informarse sobre lo que ocurre en China a través de un medio imparcial: Global Times.
Theodore Piccone es el director de World Justice Project, investigador senior de Brookings Institutiony durante años asesor en la administración del ex presidente Bill Clinton en temas de seguridad. Infobae lo consultó sobre la estrategia de reclamos milenarios de Xi Jinping sobre sus vecinos; tan milenarios que algunos de ellos se remontan a las épocas de la dinastía Yuan, casi mil años atrás. “El enfoque más activista de China hacia los asuntos exteriores en 2020 es parte de una tendencia más a largo plazo hacia la afirmación de los intereses en seguridad, políticos y económicos del Partido Comunista Chino”, dijo Piccone.
Para el analista especializado en Derechos Humanos, esa lista de intereses incluye la “preservación del partido único, defender sus ’territorios’ percibidos -incluidos Hong Kong, Taiwán, Xinjiang y Tibet- de cualquier interferencia o perturbación externa o interna, y desafiar el liderazgo estadounidense del sistema global. Según esta lógica, China se está aprovechando de la última pandemia y las interrupciones comerciales para presionar aún más sus intereses”.
– Esta semana, en su columna de The New York Times, Thomas L. Friedman indicó que los Estados Unidos deberían unirse a Alemania para formar una coalición contra la influencia china en el mundo. Pero, ¿está Alemania o el resto de Europa en la misma página que el gobierno de Estados Unidos?
– En respuesta a la postura más agresiva de China, las actitudes en Washington para contener y enfrentar el ascenso de China se han consolidado en ambas partes. Los países europeos clave también están adoptando este punto de vista, aunque todavía está surgiendo un consenso. Las élites políticas y económicas alemanas todavía están divididas sobre esta cuestión dados los estrechos vínculos comerciales y de inversión del país con China, pero espero que las opiniones a ambos lados del Atlántico converjan a favor de una coalición para hacer retroceder a Beijing en áreas como la tecnología, derechos humanos y comercio.
Piccone continuó con su argumentación: “Los vecinos de China, y ahora otras partes del mundo, se están dando cuenta de los costos de hacer negocios con una China más agresiva, que parece más decidida a remodelar el orden internacional a su gusto que a cambiar su modelo para ajustarse a las normas internacionales”.
Para el analista internacional y referente en materia de derechos humanos será clave la coordinación de fuerzas para contener el ímpetu imperialista de Beijing: “Es más probable que China tenga éxito en sus planes expansionistas si sus vecinos -particularmente India y Japón, que trabajan con Australia, Indonesia y Corea del Sur y cuentan con el respaldo de Estados Unidos y Europa- no se organizan de manera coherente para hacer retroceder”.
Una chispa inoportuna podría convertirse en una llama de difícil contención. Los vecinos lo saben, para eso impulsan conversaciones. Europa, lentamente, se convence de la amenaza. Xi Jinping, mientras tanto, se enfrenta a un laberinto de difícil salida. En él se sumergió junto al resto de la cúpula del Partido Comunista. Tendrá que diseñar una forma de salir sin pagar demasiados costos políticos a largo plazo. Apostar por un gobierno de Joe Biden victorioso en las próximas elecciones de los Estados Unidos no parecería ser una solución.
“Una administración de Biden enfrentará el dilema de continuar por este camino más conflictivo de (Donald) Trump y (Mike) Pompeo o retroceder y negociar un enfoque más equilibrado pero que, sin embargo, defienda a Taiwán, los derechos humanos y los intereses comerciales y tecnológicos clave. De cualquier manera, se inclinará más hacia un enfoque de confrontación y no volverá a la era de Obama, en mi opinión”, concluyó Piccone.
Fuente: Infobae.
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